Una búsqueda en la oscuridad

Crédito: SUMINISTRADA - EL NUEVO DÍA
Con 80 años de edad, invidente y víctima de la desaparición de su hijo hace 18 años, Rocío del Socorro Henao se sobrepone a la ceguera e ilumina con la luz de su alma el sombrío camino para hallar los restos de Luis Carlos y darle una digna sepultura.
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En las dolorosas cifras de víctimas directas de personas dadas como desaparecidas en Colombia (49.878), figura el nombre de Luis Carlos Ossa Henao, un artesano oriundo del municipio de Puerto Boyacá.

El 20 mayo del 2002, y luego de una alegre celebración del Día de la Madre en el almacén en donde trabajaba junto a su mamá Rocío del Socorro Henao, Luis Carlos viajó a Bogotá a comprar el surtido para el próspero negocio. Esa fecha marcó un viaje sin retorno para él y para su madre, Rocío del Socorro. Ese día es un dolor que la agobia y consume desde hace 18 años.

“Este ha sido un golpe muy duro. A un hijo no lo repara nadie; fue como si me hubieran matado”, afirma Rocío.

Y es que esta mujer, de 80 años de edad, perdió hasta la visión tratando de encontrar a su hijo. Asegura que los médicos no le han diagnosticado una enfermedad o causa científica que justifique el desprendimiento de las retinas que provocaron la oscuridad para unos ojos que han derramado lágrimas de sufrimiento y que reclaman volver a contemplar la imagen de Luis Carlos, aquella que empezó a borrarse por culpa de la violencia cuando apenas tenía 36 años. “Me puse a llorar y a llorar, me quedé dormida y cuando me desperté ya no veía”, recuerda Rocío.

En el año 2014, y luego de haber recorrido las morgues, hospitales, cárceles y cementerios de casi todo el país, una información obtenida en Manizales llevó a Rocío del Socorro al municipio de Calarcá, en el departamento del Quindío.

Preguntó por su paradero en la iglesia y se lo negaron, llegó hasta el cementerio y no hubo manera de comprobar si su información era cierta. Sin otra posibilidad y con la experiencia de haber investigado en tantos otros lugares, no desistió y acudió a la justicia. “El cura me dijo que no estaba en ese cementerio, la Fiscalía también lo negó, pero con una tutela logré que este proceso lo enviaran para la Fiscalía 90 de Medellín”, asegura.

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Cuatro años después, la exhumación de algunos cadáveres que corrieron igual suerte que Luis Carlos no tuvo el resultado esperado para Rocío.

No obstante, para ella hay certeza de que en una de esas fosas y con la señal de NN yacen en ese camposanto los restos del joven comerciante que, de acuerdo a lo investigado por la perseverante madre, fue asesinado en una vereda del municipio cafetero el 2 de octubre del mismo año que desapareció.

Segura de sus averiguaciones y con la esperanza de hallar los restos de su hijo, Rocío se mantiene a la espera de que se ordene una nueva exhumación.

Ha pasado más de un año y sus ojos, a pesar de estar apagados, siguen reclamando con llanto la razón de vivir de los últimos 18 años: que le entreguen los restos de su amado hijo, Luis Carlos. “Yo he estado tocando puertas, asisto a las reuniones de víctimas en Bogotá, en Ibagué, en Armero Guayabal, y hablo y hablo a ver qué me solucionan”, manifiesta.

Desplazada de Puerto Boyacá, actualmente reside en Armero Guayabal, en Tolima, pero se mantiene confinada en Bogotá en donde la sorprendió la pandemia y también la reparación económica por parte de la Unidad para las Víctimas, por hacer parte del grupo de las 131.312 víctimas indirectas, es decir, aquellas personas a quienes les han desaparecido un familiar en primer grado de consanguinidad o civil y que están en la ruta de reparación integral que les otorga el Estado.

Credito
WILLYAM PEÑA GUTIÉRREZ

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