Jaime Corredor Arjona: Con los sueños intactos (Fragmento)

Crédito: Suministradas / EL NUEVO DÍAJaime fue de los primeros bachilleres del Colegio Nacional San Bartolomé, de Bogotá.
Publicamos un fragmento de la crónica escrita por Camilo González Pacheco, publicada en 2015 en el volumen II de la serie Tolimenses que dejan huella, editada por la Universidad de Ibagué.
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“Rojo, collarejo, liberal o hijueputa que pase el río se muere”: Amenazaba el panfleto que el ingeniero Jaime Corredor Arjona entregó al gobernador Darío Echandía, y que había sido dejado por bandoleros al lado del cadáver de un obrero que participaba en la construcción de la carretera –dirigida por Corredor Arjona– del municipio liberal del Líbano al municipio conservador de Villahermosa. Echandía leyó en silencio el texto del volante, y con acento lento y profundamente tolimense respondió: “En algunos casos esos sinónimos son ciertos, pero suspendamos la construcción de la carretera”.

Con esta anécdota empezamos la presente crónica con Jaime Corredor Arjona sobre su vida, obra y milagros, sentados cómodamente en el estudio de su apartamento, ubicado en el cuarto piso del edificio que se encuentra en el costado nororiental del emblemático Parque Murillo Toro, corazón antiguo de la ciudad de Ibagué, lugar donde, según opinan varios de sus amigos, se toma el mejor whisky de la zona centro del país.

En el día, el estudio está en permanente contraste de luces y sombras; de noche, es sereno y acogedor. Allí encontramos una foto de su esposa Cecilia Londoño, en la que ella mira desde cualquier lugar del mundo un horizonte impreciso; otra, de su hija Martha Corredor al lado del papa San Juan Pablo II, y la del cura Camilo Torres con los hijos de Jaime en plena infancia. Libros y, sobre todo, muchos discos de acetato atiborrados en la parte baja de la biblioteca. Nuestro personaje tiene la bien ganada fama de ser un gran melómano. Conocedor como nadie de óperas y boleros, amante de la música clásica, caribeña y popular, entendiendo, como lo afirman quienes conocen del tema, que la calidad de la música clásica implica cautivar a gentes de variadas tradiciones culturales y de muchos siglos, y que la popular, claro está, también es culta. De ahí, la diversidad de amantes de la música en estos géneros: García Márquez, entre la suite número Uno de chelo de Bach y las canciones de Escalona y Manzanero, como sus favoritas; y Jaime Corredor, entre la novena sinfonía de Beethoven y el bolero Somos, de Mario Clavell.

Jaime sirve el whisky con maestría de barman, sin que en su infancia o juventud hubiese trabajado en estos menesteres: levanta la botella hasta la altura de sus ojos; luego, con una artística y elegante pirueta, deja caer con cuidado y mucha precisión el licor en el respectivo vaso, y ágilmente la baja hasta que el trago queda servido. Como siempre, el tema siguiente consiste en definir por consenso la música que escucharemos. En esta ocasión apostamos por el soberbio solo de violín del segundo acto de la Meditación de Thais, de Massenet, pieza con la que se inicia la jornada. Pero vamos al grano: Jaime, goza de imagen y pinta de próspero empresario, de dedo parado; sin embargo, estudió a puro pulso, o mejor, gracias al pulso y la mano de su madre. Y así lo evidencia: “Mi mamá nos sacó adelante a todos a punta de máquina de coser y bordar encaje inglés, y gracias a ella estudié en el mejor colegio de bachillerato de Bogotá y en la mejor universidad de Colombia”, remata con una expresiva y sencilla sonrisa.

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Visita de Darío Echandía a la construcción de la carretera Líbano-Villahermosa. En la foto con Jaime Corredor Arjona, Alfonso Jaramillo Salazar y otros. Álbum familiar de Jaime Corredor Arjona.

 

Su ascendencia y formación

Corredor goza de un privilegio de pocos colombianos: el de ser de los primeros bachilleres del Colegio Nacional San Bartolomé, de Bogotá, e ingeniero Civil de la Universidad Nacional. Hace varios años no practica su profesión. Cuando la ejerció, construyó en 1983 –entre otros muchos– este inmueble donde nos encontramos, lugar actual de su residencia.

Antes, por allá en el año de 1976, vivió en una especie de casa finca, por lo grande, ubicada en Interlaken, y también construida por él, en la carrera Novena o avenida Guabinal entre las calles 18 y 19, más conocida en la actualidad por ser la sede del Jardín Infantil Marañacos. En esa casa –de Marañacos– creció la familia Corredor Londoño, conformada por Jaime, su esposa Cecilia, y sus hijos Luis Jaime, Germán Augusto, María del Pilar, Laura Constanza y Martha Cecilia.

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Camilo Torres con los hijos de Jaime: Martica, Luis Jaime, Tata, Germán y María del Pilar. Álbum familiar de Jaime Corredor Arjona.

