¿Qué es ser rico en Colombia?

TOMADA DE INTERNET – EL NUEVO DÍA
El concepto de riqueza para el Estado es muy diferente del que tiene el grueso de la población. Una discusión pertinente ‘ad portas’ de una nueva reforma tributaria. El presunto asesinato del periodista Jamal Khashoggi dañó como nunca antes la reputación de Arabia Saudita, mientras que el gobierno de Donald Trump no sabe cómo evitar enfrentar a su aliado

Cuando se habla de alguien rico en Colombia, la mayor parte de la gente probablemente piensa en alguno de los cinco colombianos que aparecieron este año en el ranking de los multimillonarios de Forbes. Sin embargo, resulta sorprendente saber que alguien que gana más de 4,4 millones de pesos al mes podría pertenecer al 10 por ciento de las personas ocupadas más ricas del país.

Este es uno de los reveladores datos de la Encuesta Nacional de Presupuestos de los Hogares (ENPH), una fotografía que toma cada diez años el Dane sobre la forma en que los hogares obtienen y gastan sus ingresos. Este documento servirá de base no solo para calcular la nueva canasta familiar y medir la inflación, sino las nuevas líneas de pobreza y la distribución del ingreso en el país.

Según esta encuesta, realizada a más de 87.000 hogares en 38 ciudades del país, el ingreso promedio de un hogar colombiano pasó de 1,9 millones en 2007 a 2,3 millones en 2017, un incremento en del 17 por ciento real en la última década.

Pero no aumentó el poder adquisitivo de los hogares, sino que estos se volvieron un poco más pequeños con 3,3 personas, de las cuales, en promedio, 2 de estas reciben algún tipo de ingreso. Hace diez años, el hogar promedio tenía 3,8 personas y los perceptores de ingreso eran 2,5 personas. Con esto, el ingreso promedio de una persona en el país a nivel nacional está alrededor de 1,25 millones de pesos.

Sin embargo, la encuesta también muestra la gran desigualdad de los ingresos. Mientras que el 10 por ciento de los hogares más pobres del país –el primer decil– tan solo ganan 261.000 pesos, el 10 por ciento de los hogares más ricos –el decil 10– ganan en promedio 8,9 millones de pesos.

Por esto, a un hogar donde dos de sus miembros laboran le bastará con que cada uno gane alrededor de 4,5 millones para estar en la cima de la distribución de ingresos en el país. Un segmento de la población que percibe el 40 por ciento de los ingresos totales.

Estos números demuestran que, a pesar de la disminución de la pobreza y el aumento de la clase media, este sigue siendo un país vulnerable y de bajos ingresos, donde para ser ‘rico’ desde el punto de vista de la política pública no es necesario estar en la lista de Forbes. De hecho, dos terceras partes de la población devengan un salario mínimo o menos (el 44,8 por ciento gana menos del mínimo y el 16,7 por ciento, el mínimo).

Lo corrobora el Departamento Nacional de Planeación (DNP) que para 2017, a partir de una metodología del Banco Mundial, consideró pobre a una persona que percibía un ingreso por debajo de 250.620 pesos mensuales, equivalente a la línea de pobreza. Definió como vulnerables a quienes percibían un ingreso superior a una línea de pobreza, pero por debajo de 590.398 pesos mensuales, por lo que corren el riesgo de volver a caer. Y demarcó a la clase media como las personas que cuentan con un ingreso mensual superior a 590.398 pesos y por debajo de 2.951.990.

Con esto, para 2017 el DNP consideró que el 26,9 por ciento de la población era pobre y la mayor parte de la población, el 39,9 por ciento, vulnerable. Además, definió al 30,9 por ciento como de clase media y solo al 2,3 por ciento de la población en la clase alta. Esto, en términos absolutos, significa 12,8 millones de pobres y 19,1 millones de personas en riesgo de volver a serlo, mientras que en la clase media habría 14,8 millones de personas y en la clase alta, alrededor de 1,1 millones.

 

Qué ricos tan pobres

No obstante, para buena parte de las personas ganar 4,5 millones de pesos mensuales no da para considerarse rico y muchos se ven a ellos mismos como de clase media. Según el director del Dane, Juan Daniel Oviedo, esto se explica porque el decil ‘más rico’ de la población también es muy heterogéneo. Es decir, en la parte superior de la cima sigue habiendo también mucha desigualdad, pues la concentración del ingreso es muy alta. En este último decil está desde la pareja en la que cada uno gana 4,5 millones hasta el alto ejecutivo que devenga más de 80 millones mensuales.

Esas diferencias pueden apreciarse al revisar los declarantes de renta ante la Dian. Su número para 2016 (que declaró el año pasado) ascendió a 2.640.986 personas naturales. De estos, una tercera parte gana alrededor de 4 millones de pesos mensuales (50 millones al año), mientras que otro 38 por ciento está entre los 4 y 8 millones de pesos (100 millones anuales). Luego siguen un poco menos de medio millón de personas, el 18 por ciento, que devengan entre 8 y 16 millones (200 millones al año) y 172.000 que ganan entre 16 y 33 millones.

