Historias cruzadas

Amadas y odiadas, controvertidas, devotas e impredecibles, Íngrid Betancourt y Viviane Morales tienen mucho más en común que haber sido parejas de Carlos Alonso Lucio.

En el torbellino político que desencadenó la confirmación del segundo matrimonio de Viviane Morales con Carlos Alonso Lucio se escucharon todo tipo de opiniones. Ninguna, sin embargo, fue tan particular como la de Íngrid Betancourt. En una entrevista a la revista Bocas, aseguró que “(Viviane) es una mujer con mucho carácter y muy inteligente. Y creo que ella influye mucho, y muy bien, sobre él”. Que Íngrid, quien se retiró de la vida pública y ya no interviene en temas nacionales, se refiriera así a la entonces fiscal era bastante curioso. En especial, porque sus declaraciones tenían un elemento que nadie se había atrevido a defender de frente: su relación con Lucio.

No dejaba de ser una paradoja que las vidas de dos mujeres que han marcado intensamente el acontecer político del país volvieran a cruzarse de esa manera. Y no solamente por el factor Lucio, quien también fue pareja de Betancourt. Desde que comenzaron su carrera pública, hace dos décadas en el Congreso, los medios no han parado de registrar sus vidas al detalle. Ambas han simbolizado una forma diferente de ejercer el poder. Y, aunque fueron en su momento antagonistas, sus historias tienen muchas más coincidencias.


Muchos colombianos recuerdan la imagen combativa de Íngrid Betancourt en el Congreso, una especie de enfant terrible recién llegada de París con el ánimo de revolucionar la política. No tanto así la de Viviane Morales, que era más estudiosa que cercana a los medios. Ambas fueron representantes a la Cámara en uno de los periodos más turbulentos de la política colombiana: el proceso 8.000. Y allí se dieron a conocer desde diferentes orillas. “Mientras Viviane era muy rigurosa, Íngrid era mediática. Su pasión, sus intervenciones y su belleza las convirtieron en las mujeres más prometedoras del Congreso”, cuenta uno de sus compañeros de curul.


Íngrid propinó algunos de los golpes de opinión más fuertes a ese proceso con sus ataques a Ernesto Samper. Pero Viviane dio el golpe definitivo, con una acción de tutela que interpuso cuando la Corte Suprema de Justicia llamó a juicio a los 109 representantes que lo absolvieron. Morales argumentó que un congresista no puede ser perseguido por sus posiciones, la Corte Constitucional le dio la razón y los procesos contra los congresistas fueron archivados.


En medio de esos debates conocieron a Lucio. Íngrid cuenta que le presentaron a ese “hombre reconocido por su intransigencia” en 1994 en una reunión en la casa del congresista Guillermo Martínez Guerra, a la que también asistió María Paulina Espinosa. Según ella, Lucio les propuso hacer un debate sobre la compra de unos fusiles Galil. Los cuatro congresistas estuvieron de acuerdo, se repartieron tareas y el performance en el Congreso fue un éxito. Tanto que los medios los bautizaron como “los mosqueteros”. Pero en pocas semanas, pasaron de acusadores a acusados. La prensa registró que Lucio podía tener interés en el negocio de las armas y que Íngrid tenía una relación con quien perdió la licitación.


Unos meses después, según el libro Íngrid, de Sergio Coronado, la joven política se enamoró de Lucio “con la reprobación cuasigeneral” de la sociedad, en especial de su madre, Yolanda Pulecio. Duraron un tiempo juntos, pero se separaron en medio del proceso 8.000. La relación con Viviane comenzó después y fue más convulsionada. La exfiscal comenzó a salir con él a finales de los 90, después de divorciarse de Luis Gutiérrez, un pastor evangélico y el padre de sus tres hijos. A raíz de ese idilio prohibido, ella dio una entrevista en la que tildó esa relación como un “amor sagrado”. El 15 de diciembre de 2000, confirmaron ese amor en la iglesia Casa sobre la Roca a la que Lucio tuvo que asistir con permiso especial del Inpec, pues estaba recluido en La Picota.


La carrera política de las dos mujeres era bastante prometedora. Para ese momento, ocupaban un privilegiado escaño en la Comisión Primera del Senado. Pero la vida les jugó una mala pasada que las dejó por fuera de la actividad pública durante varios años. El 8 de abril de 2001, Viviane perdió su ojo izquierdo en un trasplante de córnea.


“Esa situación me debilitó tanto que decidí no postularme al Senado para el periodo siguiente”, cuenta Morales en un libro. Se fue un tiempo a Estados Unidos y luego se dedicó a ser profesora de Derecho. Íngrid, quien renunció al Senado para lanzarse a la Presidencia, fue secuestrada el 23 de febrero de 2002. Duró casi siete años en poder de las FarARC.


La explicación para haber podido continuar con sus vidas en ambos casos son sus creencias religiosas. Y a pesar de que llegaron a estas por diferentes vías, pocos personajes públicos han exteriorizado su fe tanto como ellas. Para Viviane, el cristianismo evangélico es parte estructural no sólo de su vida privada, sino también de sus convicciones políticas y profesionales. Por eso sus allegados no se sorprendieron cuando en el proceso de elección de fiscal citó ante la Corte Suprema al profeta Isaías, ni cuando en su discurso de renuncia calificó su labor en la entidad “como una misión sagrada”.


La devoción de Íngrid, al contrario, comenzó en el secuestro, después de que el Mono Jojoy le regaló una Biblia “que me cambió la vida”, como contó ella en una entrevista. En la selva la leyó completa una y otra vez. Y en estos últimos años ha cumplido la promesa que hizo a la Virgen de Lourdes y al Sagrado Corazón de peregrinar a sus templos una vez recobrara la libertad. Hoy estudia Teología y Griego antiguo, en la Universidad de Oxford.


Lo que ha sucedido después de estos episodios es bastante conocido. Íngrid fue rescatada en una operación militar de película y su popularidad en Colombia se disparó. Pero cayó a pique, luego de presentar una demanda contra el Estado por nueve mil millones de pesos. Y su vida privada fue portada de varias revistas cuando se hizo público el complejo proceso de divorcio que adelantó con Juan Carlos Lecompte. Y aunque en la revista Bocas aseguró que volvería a Colombia “si algún día hay la posibilidad de hacer algo”, no contempla esto en el futuro cercano. Por otro lado, Viviane Morales renunció la semana pasada a la Fiscalía, luego de que el Consejo de Estado anulara su elección. Su relación con Carlos Alonso Lucio fue objeto de todo tipo de críticas, en medio del más agitado panorama judicial de la historia reciente.


Como su trayectoria demuestra que son impredecibles y que están dispuestas a ir hasta el final, nadie se atreve a aventurar lo que viene para estas dos mujeres que por estos meses cumplen apenas 50 años de edad. Con el trecho que de seguro les falta por recorrer, el país seguirá oyendo sobre ellas.

Credito
EL NUEVO DÍA

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