El sentido de la escritura en el aula, un dilema por resolver

Pensar la problemática de la escritura desde la óptica de los maestros implica revisar las concepciones desde las cuales esta se asume y se propone a los estudiantes. Para empezar, habría que tomar consciencia de que en el imaginario de muchos colegas, escribir es una tarea meramente escolar que se plantea con el único propósito de que los estudiantes aprendan a escribir.

Y he ahí el gran dilema, porque en ese contexto, la escritura solo tendría sentido para el maestro, quien de buena fe asume que está cumpliendo con su deber de “enseñar a escribir”.

Pero, como afirma Delia Lerner, “si la escuela enseña a leer y escribir con el único propósito de que los alumnos aprendan a hacerlo, ellos no aprenderán a leer y escribir para cumplir otras finalidades, ésas que la lectura y la escritura cumplen en la vida social”.

En este sentido vale la pena preguntarse por las condiciones en las que se produce el acto de escribir, en la vida real. Es claro que escribimos con distintos propósitos: para registrar algo que no queremos olvidar, para hacer una solicitud, para expresar nuestro descontento, para convencer a alguien de nuestro punto de vista, para tocar el corazón , para felicitar, para invitar, para enamorar…

En ese orden de ideas, la escritura se constituye en una práctica social plena de sentido; en un instrumento poderoso que logra efectos reales en un destinatario real: se escribe para algo y para alguien; se escribe para ser leído. No obstante, en el contexto escolar, comúnmente, la escritura pierde ese estatus y se convierte en otra tarea máspor calificar.

El dilema adquiere dimensiones colosales si se tiene en cuenta, que más allá de las fronteras escolares, la escritura, al igual que la lectura, cobran sentido en la medida en se constituyen en condiciones claves para la formación de ciudadanos capaces de superar el silencio cultural, de pronunciarse frente a la realidad social y política y de esta manera ejercer el derecho legítimo de participar en la construcción de verdaderas democracias.

No se trata entonces de formar “escribidores” competentes, sino ciudadanos pensantes. El cómo lograrlo se irá dilucidando, en la medida en que se vayan haciendo claras otras concepciones relacionadas con el trabajo con la escritura en las aulas.

Credito
EL NUEVO DÍA

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