Alta tensión

AFP - EL NUEVO DÍA
Desde la Guerra Fría las relaciones entre Rusia y Estados Unidos nunca habían llegado a un nivel tan peligroso. Pocos se han dado cuenta, pero el presidente Vladimir Putin está jugando con fuego.

Creo que el mundo está al borde de cruzar una línea peligrosa. Hay que detenerse”, dijo el lunes pasado Mijaíl Gorbachov a la agencia rusa RIA Nóvosti. Razones no le faltan al exlíder soviético para estar alarmado. Ese mismo día, Washington había anunciado su decisión de suspender las negociaciones con Moscú para lograr un cese al fuego en Siria, con lo que no solo se esfumaban las esperanzas de paz para ese conflicto, sino que se deterioraba aún más la relación entre Rusia y Estados Unidos. “Se debe recuperar el diálogo en todos los ámbitos, en primer lugar en el nuclear, y no encerrarse en los problemas regionales”, dijo el artífice de la perestroika.

La referencia al armamento nuclear no fue coincidencia ni buscaba simplemente crear un impacto mediático, pues ese día el Kremlin también había suspendido un acuerdo con Estados Unidos para eliminar 34 toneladas de plutonio. Según el Gobierno ruso, la decisión se debió a que desde abril el país del norte no ha cumplido a cabalidad con lo pactado en el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (Start, por sus siglas en inglés), firmado por ambas potencias en 2000. Washington negó las acusaciones, y advirtió que tras la decisión de Moscú habría plutonio “suficiente para crear aproximadamente 17 mil armas nucleares”.

Esa advertencia cobró un tono sombrío cuando Dmitry Kiselyov, un presentador de noticias que muchos consideran el portavoz no oficial del gobierno de Putin, dijo que el “comportamiento insolente” hacia Rusia podía tener consecuencias “nucleares”. Y aunque muchos se preguntaron si las palabras de Kiselyov no eran una simple bravuconada, estas ilustran con claridad el giro que ha dado la prensa rusa, que en los últimos días ha bombardeado a sus ciudadanos con la posibilidad de que una confrontación de ese tipo sea una realidad.

De hecho, muchos analistas consideran que la situación actual es más peligrosa que la Guerra Fría, pues ni siquiera en los momentos más álgidos de ese periodo las dos superpotencias habían empleado un lenguaje tan beligerante, ni habían tenido tantos encontronazos en un lapso tan corto. “El riesgo de un enfrentamiento accidental es mayor ahora que durante los últimos 30 años. Lo vemos en los cielos de Siria, en el mar Báltico y a lo largo de toda la frontera de Rusia con países miembros de la Otan. También, en las operaciones políticas y cibernéticas que Rusia ha emprendido para extender e intensificar un conflicto que, según su versión, comenzó con la guerra económica que Occidente desencadenó en su contra”, dijo en diálogo con Semana Matthew Rojansky, director del Instituto Kennan del Wilson Center.

Reacción en cadena

La ruptura de las negociaciones sobre la guerra de Siria y la suspensión del acuerdo nuclear marcaron el comienzo de una semana de máxima tensión entre ambos países. A principios de mes, Rusia desplegó misiles tierra-aire S-300 en su base de Tartus, situada en la costa oriental de Siria. Según el Kremlin, lo hizo porque Estados Unidos iba a lanzar ataques aéreos contra el Ejército sirio para detener los bombardeos en la zona oriental de Alepo. En su anuncio, las autoridades rusas lanzaron a su vez una amenaza apenas velada contra Washington. “Cualquier misil o ataque aéreo en el territorio controlado por el Gobierno sirio significará una clara amenaza para los efectivos rusos”, dijo el jueves Igor Konashenkov, el portavoz del Ministerio de Defensa.

Sin embargo, es claro que detrás de la decisión de meterse en la guerra de Siria hay intereses geoestratégicos. Por un lado, la base de Tartus es el único puerto en el Mediterráneo con el que cuenta Rusia. Y por el otro, independientemente de los crímenes de guerra del presidente sirio, Bashar al Asad, Moscú lo ve como escudo contra el islamismo, que desde hace algunas décadas ha prosperado también en varias repúblicas exsoviéticas del Cáucaso y de Asia Central.

