La tradición campesina y los vestigios arquitectónicos y culturales que dejó en el Tolima la colonización antioqueña tienen un potencial grande desde lo turístico. Líbano es un buen ejemplo de ello.

El lugar del café en la historia del municipio del norte del Tolima es fundamental. Además de ser la principal fuente de ingresos de sus habitantes, sus tierras, con sus amplios paisajes cafeteros, son reconocidas por producir uno de los mejores frutos del país, habiendo ganado premios de especialidad en varios países.

Esos cafetales ofrecen, al mismo tiempo, la posibilidad de realizar avistamiento de aves, caminatas, senderismo o excursiones a parajes ambientales. La Ranchita de El Líbano, una acogedora posada cafetera, conecta a sus visitantes con todas esas posibilidades.

Uno de los sueños del periodista y escritor libanense José Alberto Mojica y de su pareja, Javier Laiton, era tener un ‘hotelito’ boutique en donde pudieran vivir y recibir a los amigos y a los viajeros. Era un sueño a largo plazo, pensando en el retiro.

“Pero se nos dio la oportunidad: vimos por internet que estaban vendiendo una casa en El Líbano y, como teníamos unos ahorros, fuimos a verla e hicimos el negocio. Y así, poco a poco, fue naciendo La Ranchita”, cuenta.

El lugar, ubicado a tres cuadras del parque principal de El Líbano, está lleno de detalles que evocan la colonización antioqueña que erigió gran parte de esta región del Tolima. Su arquitectura, reconstruida desde ceros sobre una emblemática vivienda del municipio, cuenta buena parte de la historia de uno de los municipios con mayor pasado del departamento.

José Alberto, periodista de El Tiempo desde hace muchos años, cuenta que la casona típica cafetera, de 370 metros cuadrados, estuvo abandonada durante mucho tiempo.

“La casa permaneció abandonada muchos años, después de haber sido vivienda y un asilo de abuelos. Las obras de reconstrucción y remodelación, a cargo del arquitecto Joaquín Paredes, duraron un año, conservando el diseño original de las casonas típicas de nuestro pueblo, de las cuales quedan muy pocas: los pasillos largos y amplios, y el patio —claustro— gigante en la mitad”, cuenta.

En la remodelación se incluyeron coloridos pisos artesanales hechos a la medida, con toques mexicanos; un santuario, una fuente de piedra en el patio y una tarima para eventos que tiene, a lado y lado, en la pared, decenas de materas de las que cuelgan plantas y flores de distintos colores, tamaños y formas.

“Una casa de amigos”

La hospitalidad con el visitante y la cultura cafetera son casi sinónimos. Por eso, en La Ranchita se enorgullecen en decir que no son ni un hotel ni un hostal, sino una casa de amigos donde nadie es forastero.

“Ese es nuestro eslogan. No somos un alojamiento convencional. No les damos las llaves de las habitaciones, y ya. No recibimos huéspedes sino amigos, que pueden disfrutar de los diferentes espacios de nuestra casa. Se arman charlas muy agradables y hasta los llevamos a conocer los cafés y principales atractivos del pueblo y sus alrededores”, agrega.

A toda esa historia de El Líbano se une La Ranchita, siendo casi un nuevo atractivo turístico.

“Muchos visitantes, aunque no se queden con nosotros, nos buscan porque quieren visitarnos y tomarse fotos. Y, por supuesto, nuestra casa siempre tiene sus puertas abiertas. Estamos aliados con los principales operadores, destinos turísticos, cafés y restaurantes de El Líbano, Murillo, Falan e, incluso, las ruinas de Armero. Trabajamos de la mano con otros emprendedores locales”, finaliza.

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