El ‘latido’ de nuestro espíritu

Una tarea que debemos realizar es la de aprender a escuchar las pulsaciones del corazón de Dios.

Un cardiólogo puede decir mucho acerca de nuestra salud. Además, en el área médica, él dispone de muchos aparatos para examinarnos y hacer diagnósticos más exactos de nuestros latidos.

Es obvio que la fuente de vida es el corazón. Pero desde el punto de vista espiritual, además de latir, él impulsa la sangre que nos permite vivir con alegría.

Y aunque cada cabeza es un mundo aparte, podríamos asegurar que el espíritu tiene la magia de ponernos de acuerdo con los demás.

Analice que por la vía de las palabras y de la razón logramos comunicarnos; pero por el trayecto del corazón, así hablemos idiomas distintos, siempre nos vamos a entender.

Cada latido es una manera de decir ‘sí’ a cosas que ningún discurso o estudio científico logra precisar.

El ejemplo de las personas que se gritan cuando están enojadas nos sirve para entender cómo funciona este asunto.

Cuando nos insultamos, ya sea por el estrés o por diferencias personales, nos alejamos; pero cuando hablamos de corazón nos acercamos y somos capaces de perdonar.

Sin embargo, ¿Qué tan atado tenemos nuestro corazón a Dios?

Planteo el interrogante porque siempre he creído que si estamos junto al Creador, podemos aprender lecciones de todas las situaciones que nos ocurran, sean ‘buenas’ o ‘malas’.

 

¿Cómo lo logramos?

Buscando con ahínco al Señor y aprendiendo ‘día a día’ de su Palabra.

En medio de la cotidianidad y más allá de las angustias que nos agobien, necesitamos aprender a escuchar las pulsaciones del corazón de Dios.

Algunos logran oírlo a través de la oración o de la meditación.

También en el mismo silencio escucharemos su voz, pues en la quietud del alma se puede lograr una mayor sintonía celestial.

Dios nos solicita amor, solidaridad, entrega y disposición para asumir el bello arte de vivir.

Si llegamos a conocer mejor a nuestros amigos compartiendo experiencias juntos, también podremos tener un encuentro personal con el Altísimo.

No distanciemos nuestro corazón de Dios, porque sin él nos acostumbraremos a gritar hasta por la más simple bobada.

En cambio, si nos dejamos ‘seducir’ por él, podremos experimentar todos los milagros que llegarán a nuestra vida.

Credito
Euclides Kilô Ardila

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