Mientras pedaleaba “llevé mis raíces en la espalda”

Crédito: Suministradas Natalia Ramos / EL NUEVO DÍANatalia Ramos recorrió el país buscando llegar a los territorios que hace un tiempo eran prohibidos y conectar con personas que diariamente transforman comunidad.
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Joven recorrió gran parte del país en bicicleta con sus raíces chaparralunas en la espalda, algo inesperado que le permitió fortalecer vínculos al igual que comprender el por qué de su interés por la educación y su sentir social.
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Buscando conectar su pasión por la bicicleta al igual que narrar historias, Natalia Ramos, una joven psicóloga y politóloga de Bogotá, a comienzos de año decidió recorrer 100 municipios en ‘bici’ para acercarse a los nuevos relatos y retos que con determinación se gestan en los territorios a pesar de los años de violencia que los marcó. 

Afrontando los cambios climáticos, un accidente, la apertura de su zapato, como el desgarro de su uniforme, aprendió a confiar en su instinto, avanzar a pesar de los temores, y con las experiencias de cada sitio al que pudo llegar, en todo momento se sintió una mujer lo suficientemente bendecida con momentos que parecían dados por arte de magia, lo que le ayudó a reafirmar la importancia de conectar con otros.

Inició en Pasto y con una ruta trazada en su mente, de forma no lineal, subió hacia el norte realizando varios cruces hasta llegar a La Guajira, Putumayo, Mocoa, Caquetá, San Vicente del Caguán al igual que Miravalle, donde tuvo la oportunidad de conocer relatos y proyectos resilientes. 

Imprevisto

De ahí pasó a Neiva, donde sufrió un accidente que la obligó a cambiar su ruta y hospedarse en Chaparral, el territorio del cual provenía su papá y donde pudo conocer su parentela, de quienes no tenía mucho conocimiento, puesto que la violencia que se vivía en esa comunidad la alejó a muy temprana edad de ellos y de las iniciativas que ahí se gestan.

Sin embargo, esta parada fue una oportunidad para acercarse a su esencia, su linaje y todo lo que en algún momento de su vida considero que hacía motivada por otras cuestiones y no por su procedencia que vincula la consanguinidad. 

En este territorio el cuidado, el amor de su familia y la acogida de la comunidad la llenaron de energía, además, ante un gran hueco que tenía su uniforme en la espalda se lo cubrieron bordando la palabra Chaparral, lo que le causo gracia pero le dio más sentido a su vida y de ahí concluyó que llevaba sus raíces en la espalda.

Esa fuerza que no provino en esta ocasión de la tierra, la sostuvo en todo momento, además, permitió que su familia se uniera más; llegó a otras personas y todo el tiempo se sintió bendecida con la solidaridad de quienes menos pensó.

Después de su proceso de recuperación cruzó la cordillera central hasta llegar al Valle, el Eje Cafetero, el Parque de los Nevados, Murillo, bajó al Valle de Magdalena, Mariquita,  Zipaquirá, los Llanos, Casanare, donde volvió a subir por el mal llamado alto del Crucero en ascenso volviendo a Boyacá, llegó a Antioquia, Rionegro, Ciudad Bolívar, hasta Quibdó y estando en el pacífico decidió navegar el Atrato hasta río Sucio, y de ahí entró hacia el Urabá antioqueño.

El poder de las ruedas 

En el 2018 durante su estadía en Urabá, conoció la historia de un señor que usaba la bicicleta para ir a lugares complejos por el control de los grupos armados, entonces la bicicleta fue vista como un vehículo disuasor de la atención que le permitió entrar a las veredas.

Natalia, inspirada en esa experiencia e impulsada por el trabajo social, al saber que en bicicleta podría llegar donde no deja una moto o un carro, se le despertó el interés de viajar en bicicleta y empezó recorriendo el Urabá para conocer más de los territorios desde las miradas locales.

Desde ese año ahorró, renunció a su trabajo y sin esperar nada puntual sino que más bien abierta a las experiencias decidió arrancar en febrero del 2022 y dejarse sorprender. Día a día se dio cuenta que los caminos cuando menos lo pensaba se le abrían, por ejemplo, si necesitaba quedarse en un lugar más tiempo, conseguía esa persona que le decía venga y se queda en mi casa, o para ingresar a algunas zonas, resultaba alguien que sin esperar nada a cambio que la acompañaba.

Y aunque en algún instante sintió que con su visita a los territorios no aportaba nada, “no voy a olvidar esos ojos tan atentos que me hicieron sentir escuchada”, palabras enunciadas por una líder social de San Vicente del Caguán, la ayudó a recordar la importancia de la escucha que es el principal elemento para contar esas historias transformadoras que la llevaron a usar su bicicleta y conectar con otros.

Asimismo, hacia el norte tuvo la oportunidad de ir a un colegio, donde estuvo enseñando e hizo un intercambio de saberes en una clase de geografía, donde orientó a los niños a aprender y reconocer los departamentos mediante las historias que había vivido para generar más recordación.

De los grandes desafíos que tenía, aparte de lograr ingresar a lugares que fueron marginados, el ser una mujer que pedalea sola era, otro del que fue consciente antes de salir de casa, no obstante hizo un pacto de ser oídos sordos ante los piropos y comentarios fuera de lugar, lo que le permitió avanzar. 

Sin embargo, no dejó de sentir temor cuando pasaba por lugares donde habían muchos hombres o se le acercaban en el recorrido a preguntarle cosas puntuales, pues aunque no los veía mal intencionados, esa curiosidad no le generaba tranquilidad y optaba por ser una persona diferente y contar una historia diferente a cada curioso que se encontraba en su pedaleada.  

Afortunadamente no tuvo que escapar. El día que pasó por Circasia hubo un feminicidio, lo que la lleva a reflexionar que no es que no pasen las cosas y sí ocurren, pero fue muy diciente que pasó por ese mismo lugar y le tendieron la mano.

Ahora, después de toda esa aventura se quiere dedicar a relatar las historias con las que conectó en cada territorio y la siguen moviendo a dictar talleres desde la pedagogía.

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Credito
Redacción Cultural / EL NUEVO DÍA

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