Entre el protocolo inglés y la ‘picardía’ mariquiteña

Crédito: SUMINISTRADA/EL NUEVO DÍA
Yolanda Henao, profesora mariquiteña, comparte una simpática anécdota sucedida en la Mariquita de los años 70 del siglo pasado en esa población del norte, en donde vivía un grupo de ingleses que construyeron el ferrocarril y el cable aéreo.
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El texto hace parte del libro Vivencias y recuerdos, que próximamente saldrá publicado:

Corrían los años veinte del siglo pasado, cuando un puñado de ingleses atraídos por las ricas minas de oro y plata que abundaban en el norte del Tolima decidieron abandonar los fríos londinenses y trasladarse a Colombia, a la cálida población de Mariquita, algunos de ellos trayendo consigo a sus familias, sus enseres, sus sueños e ilusiones. 

Con ellos llegaron días memorables en la construcción del ferrocarril de La Dorada, el cable aéreo Mariquita-Manizales; la explotación de las ricas minas de oro y plata de la región, y a la par los recién llegados construían el cementerio, los campos de golf, de tenis para su esparcimiento y la pila para la recolección de agua que hacía las veces de acueducto. 

Acostumbrados a las comodidades de Inglaterra, una vez instalados en el caluroso poblado tolimense, los ingleses construyeron cerca de la estación del ferrocarril sus hermosas quintas de habitación; eran amplias y aireadas, rodeadas de frondosos árboles y verdes prados; los habitantes de Mariquita cuando pasaban camino a la estación del tren se alcanzaban a imaginar la frescura y el descanso en aquellas grandes casonas blancas de zócalo verde y techo rojo; el hall, las puertas y las ventanas tenían anjeo como mallas protectoras para evitar la visita permanente de los zancudos. 

En los antejardines de exótica vegetación crecían las rosas que habían traído desde su lejana Inglaterra, las mismas que los vecinos solían llamar “rosas de Alejandría”, por su belleza sin par. Todas las Quintas tenían inodoros de pozos sépticos, privilegiadas piezas sanitarias, exclusivas para ellos, pues los habitantes de Mariquita solo podían disponer de las famosas letrinas de hoyo. 

Otro de los beneficios exclusivos de los ingleses eran las neveras, que causaban novedad entre los pocos empleados que podían ingresar a las Quintas. Eran elaboradas en los talleres del ferrocarril, con un compresor de amoniaco, una caja doble, de paredes gruesas, fondo relleno con cisco de café y una tapa cubierta de lámina y baldosín blanco en la que se refugiaba un enorme bloque de hielo para conservar la variedad de alimentos, frutas y verduras, que como el resto del menaje de cocina habían sido traídos de Inglaterra. 

Las Quintas fueron al principio ocupadas por los ingleses y luego por los ingenieros y empleados del ferrocarril; todas estaban numeradas del 1 al 9, para diferenciar las familias que allí moraban, entre otros: Mr. Bercho, Mr. Brando, Mr. Creasse, Mr. Meil, Mr. Milles, Mr. Cooper, Mr. Halan. Los ingleses eran cultos, ordenados, pulcros, distinguidos y elegantes en su vestir, en su andar, en su buen trato con aquellas personas de su particular mundo. Conservaron siempre su estilo y el clima tropical de Mariquita les obligó a usar trajes de lino blanco, que combinaban con las corbatas inglesas, las botas altas, el reloj de cadena; el sombrero de ala ancha de Panamá y para la calle se usaba el sombrero de canotié o de paja tejida; para las ceremonias especiales usaban saco. 

Eran personas muy puntuales, tan exactas como el reloj de pared de la Estación. Sus pasatiempos favoritos eran el golf, el tenis y la lectura; la prensa les llegaba día de por medio y a veces se juntaban el periódico del día anterior con el actual. Tuvieron un trato deferente con el personal trabajador del ferrocarril y de la vía, quienes vivían en los campamentos cercanos a la Estación. A ellos les regalaban, como muestra de cortesía, la dotación de los enseres de aseo necesarios como baldes, escobas, traperos, y en épocas navideñas regalitos a los hijos de los empleados ferroviarios. “Cuando llegaba el tren a la estación salían todos a observarlo y daba la impresión por un momento de encontrarse en una estación inglesa porque se escuchaban órdenes, saludos y parlamentos en ese idioma”. 

Muy a propósito de la tradicional rigurosidad y la exactitud a toda prueba de los ingleses, un mariquiteño de nombre perdido en los recuerdos, nos trae a la memoria una anécdota que sucedió en la casa de la familia Creasse. 

Ellos – los Creasse - habían invitado a unos amigos habitantes de Mariquita a almorzar en su casa que quedaba a dos cuadras de la Estación. La invitación era clara y precisa, en la tarjeta que le hicieron llegar a los visitantes: “Hora: 12m. a 2.p.m.” Es decir, el almuerzo no pasaría más allá de las dos horas prefijadas. La familia invitada llegó a la cita a la hora en punto y ya estaban sus anfitriones Doña Shirley y Mr. Creasse aguardándolos a la puerta de la entrada con sus mejores sonrisas. 

Pasaron luego al comedor en el que cada puesto estaba marcado con el nombre de cada invitado, mientras al fondo se dejaba escuchar el aire clásico de hermosas melodías. Iniciado el almuerzo y mientras proseguía el mismo entre cubiertos de plata, finos manteles, vino, postres y suculentos platos, una de las empleadas de los ingleses que atendía la mesa, previo un guiño cómplice de uno de los invitados, aprovechaba cada retirada del comedor hasta la cocina y pasando por la sala, se disponía a retrasar unos cuantos minutos el reloj de pared, con el ánimo secreto de que los invitados prolongaran un poco más la deliciosa reunión que estaban disfrutando. 

Concluido el almuerzo, pasaron a la biblioteca a tomar un té; y los minutos se prolongaban como siglos ante la sorpresa de Mr. Creasse, que no podía creer cómo el tiempo parecía haberse detenido ante aquella grata visita de sus amigos. 

Así, luego de casi cuatro horas, con el alegre y ruidoso canto de las chicharras, la tarde los sorprendió de pronto y todos rieron en la complicidad de los vinos ante el milagro aquel del tiempo detenido; único capaz de romper por momentos el riguroso horario de los ingleses.

El texto hace parte del libro ‘Vivencias y recuerdos’, que próximamente saldrá publicado.

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REDACCIÓN GENERAL

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