Diez años después del secuestro de los 12 diputados del Valle

EL PAÍS - COLPRENSA
Sus familias anhelan que los hechos jamás se olviden para evitar que la tragedia se repita. Historias de duelos inconclusos.

Las familias se desintegraron. Llegó un momento en que cada miembro decidió seguir su camino, solo. Esposas por un lado, madres, hermanos, por otro. Algunos viajaron al exterior o a Bogotá, además. La mayoría, incluso los que se quedaron, se fueron convirtiendo en islas: yo acá en mi casa, con mis hijos; tú allá en tu casa, con los tuyos. Te llamo, claro. Te visito pero solo un par de horas y en fechas especiales. Ya no como antes. Ya no eso de almorzar juntos cada fin de semana, salir en grupo de paseo, planear Navidad, las vacaciones. 

Fue un aislamiento inconsciente, progresivo. Y no se debió - aclara Fabiola Perdomo, lo confirma Gaby Sánchez, lo señala Diego Quintero - a peleas, roces irreconciliables, no. Lo que pasa es que el secuestro hace eso, desintegra familias. El secuestro, pero sobre todo la muerte.

Justo hace diez años, el 11 de abril de 2002, la guerrilla de las Farc plagió a doce diputados del Valle. En el grupo iban Sigifredo López y Rufino Varela; Carlos Barragán y Jairo Hoyos; Alberto Quintero y Juan Carlos Narváez; Edison Pérez y Nacianceno Orozco; Carlos Charry y Francisco Giraldo; Ramiro Echeverri y Héctor Fabio Arizmendi.

Fue, para las autoridades de la época, un golpe vergonzoso. Eran las 10:00 de la mañana y los guerrilleros ya estaban en la Asamblea Departamental, en pleno centro de Cali. Se hicieron pasar por soldados. Dijeron que la guerrilla había puesto una bomba en el edificio y otra muy cerca, en la Gobernación. Dieron la orden de evacuar. 

Los diputados, ante tremenda noticia, salieron por la puerta de un sótano, se montaron no en una tanqueta de la policía, no en un vehículo militar sino en un bus que, no tenían idea, era conducido por sus verdugos. Después de unos minutos de recorrido, mientras los filmaban, un guerrillero, alias J.J, les dijo lo que para ese momento ya era evidente. Estaban secuestrados. 

Solo uno de ellos regresó con vida, Sigifredo. Los otros fueron asesinados en la selva. Justo en un par de meses, el 18 de junio exactamente, se conmemoran 5 años de ese acto de barbarie.

Entonces sí, con el tiempo las familias de los diputados se aislaron. Y eso, dice Fabiola Perdomo, quien fue esposa de Juan Carlos Narváez, se debió, entre otras cosas, a que el Estado los dejó solos. No hubo, por ejemplo, un acompañamiento psicológico permanente después de la muerte de sus seres queridos. Lo reclama Fabiola, también Gaby Sánchez, esposa de Carlos Charry, Olga Betancourt, hermana media de Nacianceno Orozco.

Quizá eso, una guía profesional, hubiera evitado que las familias se desintegraran. Porque sucede que cada diputado era el eje de su clan. Alrededor de ellos se unían las familias. Eran los puentes entre sus hijos y los abuelos paternos, entre sus esposas y sus propios padres. Programaban, además, los encuentros en el Día de la Madre, en fin de año, el sábado en la tarde. Entonces las familias no supieron cómo suplir esa figura, no supieron. A lo mejor la ayuda psicológica hubiera servido para ello, mantener los lazos sólidos, la unidad. 

Pero sin duda ese respaldo profesional también hubiera evitado, en parte, lo que aún ocurre: el duelo por lo sucedido sigue inconcluso en las familias. Diego Quintero, hermano del diputado Alberto Quintero, cuenta que algunas de sus hermanas aún padecen de problemas de salud generados por el secuestro y muerte de su ser querido; Consuelo Meza, quien fue esposa del diputado Héctor Fabio Arizmendi, dice que a veces, en la madrugada, piensa que su esposo retornará a casa, que el cuerpo que le entregaron no era el de Héctor Fabio; Gaby Sánchez y Fabiola Perdomo explican además que cuando en el país se habla de liberaciones de secuestrados se remueven sentimientos y se afectan ellas, pero sobre todo los hijos. Lo confirmaron Laura y Carolina Charry, las hijas del diputado Carlos Charry: que en Colombia liberen secuestrados es alegría por supuesto, pero también desconsuelo, rabia, porque ellas no pudieron volver a estar con papá, esa posibilidad les fue cortada de tajo por los asesinos. 

