Mora: pero notifica se queda

Colprensa - EL NUEVO DÍA
El general no fue sacado a sombrerazos de la Mesa de La Habana. Pero la pedagogía no es la única razón por la cual pasa a la retaguardia.

El general Jorge Enrique Mora Rangel es todo un símbolo dentro de las Fuerzas Armadas. Se le considera de la línea dura, el gran estratega de la retoma del Caguán, y un comandante recordado porque defendió a capa y espada a sus tropas. Su presencia en la Mesa de Conversaciones de La Habana resultó ser una jugada audaz, eficaz y a muchas bandas, del Gobierno.

Primero, porque le da a la guerrilla la sensación de estar negociando con su verdadero enemigo; segundo, porque envía un mensaje de tranquilidad a los militares activos en el sentido de que en Cuba no se negociará su futuro; y tercero, porque ha servido de puente con un sector de la oposición política, Acore –el gremio de los oficiales retirados–, considerado por muchos como la caverna del estamento castrense. Por eso el anuncio de que Mora ya no estará en la primera línea de fuego en la Mesa de La Habana cayó como un baldado de agua fría.

La reacción más airada provino de tres generales de la reserva que fungían como sus asesores ad honórem: el contralmirante Luis Carlos Jaramillo Peña y los generales Ricardo Rubianogroot y Víctor Álvarez Vargas, quienes le enviaron una carta al presidente Juan Manuel Santos en la que renuncian a su tarea por considerar que los intereses de los militares han quedado desprotegidos en la Mesa de La Habana.

Sin embargo, la verdad es que ni eran tan asesores como se ha dicho en los medios ni el general Mora se va del todo del equipo negociador. Los dos generales y el contralmirante que firmaron la carta de protesta tenían más un valor simbólico de enlace con los oficiales retirados que una incidencia real en las decisiones de la negociación. Y en cuanto al supuesto retiro de Mora, tanto él como el general Óscar Naranjo seguirán como plenipotenciarios pero desde Colombia, y solo irán a La Habana ocasionalmente. Pasan de la vanguardia a la retaguardia. Lo de Naranjo es entendible pues su cargo como ministro del posconflicto se vuelve relevante en la medida en que se acerca la firma de un acuerdo de paz.

Sobre Mora, en cambio, hay dudas, pues la pedagogía en los cuarteles, tarea principal que le encomendó el presidente, es algo que podría alternar con sus viajes a Cuba pues los ciclos de conversaciones en La Habana suelen ser de 10 días y el resto del tiempo los negociadores están en Bogotá. De hecho, todos los miembros del equipo del Gobierno se dedican a la pedagogía cuando están en el país. Por lo tanto el paso de Mora a la ‘reserva’ del equipo de paz tiene, al parecer, otras motivaciones.

Sí hay motivos

El proceso de paz está en un momento muy delicado. Se está hablando simultáneamente de dos temas difíciles que afectan a los militares: justicia y cese de hostilidades. Sobre el primer tema, el país se ha concentrado en la discusión sobre si habrá o no impunidad para las Farc y se le ha olvidado que las Fuerzas Armadas también tienen acusaciones de crímenes de guerra y lesa humanidad.

Los militares están molestos, y al parecer Mora encarnaba esa molestia, por el trato simétrico que Sergio Jaramillo y Humberto de la Calle, como negociadores del Gobierno, le están dando al tema de las responsabilidades en la guerra. Para los militares, los excesos cometidos en el cumplimiento del deber no pueden ser equivalentes a actos de terrorismo cuya meta es acabar con las instituciones. Jaramillo, de hecho, en una conferencia reciente, dijo que el reconocimiento de las atrocidades le correspondía a todas las partes, incluso al Estado, y eso en la práctica significa las Fuerzas Armadas.

Si algo hiere a los altos mandos de las Fuerzas Armadas es ser igualados con la guerrilla. Los militares se consideran héroes, minimizan sus errores, y por eso se niegan a que un mismo tribunal pueda juzgarlos a ellos y a los insurgentes con un mismo rasero. También existe el temor de que en el juego político de la negociación, todos los sectores del establecimiento se laven las manos, y el agua sucia les caiga solo a los uniformados. Los asesores de Mora dicen en su misiva que han puesto todo su empeño en evitar que, como ha ocurrido en otros procesos, “al final quienes defendieron la institucionalidad terminen soportando las penas”.

El segundo punto que tiene con los pelos de punta a la oficialidad es que Santos haya abierto la posibilidad de que el cese del fuego bilateral y definitivo se adelante, y se haga antes de que haya dejación de armas. Para los militares, esta es una consideración no militar sino política que obedece a las presiones de la opinión pública, nacional e internacional, pero que tiene peligrosas consecuencias en el campo de batalla. Creen que mientras no estén claros asuntos como el desarme y la concentración de los guerrilleros en lugares verificables, suspender los bombardeos es ir demasiado rápido. El ritmo y el tiempo de la negociación es un asunto crítico, y no es casual que el propio senador Álvaro Uribe haya pasado de pedir celeridad al proceso, a decir que es mejor bajarle velocidad. Sin embargo, si en algo está interesado Santos es en que esto termine pronto. Mora, al parecer, tenía menos afán.

El otro motivo es más de forma. La llegada de cinco generales activos a la Mesa, que si bien no son negociadores sino asesores, tiene gran incidencia en las decisiones de temas técnicos específicos, pero ninguno de ellos tiene la representatividad o la visión global de la negociación que tiene Mora. Paradójicamente, así como existen distancias entre Mora y los jefes del equipo negociador del Gobierno, las Farc tienen por el general una combinación de respeto y empatía que no sienten por el resto del equipo.

Mensaje no cifrado

Todo parece indicar que la decisión de que Mora quede en la retaguardia no fue del todo a las buenas. Como él no ha abierto la boca no se sabe si el cambio de estatus fue por iniciativa suya o del Gobierno. En todo caso, es altamente improbable que no conociera la carta que sus ‘asesores’ le enviaron al presidente, porque si bien el cargo de estos era simbólico, sí tenían una relación cercana con él y difícilmente actuarían a sus espaldas en temas tan delicados. Menos aun tratándose de militares, cuya vida se rige por conceptos de obediencia y respeto de jerarquías.

Si hubiese querido, Mora hubiera podido parar la carta. Y si no lo hizo, es porque quería enviarles un mensaje al país y al Gobierno. El mensaje de que las Fuerzas Militares si bien respaldan el proceso también tienen reservas.

Nada de lo anterior, sin embargo, se puede considerar un ruido de sables, ni tiene las dimensiones que algunos uribistas le han dado. Santos, para neutralizar a los escépticos, organizó una gira pedagógica en Rionegro con Mora y Naranjo con los cuales se sacó una foto de los tres riéndose a carcajadas en el avión presidencial.

Que haya dudas y resquemores en sectores de las Fuerzas Militares, incluso algo de nostalgia por la guerra, es apenas normal. Una negociación es un escenario netamente político, que no necesariamente coincide con la lógica militar. Ese es el punto crítico en el que se encuentran hoy las conversaciones y, en ese sentido, es constructivo que se haga pedagogía entre las tropas.

Que Mora siga jugando como parte del equipo negociador es importante porque difícilmente otro general encarna como él los sentimientos de quienes han estado al pie del cañón. Pero la paz se ha convertido en un objetivo nacional que va más allá de los intereses particulares de cualquiera de las partes involucradas en el conflicto.

Credito
EL NUEVO DÍA

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