En verdad no entiendo el sentimiento de indignación que ha surgido en muchos colombianos ante la noticia de que Nicaragua planea construir un canal interoceánico.
Más o menos desde los 15 años de edad abandoné toda creencia religiosa y dejé la religión católica en la cual fui educado desde muy temprana edad. Un relato de esta bella experiencia (la de dejar la religión) lo hice en el libro Manual de Ateología, publicado en 2008.
La escandalosa frase según la cual se debía mantener la corrupción en sus justas proporciones tenía bastante sentido porque denotaba un cierto equilibrio, un cierto balance pragmático, gracias al cual en nuestro sistema político convivían dos mundos: el del clientelismo político y el de la tecnocracia de gobierno.
En la política colombiana ha habido siempre hijos de personajes importantes. Pero creo que ahora, por primera vez, el fenómeno de los delfines entraña un peligro estructural para nuestro sistema político.
En Colombia hay montones de magistrados. No recuerdo el número exacto; la cuenta la hizo alguna vez mi amigo el constitucionalista Juan Manuel Charry, y le arrojaba un número asombroso.
La década reciente ha sido escenario de nuevos gritos de guerra contra el capitalismo. Los motivos de esa indignación son comprensibles; ella, sin embargo, bien podría estar dirigida contra un objeto inexistente.
Tras la entrada en vigencia de la reforma, y tras la puesta en marcha de sus mecanismos, la justicia colombiana seguirá siendo una institución arcaica.
Magnífico estuvo el debate sobre la política de restitución de tierras, citado y promovido por el senador Jorge Enrique Robledo. Fue una brillante presentación parlamentaria, que sacudió la mediocre quietud de la Unidad Nacional.
En el programa radial Hora 20, el ex ministro Rafael Nieto Loaiza hizo una afirmación que a muchos sorprendió, cuando se discutía el tema de una posible negociación con las Farc;