Los narcohinchas del Mundial

COLPRENSA – EL NUEVO DÍA
En las tribunas rusas, narcos vinculados al Clan del Golfo, el cartel de Sinaloa y un cartel europeo transaron un negocio de 300 millones de dólares. Esta es la historia.

El 24 de junio fue un día de júbilo para el país. Mina, Falcao y Cuadrado anotaron en la goleada contra Polonia. Era el resurgir de la Tricolor en el Mundial, después de un comienzo desafortunado contra Japón. Millones de colombianos estaban atentos a lo que pasaba sobre la gramilla del estadio de Kazán. Mientras tanto, en la tribuna, camuflados entre los hinchas emocionados, cuatro narcos colombianos, enlaces del Clan del Golfo, transaban un megacargamento de cocaína con traficantes mexicanos, rusos, armenios, belgas y holandeses. Todos escondidos bajo la fachada de ser aficionados fervorosos.

Junto a ellos otro grupo de colombianos no prestaban atención al juego impecable que los de Pékerman exhibieron ese día. Se trataba de cinco agentes de la Policía Antinarcóticos que viajaron a Rusia tras la pista de los narcos. Los agentes estaban coordinados con la policía local, la holandesa y la DEA. Advertidos de lo que estaba pasando, los camarógrafos de producción de la Fifa, con la que se transmitía el partido a todo el mundo, se olvidaron por un instante de los jugadores y los verdaderos hinchas, y se enfocaron en los criminales agazapados. Los grabaron durante horas.

Toda esa historia había comenzado meses atrás en una cárcel holandesa. Allí fue a parar un narco colombiano, con línea directa con el Clan del Golfo, tras ser capturado en altamar el 24 de febrero, a bordo de un buque carguero de banano que llevaba 6,2 toneladas de cocaína avaluadas en cientos de millones de dólares. El colombiano tenía la soga al cuello. Los dueños de ese embarque perdido lo estaban presionando. En el mundo de la mafia se paga con la droga, la plata o la vida.

En la cárcel el colombiano conoció a un narco mexicano enlazado con el cartel de Sinaloa y en él creyó encontrar su salvación. Juntos inventaron un plan no solo para coronar otro megacargamento, sino para introducir cientos de millones de euros a México y Colombia sin ser detectados y saldar la deuda. La ocasión les pareció perfecta: aprovecharían el caos que la fiebre futbolera desataría en Europa. Los de Urabá se encargarían de la salida de la droga y los de Sinaloa, del ingreso de la plata en efectivo. El partido de Colombia contra Polonia no fue el único escenario de esas negociaciones. También se encontraron en el juego de México contra Alemania.

Hasta allí la transacción había sido manejada con cautela. Lejos del estilo mafioso, evadieron el alcohol, las fiestas y las prostitutas. Pero la sorpresiva victoria de los manitos los desbordó. La emoción del hincha se impuso sobre la frialdad del criminal. El mexicano del cartel de Sinaloa armó una fiesta escandalosa en su hotel, a la que invitó a los colombianos. Los agentes de la Policía Antinarcóticos aprovecharon para seguirlos e identificarlos por las calles desbordadas de hinchas bajo los efectos del alcohol. “El trabajo permanente y coordinado con agencias internacionales ha permitido desarticular redes transnacionales dedicadas al tráfico de alcaloides; gracias a esas alianzas hemos evitado que llegaran más de 800 millones de dosis a las calles”, dijo a SEMANA el director de la Policía Antinarcóticos, general Fabián Cárdenas.

En esos encuentros, el cartel europeo les adelantó el pago del 75 por ciento de los 300 millones de dólares que habían acordado por un cargamento de 7,5 toneladas de cocaína, con el que iban a invadir las calles rusas y chinas, dos de los mercados más caros. Ahí se activó la segunda parte del plan mafioso. Conseguir hinchas mexicanos y panameños para que camuflaran el efectivo en sus viajes de regreso. A cada uno lo embarcaban con 50.000 dólares. Así entraron el botín a sus dominios en Centroamérica.

Luego de esos encuentros, dos holandeses viajaron a Panamá. El Clan del Golfo los transportó por mar para evadir el salvaje Tapón del Darién hasta Urabá, sin dejar evidencia de su entrada a Colombia, donde ya tenían la cocaína acopiada. Allí, los europeos escogieron la empresa bananera que usarían de fachada, el barco y hasta el diseño de las cajas en las que enviarían la droga. El 3 de agosto salieron los buques desde Turbo hacia Róterdam, Holanda. El desconfiado cartel europeo infiltró a dos ucranianos entre las tripulaciones para que vigilaran los cargamentos.

A finales del mes, luego de algunas paradas largas en Santa Marta y Amberes, Holanda, los barcos llegaron a su puerto de destino. En dos operaciones, los agentes holandeses coordinados con los colombianos incautaron la cocaína y capturaron a 13 personas de varias nacionalidades europeas. Ahora, las agencias están tras los pasos de los narcohinchas que perdieron el partido contra los investigadores. El colombiano preso en Holanda ahora le debe dos megacargamentos a la mafia.

Credito
EL NUEVO DÍA

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