“Le madrugamos a la muerte, pero esta no nos quiso llevar”: tomas guerrilleras en Santa Isabel y Anzoátegui

Archivo - EL NUEVO DÍA
Crédito: Archivo / EL NUEVO DÍAAsí logró EL NUEVO DÍA informar sobre las tomas guerrilleras en Santa Isabel y Anzoátegui
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Desde el sábado 11 y hasta el domingo 12 de agosto de 2001, empezó en el norte del departamento dos incursiones armadas por parte del frente Tulio Varón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc. En el cubrimiento de esta noticia, varios periodistas, entre quienes estaban reporteros de EL NUEVO DÍA, arriesgaron sus vidas a cambio de mantener informados a los ciudadanos.
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Resulta tortuoso concentrarse y pensar cómo se llega hasta allí, si mientras se hace, balas de cuatro centímetros de tamaño le rozan la pierna, los estruendos terminan taponando los oídos y se tiene corazón a punto de salirse del pecho. Sin embargo, si la violencia del país no duerme, mucho menos lo hace el periodista que se ve obligado a hablar de ella. 

Esa fresca madrugada de domingo del 2001, mientras muchos ibaguereños descansaban en sus cálidos hogares, ya un grupo de tres personas, con pocas horas de sueño encima, se dirigían a las instalaciones del periódico EL NUEVO DÍA para cumplir con sus obligaciones. 

A diferencia de Rubén Zabala, que solo necesitaba sus manos para direccionar el volante y sus pies para pisar los pedales, Catalina Suárez, llevaba su indispensable grabadora y agenda, herramientas idóneas para memorizar el hecho y la palabra; mientras tanto, Hélmer Parra, quien se iba acostumbrando a cubrir tomas guerrillera, cargaba su cámara, que para aquel entonces guardaba las fotos en un rollo que luego debía revelar.

El trío, con diversas funciones cada uno, consciente de la tarea que se le había encomendado, tenían en común el llevar en sus prendas el logo del periódico, el mismo que los iba a arrastrar a Santa Isabel: municipio que llevaba varias horas asediado por un número indeterminado de guerrilleros de las Farc.

Luego de un sano contubernio en las instalaciones, partieron en un ameno viaje a este lugar. El peregrinaje fue corto y la velocidad de Rubén óptima, pues tan pronto como los primeros rayos de sol empezaron a calentar la zona del páramo con la que la población limita, la periodista, el fotógrafo y el conductor, ya caminaban sobre un sitió golpeado por la guerra subversiva. Los pobladores, temerosamente salían. Otros, apenas se asomaban por las ventanas para mirar a la distancia como las paredes habían sido perforadas por las balas.

“Cuando llegamos, el enfrentamiento ya había pasado. Pudimos ver el puesto de policía destruido y la Caja Agraria saqueada por completo”, comentó Hélmer.

Catalina, quien ya llenaba su cuaderno con algunas anotaciones de un lugar que para nada parecía un domingo de mercado, entendió, al igual que sus compañeros, que aquello era una falsa tranquilidad, pues a los minutos les llegó la noticia de que en el municipio vecino, en Anzoátegui, los combates se habían intensificado. 

Llegar allí no sería trabajo fácil, pues la noticia no daba espera. Es por ello que en lugar de ir por la vía que en situaciones normales se tomaría, al trío poco le importó aventurarse por un camino de trocha, impregnado de profundos barrizales y gredas rojizas, con tal de acortar tiempos. Sin embargo, a medio camino, se empezarían a arrepentir de esa decisión.

“Íbamos bajando cuando nos encontramos unos 30 o 40 guerrilleros que estaban tirados en el pasto, por lo que yo en el momento pensé que estaban muertos”, aseguró Hélmer,

Aquellos hombres, como con el tiempo descubrirían, en realidad se encontraban desplegando la más ágil y truhan estrategia para lidiar con la alta tecnología de rastreo y detección del avión fantasma, el cual, pese a tener la capacidad de ubicar a los objetivos en tierra con alta precisión, no podía detectar el calor humano, al estar ellos inertes en el suelo. 