 

Jaime Corredor Arjona nació en La Pola, barrio pequeño y de clase media, donde los vientos que llegaban del cercano Nevado del Tolima lo tornaban en esas épocas frío en la madrugada y la mañana. De casas grandes, muchas de ellas con sembrados interiores de hortalizas. Tiempos aquellos en que el Cementerio estaba ubicado en la carrera Tercera con Calle 21, y el Comando del Ejército en la carrera Tercera entre las calles 14 y 15 de la nomenclatura actual.

El padre de Corredor, Jaime Corredor Castañeda, era de ascendencia boyacense. La madre, Laura Arjona, se ufanaba –afirma Jaime– de ser de clara estirpe tolimense y para comprobarlo ponía sobre la mesa su segundo apellido: Esponda.

En efecto, ella era nieta de Belisario Esponda, quien en 1900 era propietario de las haciendas El Escobal y El Aceituno, y pariente del ilustre director de la Academia de la Lengua, Eduardo Guzmán Esponda, con quien compartían el privilegio de la longevidad, por cuanto Eduardo murió a los 99 años y Laura a los 102.

Y de seguro, Jaime no se quedará atrás en esa competencia. Jaime guarda un eterno agradecimiento con Guzmán Esponda, ya que gracias a su colaboración se pudo traer por primera vez de Estados Unidos a Colombia la penicilina y lograr salvar a Jaime Corredor de una muerte segura y temprana –cursaba cuarto de bachillerato– cuando una septicemia casi se lo lleva en pocos días en vuelo directo a la eternidad.

Era de tal gravedad la enfermedad, que sus compañeros alcanzaron a recolectar el dinero suficiente para comprar una corona fúnebre: se perdió esa platica. Jaime reclama el honor no muy grande, y además poco placentero, de haber sido el paciente que estrenó la penicilina en Colombia.

 

 

 

Su aporte en la transformación urbanística de la ciudad

¿Ibagué, cuándo dejó de ser pueblito para convertirse en una ciudad intermedia?, pregunto. “Esa transformación urbanística ocurrió principalmente a partir de mediados de la década del cincuenta del siglo pasado”, contesta sin pensarlo dos veces, y en ese proceso aportó en buena medida el ingeniero Corredor Arjona, quien, entre otras obras, construyó los siguientes edificios: Jorge E. Castilla (calle 17 con carrera Tercera), Beneficencia (calle 12 entre Segunda y Tercera), el ubicado en la esquina de la carrera Tercera con calle 11, el antiguo Almacén Ley, el Hotel Ambalá, el Círculo de Ibagué, la torre del Palacio de Justicia (carrera Segunda entre calles Octava y Novena), el de Corfitolima (calle 11, esquina, con carrera Cuarta), la estructura del Edificio de Bancolombia (carrera Tercera con calle 15). También construyó las piscinas olímpicas y el Coliseo, en la 42 entre Cuarta y Quinta, y la cárcel de Picaleña. Igualmente, realizó la interventoría en la construcción del Edificio del Banco de la República (calle 11 entre Tercera y Cuarta).

En el lote que existía en esta esquina, calle 11 con carrera Tercera, Jaime Corredor construyó el edificio de apartamentos dúplex y locales, que aparece a la derecha. Hacia abajo, construyó dos edificios de apartamentos, garajes y el local que utilizó el Almacén Ley. Al otro lado, hacia la carrera Segunda construyó el Hotel Ambalá. La estructura del frente se desplomó con el incendio del Almacén Ley.

Pero no toda su huella constructora está impresa en Ibagué: edificó el Hotel en Hidroprado, las viviendas para los ingenieros alemanes y la casa de máquinas de la represa. También realizó planes de vivienda con la Pastoral Social en Lérida, Mariquita, Ambalema y Honda. Además, obras fuera del Tolima, como el edificio de la Caja Agraria de Armenia.

Jaime recuerda con aprecio especial algunas de sus obras, entre ellas, el edificio de Corfiltolima, donde dialogamos, y la represa de la Hacienda Leticia, un poco más adelante de El Salado, en la vía Ibagué-Alvarado. Vale la pena recordar que Jaime Corredor fundó en 1958 la Sociedad Tolimense de Ingenieros e igualmente la Caja de Compensación Familiar de la Sociedad de Ingenieros, Cafastia.

En cuanto a sociedades y fundaciones, tampoco debemos olvidar que en 1959 promovió y participó en la creación del Club Rotario, donde ejerció como primer secretario.

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Edificio de la Beneficencia. Esquina calle 11 con Carrera 3ª. Archivo profesional de Jaime Corredor Arjona

 

 

FRASE

“Mi mamá nos sacó adelante a todos a punta de máquina de coser y bordar encaje inglés, y gracias a ella estudié en el mejor colegio de bachillerato de Bogotá y en la mejor universidad de Colombia”,

 

DATO:

La crónica completa se puede leer en el enlace: https://repositorio.unibague.edu.co/handle/20.500.12313/133

 

DATO:

Fue el primer paciente en usar la penicilina en el  país.

 

 

Credito
CAMILO GONZÁLEZ PACHECO

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