Los rostros de la guerra

Los episodios de guerra en Colombia tienden a provocar un inquietante estado de indiferencia en la mayoría de los colombianos.

Día a día, el rosario de víctimas es registrado como una fría estadística, un dato más de bajas y heridos. Sin embargo, de vez en cuando ocurre un hecho que estremece al país y deja al descubierto que en las zonas de combate se pierden valiosas vidas, seres de carne y hueso.

A las 3 y 15 de la tarde del lunes 20 de febrero, en el corregimiento de El Palo, zona rural de Caloto, Cauca, ocurrió un hecho que momentáneamente le puso cara al conflicto armado. Un ‘tatuco’ (un mortero artesanal usado por las Farc) impactó entre un carro blindado del Ejército y una humilde vivienda en donde estaban tres militares: el mayor Dixon Giuliano Castrillón Gómez, el soldado profesional Mauricio Botero Castro y el cabo primero Luis Enrique Rojas Carrero.


Sin embargo, este ataque no pasó al anonimato como muchos más, en parte porque las acciones heroicas de los uniformados -que luego se conocieron- tocaron el corazón de los televidentes, y en parte porque algunos periodistas llegaron hasta el lugar de los hechos, conversaron con ellos y los captaron en acción, minutos antes de morir. Uno de ellos fue el fotógrafo Carlos Julio Martínez, quien retrató los últimos momentos del mayor Castrillón.


Su conmovedor final comenzó el miércoles 8 de febrero. Ese día, desde la parte alta de la montaña, los guerrilleros dispararon contra una patrulla militar que avanzaba por allí. Los soldados reaccionaron con rapidez e hirieron a un insurgente que cayó a la maleza aferrado a su fusil. El soldado Botero, que hacía las veces de enfermero de combate, corrió a socorrerlo. “Tranquilo, mijo, que ya lo vamos a ayudar, tranquilo”, le dijo a su contrincante, que en ese momento se mostraba aturdido.


El guerrillero, bañado en sangre de la cintura para abajo, parecía irse de este mundo, así que el soldado Botero le imploró: “No cierre los ojos, mijo. Tranquilo. ¿Dónde está la herida?”, le dijo mientras sacaba gasas para limpiarlo y se acomodaba algunos elementos quirúrgicos. La escena, grabada por el Ejército, fue difundida por los noticieros de televisión para mostrar el respeto que Botero tuvo por su enemigo.

El Ejército reportó además que, en su intento de brindarle los primeros auxilios, Botero se jugó la vida, pues la guerrilla seguía disparándole sin importar que pudiera impactar a su propio compañero de militancia. Luego, el herido fue sacado en helicóptero y llevado a la clínica Valle del Lili donde se recupera.

En cambio, el soldado enfermero de 25 años apenas tuvo tiempo para llamar a sus familiares a Montenegro, Quindío. Les informó que estaba bien y que debía colgar para regresar al campo de batalla. Su hermano Luis Hernando recibió la breve comunicación y lo felicitó por su heroica acción. Botero colgó y se puso a disposición del mayor Castrillón, de 35 años. El oficial ordenó desplegar la tropa por la carretera para desde allí iniciar el avance hacia la parte alta de las montañas.


Durante diez días hubo leves hostigamientos. El pasado lunes, desde temprano, el fuego arreció. La noticia se regó como pólvora y en menos de dos horas llegaron los distintos equipos periodísticos enviados desde Cali. Entonces las cámaras enfocaron a este oficial que con serenidad les pidió protegerse: “Muchachos, no se hagan en la carretera porque pueden sufrir riesgos”, les dijo en medio del estruendo del ataque. Su petición contradecía su propio comportamiento, pues él permanecía allí, en el asfalto, instruyendo a sus tropas. Ordenó evacuar a los habitantes de sus casas, dispersas a lado y lado de la vía. “El riesgo de ser blanco de los ‘tatucos’ es inminente”, les explicó el mayor.


“Entre los tiros y las explosiones, un artefacto cayó a unos 40 metros en la longitud exacta de donde nos encontrábamos. La situación era realmente grave: los guerrilleros ya tenían calculada la distancia de su objetivo y seguro en el próximo lanzamiento, darían en el blanco”, recuerda el fotógrafo Carlos Julio Martínez.


El comunicador se asombró aún más al ver la decisión del mayor Castrillón: “Ellos están furiosos porque les estamos dañando el negocio del narcotráfico. Allá arriba tienen varios camiones cargados con droga y marihuana; los narcos que les pagan presionan a las Farc para que saquen el cargamento, por eso nos atacan, pero de aquí no nos movemos. Acá nos quedamos”. El oficial hablaba con una tranquilidad que contrastaba con la delicada situación. “Muchachos, háganse más allá, por favor”, decía en sus mensajes, que fueron grabados y emitidos por los noticieros del mediodía.


Los militares corrían de un lado a otro, el tableteo de los fusiles aumentaba y los pocos civiles que aún quedaban empezaban a huir. Junto al mayor Castrillón se quedaron el cabo Rojas y el soldado enfermero. El mayor, del arma de Infantería, estaba casado con Mónica Delgado Ramírez, con quien tenía dos pequeños hijos. Por un instante mostró a las cámaras orgulloso su argolla de matrimonio. Pero insistió: “Lo importante ahora es proteger a la población civil”.


A las 3 y 15 de la tarde un ‘tatuco’ impactó en el lugar donde ellos se encontraban. Sus compañeros corrieron con la esperanza de poder hacer algo. En minutos fueron trasladados al hospital de Caloto entre gritos de confusión, con los uniformes en jirones y cubiertos de sangre. El soldado Botero y el cabo Rojas llegaron muertos. Al mayor Castrillón lograron reanimarlo, pero su condición era crítica. Un helicóptero llegó para trasladarlo y el país vio a los soldados y enfermeros correr en un agónico esfuerzo. Lo subieron a la nave, pero cuando iba a despegar, falleció. Eran las cinco de la tarde.


Morían tres colombianos más de un conflicto que cumple medio siglo y del que nadie sabe ya cuántos muertos van. Aunque de vez en cuando ocurren hechos como este, en el que queda claro que la guerra no es cuestión de cifras sino de rostros y de vidas valiosas.


Credito
SEMANA.COM

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