La “infatuación del jefe”, un fenómeno desconsiderado, cruel e indignante

ARCHIVO - EL NUEVO DÍA
Cuando los ejecutivos “se enamoran” de un empleado y lo promueven demasiado están asegurando el desastre.

X es un CEO impresionante, que da un poco de miedo. Es bien conocido. Y es un hombre relativamente joven e inteligente que trabaja para su empresa. No es conocido, a menos que uno también trabaje allí, en cuyo caso, sólo escuchar su nombre causa el rechinar los dientes.

Cuando Y fue contratado hace como tres años, X quedó de inmediato encantado, decidió que era un hombre con talento extraordinario y enseguida Y fue nombrado en la dirección de un departamento importante. Porque Y no tiene ni la experiencia ni la personalidad para el puesto, no deja de meter la pata.

Varios colegas de alto nivel han protestado. Pero han sido callados. El director ejecutivo no puede ni quiere ver que su protegido es un fracaso. Está demasiado cautivado.

Esta historia, que yo he tenido que modificar un poco para no meterme en problemas, ocurre a diario, pero no es una cuestión que los expertos en liderazgo discuten alguna vez. En vez, se obsesionan con las parcialidades inconscientes -la última moda en como todos los administradores toman malas decisiones sobre las personas- y despachan los ejecutivos a cursos de entrenamiento para tratar de conquistar sus prejuicios sutiles y profundos. Pero nadie parece preocuparse por lo que pasa cuando la parcialidad de un jefe no es ni sutil ni profunda sino indignante, y a la vista de todos, excepto la del mismo jefe, quien está ciego ante su propia parcialidad y en vez se felicita por su presciencia (conocimiento de cosas futuras) en reconocer a alguien tan extraordinario.

El síndrome, que es un defecto de carácter en muchos de los mejores administradores del mundo, necesita un nombre y por eso le estoy llamando ‘infatuación del jefe.’ Es cuando un ejecutivo queda fascinado por alguien, pierde todo el juicio, se niega a escuchar y asegura que llegará el desastre.

Una versión de esto se manifestó hace poco entre David Cameron y Camila Batmanghelidjh. El primer Ministro quedó fascinado con la hipnotizante directora con turbante arcoíris de Kids Company. Grandes cantidades de efectivo se donaron a su empresa filantrópica y los funcionarios hicieron preguntas. Pero no pasó nada sino hasta cuando las cosas iban tan espectacularmente mal que se suspendieron las relaciones.

Yo descubrí el fenómeno de la “infatuación del jefe” hace más de 30 años, cuando yo misma fui el objeto del afecto. Se fijó en mí un jefe malhumorado a quien se le metió en la cabeza que yo era totalmente maravillosa. Me dio un trabajo que yo no tenía ni idea de cómo hacer, y a pesar de mi desempeño manifiestamente indiferente, me aseguró que todo lo que hacía era brillante.

De cierto modo, eso era agradable, ya que me vuelvo tonta cuando me dicen que soy un genio. Lo que no era tan agradable era el sentirme sobrepromovida, y, lo que era aún menos agradable, era lo mal que yo les caía a mis colegas. No tengo idea de cómo hubiera terminado: el hombre en cuestión fue despedido por una serie de delitos menores y yo misma me fui poco después.

Desde entonces me ha interesado el fenómeno de la infatuación del jefe y he tratado de llegar a algunas conclusiones.

Primero, tiene poco que ver con el sexo, y todo que ver con el poder. Los objetos de la infatuación de hombres poderosos pueden ser hombres o mujeres. Segundo, es tan arbitrario como el amor de verdad. A veces a un hombre mayor le fascina alguien quien le recuerda a sí mismo; pero a veces el objeto de la infatuación es muy diferente. A veces el predilecto es brillante. A veces son una carga. La mayoría son una combinación de ambas cosas.

En muchos casos el objeto ha provocado la infatuación gracias a una brillante campaña de adulación. (Quien no crea que la adulación no funciona debería leer una entrada de blog escrita por Marshall Goldsmith sobre el amor que sentimos por nuestros perros, que son los aduladores más exitosos jamás inventados).

Pero algunos objetos de la infatuación nunca invitaron tal atención. Se me ocurre uno que yo conocía, quien era gruñón, taciturno y veía todo el poder con gran sospecha, y, sin embargo, era adorado por su jefe que lo malcriaba.

Igual que el amor verdadero, la infatuación del jefe es ciega. Peor aún, una vez que el jefe ha designado públicamente que el objeto de su infatuación es digno de una promoción, su orgullo está en juego. El objeto de su infatuación tiene que ser bueno; nada más es aceptable. Todas las señales de peligro se ignoran, la verdad sólo sale a relucir cuando es demasiado tarde. Entonces las consecuencias de la infatuación son crueles: el antiguo ser amado recibe ira y desdén y generalmente termina siendo despedido.

Lo más preocupante de este fenómeno es que no hay respuesta. No se les pueden prohibir las infatuaciones a los ejecutivos como no se les pueden prohibir a los adolescentes. Lo único que se puede hacer es fijarse en quiénes tienen esa tendencia, y estar advertido.

En la total ausencia de estudios y basada sólo en mi propia observación, yo diría que los más propensos a las infatuaciones son los que tienen absoluta confianza en su propio juicio, tienden a ser algo aislados y son fuertes y carismáticos. Lo cual no resulta ser muy útil; se trata simplemente de las personas que llegan a la cima.

Credito
FINANCIAL TIMES

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