Pero para Washington los movimientos de Rusia tienen menos que ver con la lucha contra el yihadismo que con su proyecto de expansión geopolítica en una región que atraviesa por una crisis humanitaria. De hecho, menos de 24 horas después de las declaraciones de Konashenkov, el secretario de Estado, John Kerry, ordenó una “investigación sobre los crímenes de guerra” cometidos por los Ejércitos de Siria y de Rusia.

Esta tensión se ha manifestado también en otros escenarios. Durante el fin de semana, Estonia, Lituania y Polonia protestaron porque Moscú desplegó en su enclave de Kaliningrado misiles Iskander, que pueden cargar explosivos convencionales u ojivas nucleares y tienen un rango de unos 500 kilómetros. A su vez, otros países con poder de veto en el Consejo de Seguridad sostienen fuertes tensiones con Moscú. Entre ellos Francia presentó una propuesta para un alto al fuego en Siria que Rusia vetó, por lo que Putin decidió no asistir a la inauguración de la catedral ortodoxa de París. Y Reino Unido, cuyo canciller, Boris Johnson, acusó a Rusia de estar detrás del ataque a la caravana de Naciones Unidas en Alepo, y dijo que ese país estaba a punto de convertirse en un Estado “paria”.

¿Qué está pasando?

Las actuales tensiones entre Washington y Moscú vienen creciendo desde hace algún tiempo. Como dijo a Semana Daniel Chirot, profesor de la Universidad de Washington y autor del libro Tiranos modernos, “los problemas comenzaron con las ‘revoluciones de color’ en 2003, 2004 y 2005 en las exrepúblicas soviéticas de Georgia, Ucrania y Kirguistán. Putin sintió que Washington estaba detrás de ellas y que su objetivo era que Rusia corriera una suerte similar”.

De hecho, el gigante eurasiático ha sufrido varias invasiones en su historia y dentro de sus prioridades está controlar no solo sus fronteras, sino también los gobiernos de los países vecinos, como lo hizo en los tiempos de la Unión Soviética.Sin embargo, dos factores han intensificado la confrontación. En primer lugar, tanto las sanciones económicas que Occidente impuso a Moscú tras la anexión de Crimea como los bajos precios del petróleo han golpeado con fuerza la economía del país. Ante esa situación, la estrategia de Putin ha sido exacerbar el nacionalismo, y en particular azuzar los miedos hacia Estados Unidos, que según la prensa popular rusa quiere destruir el país. En efecto, hoy los turistas norteamericanos no se sienten seguros en las calles de Moscú y existen varias denuncias de agresiones contra diplomáticos de ese país.

En segundo lugar, es claro que esa estrategia no va a funcionar eternamente, en gran medida por las desventajas demográficas y económicas del país. Rusia tiene una población inferior a la de Bangladés, un PIB menor al de Italia y una esperanza de vida más baja que la de Corea del Norte. Y en ese sentido, para continuar en el poder, Putin está aplicando una técnica del judo, que consiste en utilizar las fortalezas del enemigo en su contra.

En efecto, el líder ruso está aprovechando la libertad de prensa para sembrar dudas sobre la transparencia del proceso electoral estadounidense y así pesar en el resultado de los comicios del 8 de noviembre. Y con ese fin ha financiado medios con proyección internacional, como RT o Sputnik, y también ha recurrido al portal WikiLeaks para filtrar la información sensible que sus hackers han extraído de los computadores de políticos y entidades que Moscú percibe como contrarios a sus intereses. “Rusia está tratando de aparecer lo más amenazante posible.

Su intención es generar miedo para así favorecer la llegada al poder de Donald Trump. Es decir, de un gobierno adecuado a sus intereses y que además elimine las sanciones que la comunidad internacional le impuso tras la anexión de Crimea y su intervención armada en Ucrania oriental”, dijo a esta revista Mitchell A. Orenstein, profesor de la Universidad de Pensilvania y autor del libro ‘Out of the Red: Building Capitalism and Democracy in Postcommunist Europe’.

La modernización de su Ejército, la guerra comunicacional y la amenaza de las armas nucleares han dado a Rusia el peso mundial que no ha conseguido a través de sus exportaciones, su cultura o su capacidad creativa. Siguiendo a Maquiavelo, Putin ha hecho suya la máxima según la cual “es mejor ser temido que amado”. Una verdadera tragedia para un país excepcional, que en sus mejores momentos funcionó como un contrapeso a las aspiraciones imperiales de Occidente. 

Credito
EL NUEVO DÍA

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