Por último, hay más de 100.000 colombianos que reciben más de 33 millones de pesos mensuales (400 millones al año). Y dentro de estos hay un grupo de menos de 30.000 personas que devengan más de 1.000 millones de pesos al año (más de 80 millones mensuales).

Para muchos expertos, en ese segmento podrían estar los ‘verdaderos ricos’ de este país. Sin embargo, no hay certeza de cuánta gente, además de la que ya declara, podría estar en este grupo. “No existe norma que defina a partir de qué nivel de ingreso una persona es rica. Sin embargo, alguien que gana más de 30 millones de pesos al mes tiene ingresos altos; pero cabe considerar que esa persona puede ser el ingreso de un hogar de 4 personas y eso reduce su ingreso final”, afirma Camilo Herrera, director de Raddar.

Adicionalmente, según la última edición del Informe Global de Riqueza (Global Wealth Report) del Credit Suisse Research Institute, en Colombia habría alrededor de 26.711 ricos y 76 ultrarricos (Ultra High Net Worth). Estos últimos tendrían un patrimonio neto superior a los 50 millones de dólares. Los 5 ‘billonarios’ de Forbes tienen un patrimonio de más de 1.000 millones de dólares.

Ahora que viene la discusión de la ley de financiamiento, valdría la pena determinar exactamente sobre quiénes recaerán los cambios que vienen en materia tributaria. Los ‘ricos’ no son simplemente las empresas como dice la oposición, pero también valdría la pena preguntarse si un hogar con 8 millones de pesos lo es.

La política tributaria y los billonarios subsidios deberían ayudar a reducir la tremenda desigualdad que existe en el país y no acrecentarla como sucede hoy. El Estado no está cumpliendo su papel redistributivo. Los cambios tributarios deberían centrarse en la ‘verdadera cúspide’ de la pirámide, pero no hay claridad sobre cuántos colombianos en verdad la componen, pues mientras que hay mucha información sobre los pobres, no hay tanta sobre los verdaderos ricos.

La Dian no puede centrar su labor en perseguir a quienes ya tributan, sino en determinar quiénes deberían hacerlo y atacar con fuerza la evasión. La entidad acaba de anunciar “la última amnistía tributaria”, pero como afirma la Anif “aún no se ha entendido que no se trata de amenazar a los evasores, sino simplemente ir tras de ellos y divulgar ampliamente sus capturas y sanciones”. Ojalá la próxima reforma no recaiga en los ‘ricos’ más pobres del país.

Cada día la prensa turca revela nuevas pruebas de lo que ya parece un secreto a voces: agentes de inteligencia bajo órdenes del príncipe Mohamed bin Salmán asesinaron al periodista saudí Jamal Khashoggi. El miércoles, mientras el secretario de Estado Mike Pompeo sonreía ante las cámaras de la mano del príncipe heredero, un alto funcionario del gobierno de Turquía revelaba fragmentos de un audio del momento exacto en que asesinaron al periodista, con detalles escalofriantes. Y mientras que la reputación de los saudíes ante el mundo caía cada vez más, el presidente Donald Trump se empeñaba en defenderlos.

El martes 2 de octubre a la una de la tarde, Khashoggi se dirigió al consulado de su país en Turquía para tramitar los papeles para casarse con su novia, Hatice Cengiz, una periodista turca. Nunca quiso creerles a quienes le advertían el gran peligro al que se estaba exponiendo por criticar los abusos del príncipe. Pero como se supo después, 15 agentes ?entre ellos miembros del equipo de seguridad de Bin Salmán? lo esperaban allí para asesinarlo. Tras entrar a la oficina del cónsul Mohamed al Otaibi lo inmovilizaron y comenzaron a golpearlo. Y ahí empieza la grabación, aparentemente realizada por la inteligencia turca, que espiaba a los saudíes. Según el diario turco Yenu Safak, en siete minutos le cortaron los dedos, lo degollaron y empezaron a descuartizarlo. Al Otaibi presenció toda la escena. “Hagan esto afuera porque me pondrán en problemas”, les pidió a los asesinos. “Si quieres vivir cuando vuelvas a tu país, cállate”, le respondieron.

La hipótesis de que el periodista murió por un “exceso involuntario” durante un interrogatorio quedó enterrada definitivamente cuando se supo que en la escena del crimen estaba el médico Salah al Tubaig. El saudí estudió en Australia patrocinado por su gobierno, trabaja en el Ministerio del Interior y para su ‘visita diplomática’ a Estambul viajó con una sierra eléctrica. En la grabación, aconseja a los agentes sobre cómo desmembrar al periodista, y antes de que le cortaran la cabeza, les da instrucciones detalladas para dejar la menor evidencia posible.

