Las emociones negativas son necesarias

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Cada vez hay más evidencia de que el miedo, la rabia, la envidia, el aburrimiento y otras sensaciones que la gente evita son tan importantes como el optimismo para triunfar y ser feliz.

La ansiedad, la rabia, la culpa, la envidia o el aburrimiento siempre han sido vistos como demonios internos. No solo producen malestar, sino que también con frecuencia se asocian a actos violentos, a enfermedades mentales e incluso a pecados. La gente los suprime, se reprende por sentirlos y hasta se medica contra ellos. Pero según el libro The Power of Negative Emotion, estas emociones no son tan malas como parece y ayudarían a las personas en diferentes situaciones de la vida tanto o más que los estados más optimistas.

Los psicólogos Todd Kashdan y Robert Biswas-Diener, autores del libro, no pretenden afirmar que la felicidad, el bienestar y otras emociones positivas no son buenas. En efecto, señalan que sentirse bien produce beneficios que van desde aumento de la capacidad cognitiva hasta una mejor salud cardiovascular. Sin embargo, basados en la más reciente literatura científica, creen que todo el abanico de emociones de los seres humanos, tanto las consideradas buenas como las malas, tiene una ventaja adaptativa.

“No sugerimos que busquen la felicidad o que se vuelvan negativos: sugerimos ambas cosas”.

Al fin de cuentas, señalan los expertos, con el tira y afloje entre estos dos estados la gente puede conseguir una vida más balanceada y sentirse completa, como un todo. Está demostrado que la gente que ve la vida color de rosa gana menos, es demasiado confiada y “perezosa de pensamiento”. Por el contrario, la gente que usa toda esa variedad de emociones sin rótulos tiende a sacarles más provecho y, como dijo Kashdan a Semana, “en ocasiones concluyen que son las más saludables y exitosas”. Dividirlas entre positivas y negativas sería incluso errado, porque las emociones no son ni lo uno ni lo otro.

Los expertos las llaman superpoderes, porque cuando se piensa en ellas desde sus beneficios cada una genera una habilidad específica: el enfado potencia el coraje; la culpa encarrila a los individuos por un camino ético y la ansiedad es una especie de policía que alerta ante el peligro. El problema es que la gente confunde estas emociones con sus parientes más cercanos, pero, como dicen los autores, “el enfado no es ira, la ansiedad no es pánico y la culpa no es remordimiento”.

El mejor ejemplo es la envidia. Cuando alguien la siente lo hace porque desea algo que otra persona tiene, y en ese sentido tiene el potencial de disparar el deseo y la motivación para lograr esa fortaleza que se admira en el otro.

“Cuando se envidia a alguien por un rasgo que posee es posible analizar qué es lo que esa persona hace, cuál es el proceso para lograrlo y aplicarlo a sí mismos para ser mejores”, señala Kashdan.

No obstante, los autores señalan que la emoción más temida por la gente es el enfado. Más de uno lo reprime, porque cree que está relacionado con violencia. Pero la evidencia científica muestra que solo el 10 por ciento de los episodios de rabia lleva a algún tipo de agresión. El enfado, según explican, aparece cuando el individuo cree que ha sido tratado de manera injusta. Los estudios científicos concluyen que esa sensación incrementa el optimismo y la creatividad, mejora el desempeño laboral y ayuda a hacer mejores negociaciones, pues permite a los involucrados explorar nuevas posibilidades.

En las empresas, donde el optimismo y la búsqueda de la felicidad son desde hace un tiempo los objetivos predominantes, se ha visto que los estados negativos también favorecen el trabajo entre colaboradores. Una investigación encontró que el mal ambiente puede mejorar el resultado de un proyecto en el que participan profesionales de diferentes disciplinas porque “el estrés, el tedio, la tensión y la hostilidad llevan a pensar a sus miembros que algo está mal y esta sensación, a su vez, hace que se cercioren de sus argumentos, sean más rigurosos al preguntar y confíen más en los datos objetivos”, señalan los autores.

La psicología positiva tiene en parte la culpa de que la gente hoy solo quiera ver una cara de la moneda. Pero este movimiento pasó, de ser un recordatorio de que las experiencias positivas son importantes, al “fascismo de la sonrisa”. Con este término Kashdan y Biswas-Diener indican hasta qué extremo ha llegado esta escuela que hoy solo parece pregonar la necesidad de sentirse bien siempre.

Además, la noción de progreso como comodidad ha hecho que la gente tienda a evitar todo lo que genere malestar. De hecho, los autores señalan que esta sociedad está adicta al confort, no solo al físico sino, también, al mental. Ya no tolera la duda, el aburrimiento, ni un asomo de ansiedad. Y aunque se han inventado aparatos y técnicas psicológicas para aliviar esas sensaciones desagradables, paradójicamente la intolerancia al malestar ha aumentado: esperar se volvió una tragedia, sentir aburrimiento -antes considerado una fuente de creatividad- hoy es intolerable, y dudar es considerado vergonzante.

El abogado Greg Lukianoff, presidente de la fundación Individual Rights in Education y promotor del libro, señala que el confort intelectual se suscita incluso en situaciones donde la gente prefiere no disentir para no generar malestar, lo que no solo impide a la gente usar toda la paleta de emociones, sino que también pone en peligro la libertad de expresión. “Las discusiones importantes son inherentemente desagradables”, señala.

Tener como objetivo la felicidad puede, más que convertirse en un boomerang, ser un mensaje poco realista y honesto, tal como dicen los autores. Además de esto, para lograr ser creativo es necesario estar dispuesto a enfrentarse al placer y a la incomodidad. La culpa, el remordimiento, la ansiedad, la vergüenza, la envidia, el miedo y la duda, todas son útiles en un momento dado porque brindan agilidad emocional, esa capacidad para sufrir el dolor y seguir caminando hacia una meta concreta.

Credito
EL NUEVO DÍA

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