Game of Thrones

Uribe y Pastrana arremetieron simultáneamente con ataques feroces contra Santos y el proceso de paz. El primero es más espectacular, pero el segundo hace más daño.

La exitosa serie de televisión Juego de Tronos (Game of Thrones) se basa en las rivalidades de tres clanes que pelean sin tregua por el poder. Algunos lo tuvieron y lo quieren recuperar, otros lo tienen y no lo quieren perder. Una característica del seriado es que los buenos a veces se vuelven malos y viceversa.

Nada más parecido al juego de tronos que se está viviendo en el país en este momento. Los expresidentes Uribe y Pastrana, que en otras épocas no se podían ver, ahora aparecen unidos por su animadversión al actual gobierno. Eso ya se sabía, pero la novedad es que la semana pasada, en el mismo día y a dos semanas de las elecciones, los dos arremetieron con una ferocidad inusitada contra el presidente y los acuerdos de La Habana.

El ataque de Uribe fue más espectacular pero hizo más daño el de Pastrana. El primero era una sacada de clavo. El expresidente de la seguridad democrática, que nunca ha ocultado su indignación y su odio por su sucesor, pasó de atacar con piedras a hacerlo con una bomba atómica. En un trino del 15 de octubre dijo que “Santos es el único de mi gobierno que debería estar en la cárcel porque fue donde paramilitares a proponer tumbar al gobierno y refundar a Colombia”.

¿A qué se refería? A un intento audaz y controvertido que hizo Santos en 1997 de ponerle fin a la crisis política del proceso 8.000. La idea era promover un acuerdo de paz en el que participarían tanto la guerrilla como los paramilitares, para que ante esa realidad el presidente Ernesto Samper tuviera que renunciar y comenzara un nuevo capítulo de la vida nacional, sin conflicto armado. El experimento fracasó a pesar de haber sido avalado por García Márquez y Felipe González.

Como se trataba de un cuento viejo que había sido conocido y debatido, sorprende que el expresidente Uribe hubiera echado mano de un refrito de hace 20 años para lanzar una acusación tan temeraria. La razón parece ser que al exmandatario se le rebosó la copa por un cúmulo de acusaciones en su contra, detrás de las cuales cree que hay una conspiración. Después de que el fiscal Montealegre le pidió a la Corte Suprema de Justicia investigar a Uribe por la masacre de El Aro, cometida por paramilitares cuando él era gobernador de Antioquia, un fallo de la sala de justicia y paz del Tribunal de Medellín le pidió a la Comisión de Acusaciones explicar cómo van las investigaciones que esos mismos magistrados habían ordenado meses atrás. El contenido del fallo es demoledor. Acusa directamente al expresidente de “promover, auspiciar y apoyar grupos paramilitares y Convivir vinculadas con estos y concertarse con ellos, no solo como gobernador de Antioquia, sino después y aún como presidente de la República”.

Con acusaciones de esa magnitud no es raro que Uribe estuviera alterado. Para él, detrás de todo hay un eje del mal conformado, según él, por “Don Berna, Timochenko, Santos y Montealegre”, cuyo propósito es encarcelarlo. Esa teoría está avalada por el procurador quien fue aún más lejos y aseguró que eso estaba pactado en secreto en La Habana. Esta es una suspicacia tan desproporcionada como descabellada. En medio de ese tsunami antiuribista llegaron unas declaraciones de Santos. Ante un evento de fiscales y jueces de las Américas dijo que “es normal que cuando alguien que ha tenido poder o está en la oposición y es investigado por cualquier tema, se victimice a sí mismo y se autoproclame perseguido por la justicia”.

Aunque la pulla tenía nombre propio, dada la guerra a muerte que ha habido públicamente entre los dos mandatarios, era relativamente moderada. Cosas mucho peores se habían dicho en el pasado sin causar explosión total de la contraparte. Por eso se especula que no solo las declaraciones de Santos sacaron de casillas a Uribe, sino un posible rumor de que su caso fue objeto de discusión con la fiscal de Estados Unidos que estaba en visita oficial en Bogotá. El mismo día del trino sobre la cárcel, Uribe había dicho en su Twitter que “Santos cree que puede engañar a todas las personas, incluso a la fiscal de Estados Unidos”.

Aunque la animadversión de Santos hacia Uribe es del tamaño de la de su contraparte, la inferencia de que desde la Casa de Nariño se está manipulando la justicia en contra de Uribe no deja de ser una especulación. Si el fiscal Montealegre tiene, como muchos creen, un sesgo antiuribista, es por cuenta propia y no es por influencia del presidente Santos. Las salidas del fiscal contra Uribe y su gente le han hecho más daño al proceso de paz que al expresidente. Sus denuncias de que la justicia está parcializada en su contra han tenido eco y le han generado solidaridad.

A pesar de la dimensión de la injuria de Uribe, por ser tan desproporcionada no acabó siendo tomada en serio. Representa simplemente una nueva línea roja que se cruzó en el juego de tronos y lo que deja claro es que se apaga la posibilidad de proceso de paz con el jefe del Centro Democrático.

Más daño que la bomba atómica de Uribe hizo la puñalada de Andrés Pastrana. El expresidente, que había sido invitado a participar en la Comisión Asesora de Paz, renunció a esta la semana pasada con una carta venenosa. “Las Farc obtuvieron en Bogotá, en apenas 50 horas, la totalidad de su anhelado proyecto de justicia”. Más duro aún es cuando dice que se “perfila la revocatoria del poder legislativo para tramitar una ley habilitante de poderes dictatoriales para el poder ejecutivo en cabeza del presidente de la República”.

La impresión que deja la misiva es que Santos y las Farc se han amangualado para violar la Constitución al crear una justicia a la medida de la guerrilla, que suplantará al poder judicial y a los organismos de control existentes. Concretamente, señala que es inaceptable que el narcotráfico sea considerado delito conexo con la rebelión y, por tanto, sujeto de amnistía. En resumen, es la teoría uribista de la entrega al castro-chavismo sin mencionar esos dos apellidos.

La carta está bien escrita y dice lo que la gente quiere oír. Pero hace mucho daño porque refuerza prejuicios que gracias a Uribe se han arraigado en la mitad de los colombianos. Los planteamientos de Pastrana tienen tanto de largo como de ancho. El argumento de que se está creando una justicia que transitoriamente reemplaza a la ordinaria es válido. Pero tiene que ser así porque los mecanismos ordinarios no sirven para manejar las circunstancias extraordinarias. Y no hay nada más extraordinario que acabar con una guerra de medio siglo a la que no se le puede aplicar la justicia tradicional.

El argumento del narcotráfico y de la entrega del país a las Farc es impactante pero Pastrana no tiene autoridad para esgrimirlo. Cuando él aparecía en televisión conversando amigablemente con Tirofijo en el Caguán, ¿acaso no sabía que la guerrilla se financiaba con el narcotráfico? Y si lo sabía, ¿pensaba entonces que Tirofijo después de firmar la paz se iba a dejar encarcelar y extraditar como narcotraficante con Alfonso Cano y el Mono Jojoy?

Y en cuanto a la entrega del país a las Farc, el antecedente de los 42 mil kilómetros cuadrados despejados en El Caguán corresponde más a esa descripción que lo que está sucediendo ahora.

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