Oyeron órdenes, y antes de que pudieran reaccionar, un tropel de hombres, diversos en contextura y aspecto, se pusieron de pie para rodear a los foráneos e interrogarlos sobre sus intenciones. “¡Somos de EL NUEVO DÍA y vamos para Anzoátegui!”, respondieron al unísono.

Erguidos, inmóviles y aterrorizados, esperaron que aquel guerrillero que dirigía la avanzada, diera la orden para cometer contra ellos algún trágico flagelo. Sin embargo, como dijo Hélmer, ahora con algo más de serenidad, “le madrugamos a la muerte, pero esta no nos quiso llevar”. Aquel hombre, tal vez más preocupado por los ataques del ejército, los dejó seguir sin más. Ese proverbio, los perseguiría todo el día, pues aquel no fue más que uno, de tantos infortunios que tuvieron que vivir.

“Seguimos bajando y llegamos por una trocha feísima, cuando desde el helicóptero le dispararon al carro del periódico, que de milagro no le dieron. Lo que sí pasó es que le cayeron unas ramas porque alcanzaron a impactar a unos árboles”, relató Rubén.

Archivo/EL NUEVO DÍA

 

SEGUNDA PARTE

 

Cuando llegaron, a través del lente de Hélmer, se podían ver los primeros estragos de la toma guerrillera. Casas reducidas a simples escombros y cenizas que se movían con el fluir del viento, fiel testigo de los incendios provocados por los cilindros bomba.

En ese momento, una cuadrilla de subversivos los volvieron a abordar. En pleno fulgor del enfrentamiento, con el eco de las balas retumbando a unos cuantos metros, aquel hombre los bajó del carro, y convirtió la furgoneta del periódico, en una ambulancia improvisada. Rubén, fue obligado a tomar parte en el conflicto, pues hostigado por los fusiles, debía transportar a los heridos de las Farc.

Dejado a su suerte, y rogando por el bienestar de su compañero, Hélmer y Catalina empezaron a escabullirse de casa en casa, observando de primera mano, el oneroso intercambio de disparos entre las partes. Para ese momento, los pobladores habían convertido las casas y los negocios en refugios, mientras que la guerrilla había hecho de la iglesia y el hospital, improvisadas trincheras. Tras un rato de estar registrando los hechos, a la distancia avistaron a Rubén yendo en dirección hacia ellos. 

“Llegamos a un lugar donde me dijeron que me metiera por una calle angosta y yo les dije que no, que por allí no cabía el carro, así que me ordenaron que los esperara mientras ellos iban a traer unos heridos. Yo no lo pensé dos veces, cogí el carro y me devolví”, comentó Rubén.

La osadía de su compañero, a la vez que provocó risas, también les causó preocupación, pues en caso de devolverse por donde llegaron, la fiel suerte que tanto los había acompañado hasta el momento, nada podría hacer contra la furia de los hombres de las Farc, que se habían quedado sin ambulancia.

Poco después, menguó el combate y el aturdidor silencio de las armas se apoderó de Anzoátegui. En ese momento, corrieron a retirar los postes y los techos de zinc que obstaculizaban el paso. Antes de partir a un lugar más seguro, un combatiente se acercó, y fiel al estilo con el que habían traído el infierno a este municipio, le dijo lacónicamente a Catalina: “hpta, pilas pues con lo que va a escribir, porque ya sabemos quienes son ustedes y los tenemos identificados”. Con esas palabras que retumbaron por años en sus cabezas, avanzaron hasta unas viviendas aledañas al cementerio del pueblo. 

Mientras avanzaban, nuevamente el helicóptero y el avión fantasma del ejército empezaron a arremeter contra ellos. Actuando más por instinto que por razón, evitaban la violenta lluvia de municiones que les disparaban, a veces dentro del carro, a veces bajo las escaleras de las casas.

