‘Relatos de guerra y reconciliación: Una experiencia de escritura académica’

Crédito: Suministrada - EL NUEVO DÍA
Este libro, producto de un proceso en el aula que registra el trabajo de estudiantes de la Unibagué, y que fue lanzado este año en la Feria Internacional del Libro, tendrá una serie de entregas para los lectores del ‘Diario de los tolimenses’.
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*Viví una toma guerrillera

Por: Fabio Alejandro Parra Gómez

Estudiante de Mercadeo

Mi historia de vida se asemeja a la de muchos colombianos contemporáneos, víctimas directas del conflicto armado. Provengo de la localidad de Herrera, corregimiento de Rioblanco, ubicado en el sur del Tolima, exactamente a nueve horas de la ciudad capital, Ibagué. Desde que tengo memoria, esta pequeña población de tan solo cuatro mil habitantes, y con escasos quinientos kilómetros cuadrados, fue el centro de concentración de algunos frentes de la guerrilla de las Farc durante casi doce años. Esto trajo consigo la mala fama de ser zona roja, imagen que ha perdurado por algunos años hasta antes del Acuerdo de paz con este grupo insurgente.

Crecí en una familia de clase media, junto a mis tres hermanos mayores, quienes ayudaban a mi papá en una tienda de nuestra propiedad. Recuerdo que para comienzos del mes de junio de 2008, se murmuraba que la guerrilla de las Farc tomaría el pueblo como epicentro de ataque, haciendo lo que ellos coloquialmente llamaban limpieza social. Aunque contábamos con la presencia del Ejército, sabíamos que nuestra población sería afectada directamente sin importar si estábamos o no vinculados con algunos de los bandos. Eran momentos de desesperación y angustia que rondaban nuestras mentes con mucha zozobra.

Un día antes del supuesto evento, me encontraba con mi papá en el local comercial haciendo un par de labores rutinarias y le pregunté si realmente lo que se comentaba acerca de la emboscada de la guerrilla era cierto o eran chismes del común. Minutos de suspenso pasaron después de aquella pregunta que me inquietaba y me hacía pensar en lo peor, a la cual mi padre respondió con voz melancólica que nada pasaría mientras hubiese presencia del Ejército.

Pero el día había llegado. Era 8 de junio en horas de la mañana, el sol salía resplandeciente y con este la presencia directa de las Farc en nuestro corregimiento. Estaba junto a mi padre en la tienda, cuando de repente sonaron siete disparos; miré a mi padre y recordé lo que me había dicho el día anterior acerca del Ejército y su compromiso con la población. Pero parecía que la fuerza pública no tenía ni voz ni voto en este momento tan crucial para los residentes, pues ni siquiera estaban presentes en el pueblo y se habían marchado la noche anterior por órdenes de sus superiores.

Junto a mi padre nos dirigimos hacia la puerta principal del local, cuando de repente se acercó un miliciano preguntando de manera grotesca que de quién era la moto que estaba parqueada al frente de nosotros; yo le respondí, con mucho temor, que era de nuestra propiedad. Muy exaltado y con palabras soeces, el guerrillero expresó que necesitaba que alguien lo movilizara hasta cierto punto del pueblo. Con voz de pánico, mi padre le manifestó que la moto se encontraba dañada y que además no tenía gasolina. Para nuestra suerte, el comandante del frente llamó al guerrillero que tenía la urgencia y este se marchó.

Finalmente, a eso de las doce del mediodía, las Farc abandonaron el corregimiento mientras todo el comercio había cerrado sus puertas por miedo. En horas de la tarde, sobre las cuatro, el comercio se restableció y aparentemente todo volvía a la normalidad. Sin embargo, los herrerunos temían por sus vidas y por la de sus familiares. Nos dimos cuenta de que los siete disparos que habíamos escuchado correspondían a tres personas asesinadas en un puente cercano que conecta la población con la vereda Campo Hermoso.

