Sexi escándalo

Por una noche de lujuria con unas prostitutas en Cartagena, los escoltas del presidente Barack Obama sacudieron las elecciones presidenciales de Estados Unidos.

Las modestas dimensiones de la Casa Blanca contrastan con el monumental escándalo que sacude a Estados Unidos. Se trata de una vivienda esquinera en el populoso barrio cartagenero de El Bosque protegida por una reja, de apenas un piso, con tejas de barro y un jardín mal cuidado. Sólo tiene una puerta y adentro hay entre 30 y 35 jóvenes prostitutas. Aunque en la fachada, en luces de neón, dice Pley Club, quienes la frecuentan la conocen con el mismo nombre de la sede de gobierno de Estados Unidos. Nadie sabe cuándo empezaron a llamarla así. Algunos dicen que fue meses atrás, otros, que en los días previos a la VI Cumbre de las Américas. En lo que sí hay coincidencia es que el apelativo surgió espontáneo, con tono de humor caribe, cuando era impensable que desde aquí se pusiera en riesgo la reelección del presidente Barack Obama.
Es por eso que en Estados Unidos el episodio ha sido tratado como un asunto de Estado, mientras que aquí ya va en condición de chiste: “Agentes de Estados Unidos en Cartagena prometieron 800 dólares a trabajadora sexual, pero solo le pagaron 50 mil pesos. Comenzó el TLC”, sentenció en su cuenta de Twitter el agudo periodista Guillermo Díaz Salamanca.

“El ridículo de las fufurufas”, escribió en las páginas de El Tiempo Poncho Rentería.

La trascendencia del hecho en Washington es tal que llegó al Congreso, en donde en anteriores ocasiones fueron llevados al banquillo los responsables de la quiebra de Wall Street o del affaire Irán-Contras. Los parlamentarios buscan respuestas a cuatro preguntas: ¿Las mujeres contratadas sabían de la identidad de sus clientes, es decir, que eran agentes secretos? ¿Estos les revelaron información sensible que pusiera en riesgo la seguridad del Presidente? ¿Alguno de ellos corrió el riesgo de caer en un chantaje que vulnerara la seguridad nacional? y, tal vez la más importante, ¿esta conducta obedece a un patrón de comportamiento del círculo más cercano a Obama?

Con algo de inocencia, adentro del Pley Club, una chica que dice a los enviados de Semana que la llamen Patricia pregunta: “¿De verdad la cosa es así de grave?”. Entonces sonríe y dice: “Aquí a ninguna importa eso, lo que nos interesa es trabajar”. “Y que nos paguen”, agrega otra. Para ellas, el problema sólo se reduce a eso. Fue, según el Daily News, una muchacha de 24 años, identificada como Dania, a quien le debían la noche entera, pues había dormido con uno de ellos en el Hotel Caribe, en donde se hospedó buena parte de los agentes de la avanzada del Presidente.


En cambio, a Patricia sí le dieron su dinero. Es más, ella dice: “Todo fue tan bonito”, que incluso intercambió los teléfonos con el agente secreto y que él la ha llamado para ponerla al tanto de lo ocurrido. “El pasado miércoles me llamó desde Estados Unidos para decirme que uno de sus compañeros había renunciado, que a otros los habían destituido y que él estaba muy preocupado porque los iban a someter a la prueba del polígrafo”.


“El polígrafo”, repite en voz alta, porque el sonido de la música invade el burdel. Patricia, como la mayoría, es madre soltera, tiene 25 años, rasgos bonitos y una figura llamativa. Hay otras similitudes con sus compañeras: son del interior del país, la mayoría paisas y caleñas, priman las trigueñas, son contadas las morenas y rubias. El área social del bar ronda los 90 metros cuadrados y en el centro hay una tarima donde las jóvenes hacen show de striptease. Suben ligeras de ropa y al ritmo de baladas y reguetones se van desnudando.


