A los niños del planeta

Foto tomada de Internet - el nuevo día
“Un líder político como Mandela aparece en la vida de una nación una vez cada mil años, si la nación es afortunada”, dijo categóricamente el periodista y escritor británico John Carlin, quien tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Nelson Mandela. Era el gran líder moral y político de nuestros tiempos; un gran ser humano

“Cuando éramos niños, recuerda Mandela, la mayor parte del tiempo nos dejaban que nos las arregláramos solos. Nos entreteníamos con juguetes que fabricábamos nosotros mismos. Moldeábamos animales y pájaros con arcilla, hacíamos carritos para bueyes con ramas de árbol. Nuestro campo de juegos era la naturaleza. Las colinas que se alzan sobre Qunu estaban salpicadas de grandes rocas pulidas que convertíamos en nuestra propia montaña rusa.

“Nos sentábamos en piedras planas y nos deslizábamos por la cara de las rocas. Lo hacíamos hasta que teníamos el trasero tan dolorido que casi no podíamos sentarnos. Aprendí a cabalgar montando sobre terneros destetados. Después de haber sido derribado varias veces, uno aprende.

“Un día recibí una lección a manos de un asno rebelde. Habíamos ido subiendo en él por turnos. Cuando me tocó, salté sobre su grupa y el asno dio un brinco, metiéndose en un espino cercano. Bajó la cabeza intentando derribarme, cosa que consiguió, pero no antes de que las espinas me arañaran la cara, poniéndome en vergüenza ante mis amigos”.

Con dignidad

Al igual que los orientales, los africanos tienen un sentido de la dignidad, de lo que los chinos llaman “salvar la cara”, muy desarrollado. Había perdido dignidad ante mis amigos. Aunque había sido derribado por un burro, aprendí que humillar a otra persona es hacerle sufrir un destino innecesariamente cruel. Incluso siendo un niño, intentaba derrotar a mis oponentes sin deshonrarles.

Al igual que todos los niños xhosas, adquirí conocimientos fundamentalmente por medio de la observación. Se esperaba de nosotros que aprendiésemos a través de la imitación y la emulación, no de las preguntas.

Jefatura de tribu

Asistía a una escuela con una única aula, donde estudiaba inglés, xhosa, historia y geografía. Leíamos en inglés y escribíamos las lecciones en pizarrines negros. Nuestros profesores me dedicaron especial atención. Me fue bien en el colegio, no porque fuera listo, sino porque era testarudo. Mi autodisciplina contó con el apoyo de una tía, que revisaba mis deberes todas las noches.

Las dos actividades principales que desarrollé en Mqhekezweni eran la jefatura de la tribu y la iglesia. Ambas doctrinas coexistían en incómoda armonía, aunque desde mi punto de vista no eran antagónicas.

Debido al respeto del que disfrutaba el regente –tanto por parte de los blancos como de los negros- y al poder aparentemente ilimitado que esgrimía, yo veía la función de la jefatura como el centro mismo en torno al que giraba la vida. La importancia y la influencia del cargo impregnaban hasta el último rincón de nuestras vidas y era el principal medio a través del cual uno podía obtener autoridad y posición.

Liderazgo

Las ideas que posteriormente desarrollé acerca del liderazgo se vieron profundamente influidas por el ejemplo del regente y su corte. Aquellos encuentros no se programaban, sino que se convocaban cuando eran necesarios. En ellos se discutían temas de trascendencia, tales como la sequía, la necesidad de reducir el tamaño de los rebaños de vacas, la línea política impuesta por el magistrado o las nuevas leyes dictadas por el gobierno británico. El pueblo thembu era libre de asistir, y muchos de ellos lo hacían, viajando a caballo o a pie.

Como líder, siempre me he atenido a los principios que vi poner en práctica al regente en el Gran Lugar. He intentado escuchar lo que todo el mundo tenía que decir antes de aventurar mi propia opinión. A menudo, ésta representa sencillamente una postura de consenso respecto a lo ya dicho en la reunión. Y no dejo de recordar el axioma del regente: un líder es como un pastor que permanece detrás del rebaño y permite que los más ágiles vayan por delante, tras lo cual, los demás les siguen sin darse cuenta de que en todo momento están siendo dirigidos desde detrás.

Alcanzar la hombría

Cuando tenía dieciséis años, el regente decidió que había llegado la hora de que me convirtiera en un hombre. En la tradición xhosa, esto sólo se lograr de un modo: mediante la circuncisión (procedimiento habitual en el que se extrae quirúrgicamente la piel que recubre la punta del pene). Según las costumbres de mi pueblo, un varón no circunciso no puede heredar la riqueza de su padre, ni casarse, ni oficiar en los rituales de la tribu. Hablar de un hombre xhosa no circunciso es una contradicción en los términos, ya que no es considerado un hombre en absoluto, sino un niño. Para el pueblo xhosa, la circuncisión representa la incorporación formal de los varones a la sociedad. No se trata únicamente del procedimiento quirúrgico, sino que va precedido de un largo y elaborado ritual… para alcanzar la hombría.

Extrayendo oro

Al contrario de lo que sucedería con la mayoría de mis compañeros de circuncisión, mi destino no era trabajar en las minas de oro del Reef. El regente me había dicho en muchas ocasiones que pasar la vida extrayendo oro para el hombre blanco, sin haber aprendido siquiera a escribir mi nombre, no era para mí. Mi destino era convertirme en consejero y para serlo debía recibir una educación.

Durante el viaje al internado de Clarkebuy en el Distrito de Engcobo, el regente me ofreció consejo sobre cómo debía comportarme y sobre mi futuro. Me pidió encarecidamente que mi conducta fuera siempre un motivo de orgullo para él, y le aseguré que así sería”

Tomado de “El largo camino hacia la libertad” Autobiografía de Nelson Mandela.

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