Pero algo curioso pasó. Sobre las cuatro y media de la tarde, notamos la presencia de soldados rondando el pueblo; quedaba en evidencia que se había formado una alianza entre los guerrilleros y el Ejército para que ambos bandos salieran ilesos del suceso. En el transcurso de la semana, las Farc asesinaron a más de diez personas, como mujeres que habían tenido nexos con el Ejército, e incluso personas que habían saludado de mano a los uniformados. Además, ajusticiaron personas tildadas de sapos porque supuestamente hacían parte del escuadrón de inteligencia del Ejército. Para suerte de los residentes, esa fue la última tragedia cometida hasta la fecha.

Pasaron los años, y hoy se nota una evolución significativa en la región. Esta tierra se caracteriza por ser una región cafetera, principalmente, y la población se encuentra en el más alto nivel de desarrollo socioeconómico. Por mi parte, terminé el bachillerato con honores, actualmente me encuentro terminando la carrera de Arquitectura en la Universidad de Ibagué y curso el noveno semestre.

¿Por qué decidí escribir sobre esta historia?

Se trata del testimonio de mi amigo personal, quien ha vivido muchos momentos de tensión debido a la guerra reciente que ha agobiado a nuestro país.

*Una llamada del infierno

Por: Gustavo Alejandro París Varón

Estudiante de Derecho

Todo sucedió en una fría noche de diciembre, alrededor de las doce. Esperaba la llamada de mi hija, con noticias de su óptima llegada a Ibagué (Tolima), pero no preveía lo que oiría en esa llamada. Con voz entrecortada y con un esfuerzo por detener el llanto, me dijo: “Mamá, me secuestró la guerrilla”. Al comienzo no podía creerlo, pero después se me heló la sangre y supe que sería el inicio de un infierno que duraría 18 meses.

En aquel momento me veía envuelta en un aura de misterio, porque era apenas el primer contacto que tendría con ella en esa situación. Se me hizo raro que se comunicaran tan rápido, puesto que las noticias de secuestro las daban un mes después; sin embargo, en ese momento solo podía pensar en todo lo que le podría ocurrir a mi hija en cautiverio, y el incontable número de daños a los que se vería expuesta.

Aunque este hecho ocurrió de un momento a otro, sería algo que cambiaría y afectaría nuestras vidas radicalmente. Tuvimos que buscar dinero de todos lados para pagar el rescate, vender cosas y trabajar más, porque la suma de la extorsión era alta. La cantidad de bienes que exigían era algo que escapaba de nuestras posibilidades. Con cada llamada que recibíamos, los extorsionadores de las Farc se volvían más duros y exigentes respecto al dinero, lo que nos llevó a pensar que sería imposible su rescate.

A pesar del miedo que originaba esa situación, yo me apoyaba en el amor y el perdón. Después de las numerosas llamadas de las Farc, que exigían el dinero a cambio de su libertad, me dirigía a rezar y pedir por la total sabiduría de aquellos hombres, sin importar el daño causado. Siempre pensaba que en un hipotético caso de encuentro con estos sujetos, solo les daría un abrazo y les daría las gracias por no asesinar a mi hija y dejar las armas.

Hoy, 17 años después, vivo en Ibagué con mi hija y mis nietos. Intento dejar de lado aquellos terroríficos momentos de zozobra. Me afiancé a Dios y pude estructurar mi familia de nuevo, aunque claramente el recuerdo de aquel infierno siempre quedará. Considero que con esta experiencia reforcé mi idea de que el amor y perdón serán infinitamente superiores al odio y venganza.

¿Por qué decidí escribir sobre esta historia?

La protagonista es una amiga muy cercana de mi familia, de quien conozco los esfuerzos que hizo para recuperar a su hija como muestra de amor materno. Aunque cuando ocurrieron los hechos yo aún no había nacido, cuando conocí la historia surgió en mí una curiosidad por saber más sobre ello.

Credito
EL NUEVO DÍA

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