Erradicar el reclutamiento es posible

Óscar Sánchez

Para que niñas campesinas que mueren en bombardeos, como Danna Liseth Montilla y Yeimi Sofía Vega, antes de los 15 años no terminen reclutadas por la guerrilla (o en el embarazo precoz, o en la informalidad más precaria), existe una solución. Se llama oferta de educación suficiente y pertinente.
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Y ya ha funcionado en un par de ejemplos. Para mencionar un caso bien documentado, los

corregimientos de Nazareth, Betania y San Juan, en Sumapaz, al Sur de Bogotá, colindando con los departamentos de Meta, Huila y Tolima erradicaron el reclutamiento en cosa de 15 años, durante el período de mayor expansión de las Farc en el país. Esa zona, uno de los bastiones históricos de esa guerrilla, ya no sirve para reclutar niños, porque el Estado lo resolvió con 2 millones de pesos al año de inversión por estudiante entre los 10 y los 20 años de edad, adicionales a lo que hoy reciben las secretarías de educación que atienden las zonas de conflicto armado.

Las medidas son sencillas: la comunidad ayuda a pensar la educación y participa de la dirección de los colegios, hay transporte y alimentación escolar para los estudiantes, las familias son bien recibidas por las profesoras (la mayoría mujeres), hay orientación psicosocial para los estudiantes, hay dormitorios para los docentes y pueden visitar sus casas con frecuencia, el SENA y un par de universidades llegan a la zona con programas acordados con la población, hay internet con unas antenas especiales, hay algún funcionario a cargo del tema que apoya a los rectores. Hacer eso mismo en las zonas rurales dispersas de los 200 municipios, donde se reclutan todos los combatientes del país, costaría el 4% del presupuesto de seguridad de Colombia, según cálculos de la alianza de la sociedad civil Educapaz.

Lo que hace más triste el asunto, es que los guerrilleros, paramilitares y soldados profesionales salen de extensos territorios en los que vive una parte muy pequeña de la población del país, y por eso atender a esa población, aunque implica algunos costos excepcionales per cápita, es la solución estructural más efectiva para la guerra, y no sería especialmente costosa para el presupuesto público.

Inspirados en los ejemplos que han funcionado, en 2017 se concibió el Plan Especial de Educación Rural -PEER- conjuntamente entre el Ministerio de Educación Nacional y un grupo de docentes y estudiantes rurales, organizaciones comunitarias, organizaciones de la sociedad civil y organismos de la cooperación internacional. Ese plan se quedó en borrador. Nunca se expidió y por supuesto, no se está implementando. El gobierno de Juan Manuel Santos, aunque la Ministra de entonces apoyó el proceso para concertarlo, decidió no ponerlo en marcha. Y el gobierno de Iván Duque lo engavetó. Nadie considera prioritario invertir 2,5 billones de pesos al año para acabar con el reclutamiento.

En las zonas de ruralidad dispersa afectadas por el conflicto armado no hay educación pertinente.

De hecho, cada vez hay menos. Por ejemplo, y de nuevo es una realidad en la que tienen responsabilidad compartida los últimos dos gobiernos, en este momento se están cambiando a 5.000 docentes rurales de esos territorios, en un proceso de selección y contratación donde para ahorrarse unos pesos, el Ministerio de Hacienda, la Comisión del Servicio Civil y el MEN han hecho que las cosas en vez de mejorar empeoren. Se contrató un crédito internacional para la educación rural que terminó “sustituyendo fuentes”, es decir haciendo solamente lo mismo que se venía haciendo antes, sin agregar recursos. Eso mismo sucede con el pilar de educación de los PDET: las comunidades han formulado iniciativas, pero el gobierno destina la misma plata de siempre y hace lo mismo de siempre. Y aunque en el Plan Nacional de Desarrollo vigente se incluyeron un par de medidas adicionales tomadas del PEER no expedido, gracias a la buena voluntad de algunos técnicos del DNP y el MEN, son medidas que tampoco se están llevado a la práctica. Además vino la pandemia, y todo está empeorando.

Es muy doloroso decirlo, pero la solución está inventada. Lo que ha faltado es quien se la tome en serio.

 

ÓSCAR SÁNCHEZ

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