Entonces el duelo, aunque se ha progresado, sigue abierto. Y eso se debe también a que no ha habido reparación para ellos, las víctimas. Esa reparación no se ha dado, explican, porque para lograrla se requiere, primero, de justicia. Y justicia tampoco ha habido. Este es el día en que las familias no tienen idea en qué va el proceso judicial por la muerte de los diputados. No conocen los nombres de los victimarios. Claro, las Farc, pero eso no es suficiente. Para reparar, para sanar heridas, dicen, se requiere de la verdad completa de lo que pasó en la selva, la identidad de los verdugos, pero de nada de aquello hay certezas. Hay, sí, rumores, versiones no confirmadas, no esclarecidas. Que los diputados fueron asesinados por error, que hubo un enfrentamiento entre la guerrilla... rumores. 

Entonces, ¿cómo hablar de reconciliación - dicen los miembros de las familias -, si no tienen con quién reconciliarse, no conocen las identidades, las caras de los asesinos? ¿Cómo sanar si aún tienen muchas preguntas que deben ser respondidas por quienes dispararon?

Para cerrar ese capítulo, insisten, necesitan la verdad. Sigifredo contó la suya, lo que él vivió, pero no es suficiente, no es suficiente. 

Una parte de esa verdad requerida está en los objetos personales que tenían los diputados durante su secuestro. Cartas, poemas, canciones, dibujos, una artesanía quizá. Conocer esas pertenencias, tenerlas, ayudaría a esclarecer los hechos, ayudaría a cerrar el duelo. Pero las Farc no entregaron nada de aquello. Y para concluir el duelo, piensa Fabiola, requieren también que esa guerrilla reconozca públicamente el error que cometieron, pidan perdón. Puede parecer un detalle sin importancia, comenta Fabiola, pero en estos casos no lo es. Que el victimario hable de perdón le ayuda a la víctima a cerrar heridas. Eso tampoco se ha dado. 

Como tampoco se ha dado una reparación económica. Y eso genera un drama que las familias han sorteado en silencio. Porque si, las esposas de los diputados fueron pensionadas y además siguieron trabajando. Entonces, aunque la calidad de vida se redujo - los viajes, las comodidades - lograron salir adelante, costear el estudio de los hijos. No es que tengan una mano adelante y otra atrás, no.

El problema grave lo padecen otros familiares. Hay madres, hermanos, que dependían económicamente de los diputados. Y para ellos la vida sí que ha sido difícil. Algunos tienen una edad avanzada y conseguir un trabajo a estas alturas es una hazaña. Y las esposas no pueden suplir los gastos propios y los de los hijos y además ayudar con el resto de las familias, no pueden, no alcanza el dinero. 

Ahí está otro de los dramas del secuestro, otro drama de las víctimas de la violencia en este país. Son noticia por unos días, los visitan ministros, presidentes, senadores, periodistas, les toman la foto, les ceden el micrófono, pero pasa el tiempo y todos los olvidan. Pasó con las familias de los diputados, ha pasado con algunos de los secuestrados liberados que les prometieron el oro y el moro y ahora andan por ahí, a la deriva. 

Es que este, habla Fabiola, es un país sin memoria, una nación que olvida fácil. Y eso es una condena bien peligrosa. Porque, se sabe, aquel que no conoce su historia, no la recuerda, entonces inevitablemente la repetirá. 

Por eso la importancia de reconstruir la memoria histórica de las víctimas de la violencia. Solo así, con memoria de lo sucedido, se garantiza que la barbarie no vuelva a ocurrir. 

Ahora que se cumplen diez años del secuestro de los diputados, cinco de su muerte, sus familias, entonces, recuerdan los hechos y envían un mensaje: que la sociedad no olvide lo que pasó.

Por eso, también, planean para el próximo 18 de junio un acto que recuerde el asesinato de sus seres queridos. Aquel debe ser una conmemoración, dice Carolina Charry, en la que Colombia repudie el delito del secuestro que tanto dolor ha generado y se le recuerde a las Farc la promesa que hicieron: no secuestrar a más colombianos. Entonces se confirmará que la muerte de los diputados no fue en vano y eso será una suerte de alivio que ayudará a cerrar duelos inconclusos.

Credito
SANTIAGO CRUZ HOYOS - EL PAÍS

Comentarios