Silvia Galvis, tras dos años de su muerte: Así en la tierra como en el cielo

El pasado martes 20 de septiembre se cumplieron dos años del deceso de Silvia Galvis Ramírez, una mujer que con su trabajo investigativo y literario se convirtió, sin duda, en el más importante referente del periodismo investigativo en Santander y una firma reconocida y valorada en todo el país.

Cuando el aliento escarchado del amanecer comienza a calentarse y las hojas filosas del prado se sacuden las penúltimas gotas que deja el rastro de la noche, sobre la tumba de Silvia ya se ha abierto un cielo pleno, con nubes serenas y un motín de aves pequeñas saluda al día con el aspaviento de sus trinos nerviosos, mientras trazan fugaces líneas de colores con su vuelo.

La mañana comienza a instalarse al tiempo que el silencio profundo se escur­re bajo la sombra nueva de los frondosos árboles que coronan la colina donde hoy tiene residencia esa querida y minúscula parcela del mundo a la que se puede ir, ojalá muy temprano, a dejar una flor, recibir la savia del afecto infinito y agradecer una vez más la herencia de dignidad y sabiduría que me dejó Silvia para defenderme de los demonios de esta vida hermosa, que no es mezquina a la hora de esculcarnos las entrañas.

Pero, no es la hora de mentir: por más que nos propongamos con frecuencia celebrar la vida de Silvia y su recuerdo, es innegable que así como nos une aquí y ahora, y también allá y después, y antes, y siempre, el amor profundo que tenemos por ella y su recuerdo siempre dulce y feliz, también compartimos el ardor que en el corazón produce su ausencia irremediable, la falta que a la redundante aridez de muchas horas le hace la cascada vivificante de su risa amplia y liber­tadora.

Pero hay otras verdades que pueblan los libros y los artículos que han tratado de retratar y recordar los testimonios de vida de Silvia, todos esos días de Silvia en esta vida, que, además de ser los capítulos de su historia en la vida de muchos, es también la certidumbre de su inmortalidad por la huella que sus actos, y sus palabras, y sus silencios, y su profunda mirada dejaron en cada uno de nosotros, gracias a lo cual algunas veces nos sorprendemos no solo recordándola, sino repitiéndola en nuestras ideas, en nuestras decisiones, en nuestras opiniones, en nuestras paciencias y en nuestras osadías.

Me acompaña el dolor y el privilegio de trabajar en el mismo espacio en el que hace tres décadas la conocí y en el que luchamos juntos por casi cinco años definitivos, fértiles, inolvidables contra la apatía y la corrupción que hoy ha extendido su reinado y acrecentado el número de sus súbditos.

Algunos días, al pasar frente a la puerta de su oficina, me estremece la evidencia de su ausencia, el vacío de su presencia y lamento hasta la blasfemia el hecho de no verla ahí, tras el vidrio, con sus dedos largos y finos teclear sus verdades con entusiasmo y arrojo y siento la falta que me hace su consejo siempre amoroso, su preocupación genuina por todos, la música que compartíamos y que ahora oigo para poder llorar sin lágrimas y recordarla sin rabia.

Pero otros días parece que su espíritu ha tomado posesión de todo en el periódico y la siento desde la primera de las cuarenta escaleras que recorrimos un millón de veces, cuando había que escribir en el tercer piso y armar el periódico abajo, en un espacio místico de atriles, galeras y cera para montar las páginas y entregarlas a la rotativa cuyo sonido atronador se nos quedó labrado en las hechuras del alma.

Así son hoy las cosas. Así es la presencia y la ausencia de Silvia; así es como va y viene su existencia, desde la contundencia de la memoria de sus actos, hasta la misteriosa percepción de su espíritu en los corredores desiertos del mediodía cuando la sala de redacción enmudece y puedo ver nuestras desleídas imágenes del pasado girando a su alrededor, mientras aprendíamos a ser periodistas y a ser personas.

Así son hoy las cosas. Así es la existencia de Silvia que hoy vivimos a punta de corazón, desde la hermosa y querida parcela de su tumba de flores amarillas que mira sin cesar hacia un firmamento eterno, en esa fantástica conexión de vida entre la tierra y el cielo. Así es: nuestra Silvia de hoy está presente en todos los espacios y todos los tiempos.

Sus sueños poderosos, sus brazos hospitalarios, sus actos portentosos, sus palabras valerosas, sus certezas, sus tristezas, sus triunfos, su mirada maternal, su risa libertaria estarán siempre presentes, así en la tierra como en el cielo.

Credito
CARLOS GUILLERMO MARTÍNEZ

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