La decoración es simple. Hay una pequeña barra de luces azules, baños para hombres, sofás pegados a las paredes y unas 15 mesas alrededor de la tarima. Una vitrina con show de regadera está fuera de servicio. A pesar de que este bar se ha convertido en el epicentro del escándalo, Patricia corrige que de aquí sólo cuatro jóvenes sostuvieron relaciones sexuales con los norteamericanos. Susan Collins, congresista republicana del comité de seguridad nacional del Senado en Washington, aseguró que el director del Servicio Secreto, Mark Sullivan, le dijo que 20 o 21 mujeres fueron llevadas al Hotel Caribe.


Patricia dice que no puede suministrar más información porque el dueño del local se los prohibió. Afuera, uno de los taxistas que presta servicio confirma la perentoria solicitud. “Hablen con ella”, dice señalando a otra chica que se marcha por la polvorienta calle, ocupada por tractocamiones que entran y salen a las sociedades portuarias que están a orillas de la bahía. Al igual que Patricia, evita dar su nombre real y cuenta: “Yo iba caminando por un centro comercial en Bocagrande cuando me encontré con la mirada de un hombre lindo; muy bonito y muy varonil. Era tan bonito que era imposible no verlo. Él me siguió y entablamos conversación. Me dijo que quería verme y estar conmigo. Le dije que vivía en una casa con otras amigas y le di la dirección, aquí se presentó y estuvimos juntos”.


En el testimonio de ambas queda claro que los agentes llegaron después de las 9:00 de la noche, que es la hora en que se abre las puertas al público. Y coinciden en que la cifra de 800 dólares que reveló The New York Times es una exageración. “Aquí ninguna se gana esa fortuna”. Explican que el costo de los servicios oscila entre 150 mil pesos, como tarifa más baja y más o menos entre 250 mil y 300 mil la más alta. “Depende del cliente”. Estos deben pagar por adelantado y en caso de que prefieran irse a moteles fuera del bar con la joven contratada, deben cancelar una multa igual al valor del servicio.


El local es frecuentado por extranjeros, en especial lo que aquí llaman gringos, que es cualquiera que hable inglés. Precisamente, un taxista le confirmó a Semana la versión de que el miércoles 11 de abril llevó a un grupo de seis hombres que estaban hospedados en el Hotel Caribe. Todos corpulentos, atléticos. “Rumbearon y se acostaron con las peladas”, nada más. En este caso, no habría ninguna repercusión, si no fuera porque dos de ellos se ufanaron de su cargo: trabajaban con la seguridad del Presidente de Estados Unidos. Para ellas es normal que muchos alimenten su ego hablando más de la cuenta, hecho que en efecto ocurrió: “Somos expertos en explosivos”, dijo uno de ellos. “Yo en desactivarlos”, agregó. “Y yo en activarlos”, precisó el otro.


También contaron detalles de su trabajo otro grupo de agentes que estuvo en esta travesía sexual en otro punto de la ciudad: en el bar Tu Candela en la Plaza de los Coches, donde dos jóvenes fueron contratadas por los norteamericanos. Una de ellas es Dania. Ella pactó un pago de 250 dólares. Fueron al Caribe, pasaron allí la noche pero a la mañana siguiente, cuando se iban, el hombre no quiso darle la plata, con el argumento de que estaba borracho y no recordaba nada. La joven pidió ayuda a la seguridad del hotel y el escándalo explotó en público. Otro de los agentes se dio cuenta de lo que podría significar y dio a la muchacha 100 dólares para que se fuera.


Eso ocurrió a las 9:00 de la mañana del jueves 12 de abril, en vísperas de que llegara el presidente Obama. De inmediato, 11 agentes fueron puestos en un avión de regreso a casa y se inició la investigación. El suceso ya superó en cubrimiento a la misma cumbre y, tristemente, puso a Cartagena como paraíso de turismo sexual. Incluso la aerolínea Spirit llegó al extremo de hacer publicidad promocionando así a Cartagena.


En este tiempo, la reacción del alcalde Campo Elías Terán ha sido de una tibieza sorprendente: incluso se ha referido al asunto con el eufemismo de “damas de compañía” a las que “les pagan por solo conversar”, desconociendo una problemática social muy grave. Entre tanto, los republicanos en Washington han asumido el caso con una seriedad absoluta porque creen que puede ayudarles a sacar a Obama de la Casa Blanca. Mientras en la Casa Blanca del barrio El Bosque suena música festiva.


Credito
EL NUEVO DÍA

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