Aunque varios funcionarios turcos han revelado paso a paso cómo se dio el asesinato, al cierre de esta edición el presidente Recep Tayyip Erdogan aún no había acusado públicamente a los saudíes ni revelado evidencia para respaldar tales acusaciones. En parte, porque entregar la información sería aceptar que espía a sedes consulares extranjeras, lo que significa violar la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas. Pero también porque aún no eran claras las implicaciones de acusar oficialmente al gobierno saudí de un asesinato llevado a cabo en territorio de otro Estado, agravado además por el abuso flagrante del privilegio diplomático. Y el diario The New York Times afirmaba que los saudíes planeaban achacar el crimen a una acción inconsulta de uno de los hombres más cercanos a la seguridad del príncipe.

Bin Salmán y otros funcionarios saudíes han negado cualquier participación en el presunto asesinato, incluso a Pompeo cuando visitó Arabia Saudita. Y Donald Trump, a pesar de amenazar el lunes con un “castigo severo” en caso de confirmarse los hechos, no parece tener intenciones de dañar las relaciones con su principal aliado en la región. De hecho, un día después, con su típico tono informal y poco diplomático, dijo que “esas presuntas grabaciones” del gobierno turco le recuerdan al caso de la confirmación del juez Brett Kavanaugh: “Aquí vamos de nuevo: todos son inocentes hasta demostrar lo contrario”.

Lo cierto es que el caso Khashoggi metió a Trump en un problema casi sin solución. Si su gobierno rompe sus vínculos con Arabia Saudita, el mayor exportador de petróleo del mundo, ambos países sufrirían implicaciones enormes no solo en lo económico, sino en lo político.

Por un lado, Arabia Saudita podría cortar el suministro del hidrocarburo, lo que subiría los precios del crudo y afectaría la economía mundial, incluida la estadounidense. Pero para los saudíes tampoco sería buen negocio. Según contó a SEMANA Bar?n Kayaglu, analista turco de la American University of Iraq, en 2000 intentaron presionar a Washington por ese camino. A corto plazo su acción aumentó los precios del barril del tipo Brent, pero a largo plazo ayudaron a que en Estados Unidos se consolidara la industria del petróleo y el gas de esquisto (shale gas) que le quitó trascendencia al crudo saudí en el mercado internacional.

Por otro lado, las consecuencias políticas son aún más graves. Ambos países comparten un enemigo en común: Irán. Y Donald Trump, al contrario de su antecesor Barack Obama, está empeñado en extremar las sanciones contra el país persa, al que considera, sin evidencias, el “Estado que más patrocina el terror”. En una medida que rompe el tratado por el que Irán se comprometió a abandonar su programa nuclear, el 5 de noviembre Trump espera cortar todas las importaciones de ese país y prohibir a los norteamericanos hacer negocios con cualquier empresa del mundo que los haga con los iraníes. Todo lo cual podría equivaler a una declaración de guerra contra el país de los ayatolás.

Pero para llevar a cabo ese plan, instigado en la Casa Blanca por el mayor halcón del gobierno, el asesor nacional de seguridad, John Bolton, necesita el respaldo de Arabia Saudita para que cubra el petróleo que aporta Irán. Además, en Riad se sienten cómodos con esa situación, ya que su país, dominado por el wahabismo sunita, compite con el chiita Irán por la supremacía entre los musulmanes del mundo. Una confrontación entre Washington y Riad los obligaría, inevitablemente, a transformar radicalmente sus políticas exteriores.

Y en lo interno, es poco probable que Trump tome decisiones unilaterales, al menos antes de las elecciones legislativas de noviembre en Estados Unidos, que podrían llevar a los opositores demócratas a dominar el Congreso. En todo caso, el escándalo ha tomado tanto vuelo que podría impulsar aún más la tendencia a una barrida demócrata e incluso conducir a una destitución (impeachment) de Trump.

Pero el asunto no se detiene ahí: “Si ganan los demócratas e imponen sanciones, Arabia Saudita podría acercarse a los dos rivales directos de Estados Unidos en su lucha por la hegemonía global: China y Rusia”, explicó Kayaoglu. Y el silencio de ambos tras este escándalo podría ser una señal de su interés por pescar en río revuelto. De hecho, ya había indicios de que el reino saudí estaría pensando en cotizar su petróleo en yuanes, la moneda china, lo que significaría un golpe definitivo a la hegemonía global del dólar y cambiaría radicalmente el mapa geopolítico.

El resto del mundo observa expectante cómo termina este peligroso escándalo. Varios mandatarios condenaron el presunto asesinato y, entre otras cosas, Francia, Alemania y Reino Unido pidieron “una investigación creíble”. Curiosamente, los muertos por las bombas “inteligentes” del gobierno de Riad en la guerra de Yemen no lograron dañar la imagen de Arabia Saudita ante el mundo. Tampoco las constantes violaciones de derechos humanos en su propio territorio y contra su propia población. Como dijo a SEMANA Charles Jones, historiador de la Universidad de Cambridge, “este caso demuestra que ante la comunicación moderna las muertes son altamente desiguales”. Dos meses después de que el mundo entero guardó silencio luego de que un cazabombardero saudí mató más de 50 niños cerca de Saná, este presunto asesinato honró la famosa frase atribuida a Iósif Stalin: “La muerte de un hombre es una tragedia. La de millones es solo una estadística”

Credito
EL NUEVO DÍA

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