“Cada rato pasaban y nos disparaban y nosotros sin saber la razón. Lo que pensamos hasta el momento, es que las fuerzas militares tenían información de que la guerrilla estaba saliendo de civil, por lo que creemos que ese fue el motivo por el que nos atacaban”.

Mientras Hélmer, Catalina y Rubén sentían como las balas pasaban a escasos centímetros de sus cuerpos, desde Ibagué, Martha Myriam Páez, quien trabajaba en ese momento como jefe de redacción, incesantemente se intentaba comunicar con el general del ejército, Fernando Tapias, para que desistieran en su ataque hacia ellos. 

La solución para distinguir los periodistas de los combatientes, pasó por reunir, entre todos, aquellas prendas blancas que, independientemente del sudor y la mugre, se podían poner sobre la camioneta para transmitir a los que se encontraban en el aire, un mensaje de paz. 

Archivo/EL NUEVO DÍA

 

TERCERA PARTE

 

La impetuosa máquina de hierro, que hace unos minutos era su mayor amenaza, ahora custodiaba a ras de suelo la furgoneta en la que, aparte de movilizarse los reporteros de EL NUEVO DÍA, iban otros periodistas que también se vieron asediados por el moderno aparato de guerra que había adquirido el Gobierno nacional, en el marco del Plan Colombia, para dar inmediata respuesta a las tomas guerrilleras.

Por instrucción del ejército, Rubén conducía a baja velocidad en dirección a Veracruz, por un camino con abundantes curvas y una vegetación que, poco a poco, iba cediendo frente al cultivo de café. 

De repente, en un giro cerrado, al ruido de las aspas del helicóptero se sumó el de disparos provenientes de otra cuadrilla de la guerrilla, quienes estaban encargados de frenar el avance del ejército, y quienes se llevaron una sorpresa al ver una aeronave sobrevolando a tan baja distancia.

En su calvario, Rubén, Hélmer y Catalina, junto a los demás periodistas, se lanzaron de bruces desde el carro, zigzagueando entre el suelo con sus codos y rodillas en búsqueda de refugio. Cuando el tiroteo terminó, descubrieron que el helicóptero se había marchado, y que solamente permanecían sobre sus pies, los combatientes, que tras unas pocas palabras, siguieron en su retirada.

Únicamente, a las 3 p.m. del domingo 12 de agosto, la prensa pudo abandonar la población. Algunos de ellos aseguraron, bajo sacro juramento, abandonar la profesión desde ese mismo momento. Sin embargo, una vez arribaron a la ciudad, su compromiso por informar a las personas les pesó más; por tal motivo, luego de trabajar hasta tarde en la noche en las instalaciones del periódico, a la mañana siguiente, los Ibaguereños lograron leer lo que había pasado en el norte del Tolima.

Archivo/EL NUEVO DÍA

 

Hélmer Parra es uno de los reporteros gráficos con más años de servicio en EL NUEVO DÍA. Sus fotografías siguen ilustrando las noticias en el periódico y los medios digitales.

Suministrada / El Nuevo Día
 

Rubén Darío Zabala ha sido por bastantes años el conductor de la Editorial Aguasclaras S.A. Con su importante trabajo, son muchos los periodistas que han podido llegar al lugar de los hechos, para contar las historias de los tolimenses.

Suministrada / El Nuevo Día
 

La periodista Catalina Suárez Melo quien por siete años trabajó en EL NUEVO DÍA, falleció a los 35 años de edad, en la ciudad de Bogotá, debido a una embolia pulmonar. Según recuerdan sus compañeros, era una mujer que no ‘comía entero’ y que mantenía con sus botas de caucho listas al lado de su escritorio para salir a cubrir una noticia. 

Suministrada / El Nuevo Día

 

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Credito
JUAN CORREDOR

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