Un año agridulce

ARCHIVO - EL NUEVO DÍA
Santos tuvo buenos y malos momentos en la paz, en la política y en la diplomacia. Si en 2016 se firma el acuerdo en La Habana, este será recordado como un año de transición.

Este año fue una montaña rusa para el presidente Juan Manuel Santos. Subió y cayó en las encuestas, casi siempre al ritmo de lo que ocurría en el proceso de paz. Llegó a su punto más bajo en popularidad –29 por ciento– cuando las Farc mataron a 11 soldados en el Cauca.

Después se recuperó y alcanzó un hito histórico con su encuentro con Timoleón Jiménez, y volvió a descender en medio de la controversia sobre los verdaderos alcances del acuerdo sobre justicia transicional. También atravesó momentos duros cuando Nicolás Maduro, el heredero de su “nuevo mejor amigo” –Hugo Chávez, cerró la frontera y expulsó sin clemencia a colombianos indefensos. Y terminó el año en recuperación cuando, el 16 de diciembre, Humberto de la Calle e Iván Márquez, con otro apretón de manos, sellaron el punto sobre víctimas de la agenda de los diálogos.

Este año será recordado como un periodo agridulce. El balance ambivalente dominó el año político. Santos logró casi todo lo que suele pedir un presidente. Los partidos que conforman la Unidad Nacional ganaron las elecciones de alcaldes y gobernadores y derrotaron a la oposición –tanto de izquierda como de derecha– y el Congreso le aprobó todo lo que quiso. Según el presidente, el balance legislativo, en términos de número y calidad de proyectos aprobados, “fue más trascendente que en el primer año de nuestro gobierno”.

La frase es algo exagerada pero no es totalmente falsa, sobre todo si se tiene en cuenta que el Ejecutivo logró reformas controvertidas y audaces relacionadas con el proceso de paz como el plebiscito y la Comisión Legislativa Especial. Y el paquete de la paz no fue lo único. También hubo reforma al equilibrio de poderes, Plan Nacional de Desarrollo, prórroga a la Ley de Orden Público, Ley de Detención Preventiva, el financiamiento de la Rama Judicial, la reforma al fuero penal militar, la inspección y vigilancia a la educación superior, la Ley de Infraestructura y la Ley Anticontrabando.

Al finalizar el año, se anunció el posible regreso del Partido Conservador a la Unidad Nacional, para ponerle fin a un lapso de ambigüedad en el que los azules formaban parte del gabinete mientras otros de sus miembros hacían oposición en el Congreso y en los medios. En el Capitolio, la Unidad Nacional se ha convertido en una verdadera aplanadora. Santos, el mandatario sin teflón, también recibió una dosis de gotas amargas en el campo político. En primer lugar, por la oposición del uribismo. Una acción en bloque, disciplinada y persistente, que a lo largo de todo 2015 se convirtió en una piedra en el zapato.

En una voz crítica que obligó a los negociadores en La Habana a fortalecer su posición frente a las Farc y que logró alinear a su favor cierto sentimiento de escepticismo que rodea los diálogos de La Habana. A la Casa de Nariño también le produjeron molestias la inestabilidad en las relaciones entre los partidos de la Unidad Nacional. En especial, la creciente rivalidad entre el vicepresidente Germán Vargas Lleras y el Partido Liberal, traducida en quejas de los rojos sobre las ventajas de las que goza Cambio Radical. También ha habido ruidos en La U, donde se produjo un conato de retiro de congresistas que miraron con buenos ojos la posibilidad de regresar al Partido Liberal o de sumarse a la probable candidatura del vicepresidente Vargas Lleras en 2018.

Aquí hubo otro resultado ambivalente: un vicepresidente que está liderando una modernización de la infraestructura –que quedará en el haber del gobierno Santos para la historia–, pero que al mismo tiempo generó tensiones que obligaron al primer mandatario a recordarle a su segundo a bordo quién es “el dueño de la chequera”. La economía también le trajo al gobierno unas de cal y otras de arena.

La desaceleración, devaluación e inflación se salieron de los rangos que habían mantenido en los últimos años. 2015 fue incierto e incómodo, y consolidó la mala percepción en las encuestas sobre la forma como el gobierno ha manejado la economía y sobre sus expectativas hacia el futuro. Pero no hubo una catástrofe. En comparación con otros países del continente, Colombia salió bien librada. Y si la famosa frase de “es la economía, estúpido” –que significa que a los presidentes les va mal cuando al crecimiento le va mal– se les aplicó con toda su fuerza a varios mandatarios –incluso a Dilma Rousseff, en Brasil–, Santos logró conservar las cosas en cierta calma. Incluso en el frente diplomático, en el que el presidente Juan Manuel Santos ha cosechado éxitos con más facilidad, en los últimos 12 meses ha habido subidas y bajadas. Los puntos altos tienen que ver con el proceso de paz: la comunidad internacional le ha dado un apoyo entusiasta y hasta comprometido.

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Santos no ha dejado de asistir a cuanta cumbre, reunión o foro multilateral ha sido invitado, y casi sin excepción en todas partes ha logrado respaldo político para los diálogos con las Farc y ofertas para una mayor participación en la etapa final y en el posconflicto. La realidad colombiana es vista con mayor optimismo en el exterior que en casa y el beneficio de una eventual terminación del conflicto armado es más apreciado por fuera de las fronteras que en la opinión pública nacional. No obstante, incluso en este terreno, 2015 trajo su lado oscuro. Vino de Caracas.

Después de casi cinco años de luna de miel entre Santos y el chavismo, el presidente Nicolás Maduro emprendió una cruzada para controlar la “guerra económica” que le llegaba desde este lado del Orinoco. De un momento a otro Maduro atacó graves problemas que vienen de tiempo atrás –contrabando de gasolina, comercio ilegal, migraciones, diferencias en las tasas de cambio– con una serie de actos unilaterales que incluyeron el cierre de la frontera y la expulsión de colombianos.

Su actitud inamistosa puso contra las cuerdas a Santos, sobre todo después del voto de la OEA en contra de Colombia. Las decisiones de Caracas se impusieron sobre los limitados esfuerzos por buscar fórmulas de acuerdo en reuniones bilaterales de los cancilleres y de los presidentes. El año terminó con la tensión en un punto bajo, pero sin soluciones y con la frontera clausurada.

Al final, el tema de la paz fue el que más hizo variar a la opinión pública. El presidente Santos lo convirtió en prioridad. Si su estilo gerencial se caracteriza porque delega el manejo de grandes temas, en lo que se refiere a las conversaciones de paz ha mantenido la batuta. Su encuentro con Timoleón Jiménez el 23 de septiembre fue un golpe de audacia que destrabó el proceso y le dio oxígeno en las encuestas, así haya seguido con la decepción producida por la falta de claridad sobre lo acordado. Cuando se escriba la historia del proceso, ese estrechón de manos será visto como un punto definitivo.

Eso sí, no se salió de la lógica distintiva de 2015, según la cual cada momento bueno fue seguido por uno malo. ¿Seguirá así 2016? Es claro que los próximos 12 meses se concentrarán en la etapa final del proceso de paz, así se rompa o se firme. Después del acuerdo sobre víctimas y de los mensajes enviados por las dos delegaciones en los últimos meses, lo más probable es que se logre un acuerdo y se pongan en marcha los mecanismos aprobados en 2015 para tramitar, refrendar y concretar lo pactado. El 2016 será definitivo y, si lo es, estos últimos 12 meses serán recordados como un periodo de transición.

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