Paulina: una mujer que demuestra que “la condición de discapacidad más que física es mental”

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Esta es la historia de Paulina Becerra, una ibaguereña a quien en un minuto, la vida le cambió de forma drástica. Paulina llama angelitos a quienes la ayudan y sienten cariño por ella. Ha contado con la suerte de encontrar algunos angelitos que quieren siempre lo mejor para esta luchadora.

Paulina es una mujer que, como muchas, ha atravesado diversos momentos de dificultad durante su vida, pero no se ha derrumbado ante ellos; al contrario, estos han servido para afirmar su fe, su esperanza y su anhelo de seguir adelante.

A los 17 años era una adolescente común, estudiaba en el colegio Alfonso Reyes Umaña, ubicado en el barrio Belén de Ibagué. En ese momento adelantaba un curso de secretariado comercial, modalidad que ofrecía la instutición al culminar el bachillerato académico; disfrutaba de actividades como la danza, cumplía con sus deberes y su vida transcurría con tranquilidad. El 13 de mayo de 1983, Paulina se dirigía en la noche a su hogar en el barrio Ambalá, después de terminar sus clases. Tomó un bus cuyo recorrido era por la avenida Ambalá y se ubicó en la primera silla al lado de la puerta, sin sospechar que en cuestión de minutos la vida le cambiaría drásticamente.

El exceso de velocidad del colectivo en el que iba y la imprudencia de otro conductor que manejaba un camión con las luces apagadas, se encontraron en su destino. El conductor del bus intentó frenar, pero la velocidad actuó en su contra y ocasionó que se volcara. Paulina salió despedida por la ventana y en primera instancia la dieron por muerta. Cuando las autoridades se disponían a practicar el levantamiento del cadáver, soltó un quejido que alertó a un policía y así pudieron enviarla al hospital Federico Lleras.

Como consecuencia del accidente, Paulina sufrió lesiones que la dejaron cuadripléjica. Su pronóstico no era favorable. Durante seis meses permaneció hospitalizada y según los médicos era poca la esperanza de recuperar la movilidad. Inicialmente le decían que iba a permanecer en estado vegetativo y luego le dieron una probabilidad de vida de máximo dos meses. Sin embargo, Paulina no es una mujer que se deje vencer por las adversidades. Con el ánimo de lucha que la caracteriza, inició sus terapias en el hospital Federico Lleras.

Después del accidente, nunca ha estado sola, siempre su familia estuvo a su lado. Su mamá, la acompañó durante la hospitalización, las terapias y las cirugías; actualmente está pensionada y continúa siendo una figura importante en su vida; sus seis hermanas, su hermano y sus sobrinos, radicados en Ibagué, siempre han estado prestos a ayudarla, al mismo tiempo llenan su vida de visitas, amor y apoyo. Además, siempre ha contado con la ayuda de personas que rápidamente sienten un cariño hacia ella y empatizan con su historia.

Fue en esa etapa de su vida cuando apareció el primer ángel, Manuel de la Pava, quien en esa época era el gerente de la empresa Gavitolima, una trilladora de café. Durante un año y medio él se encargó de enviar a una persona para que le hiciera terapias en la comodidad de su casa; así pudo recuperar poco a poco la movilidad de sus brazos. Así mismo, como describe Paulina con una sonrisa en su rostro, “fue la primera persona que me dio la oportunidad de trabajar en lo que había estudiado”, en referencia a su secretariado comercial. Así, se incorporó al mundo laboral como auxiliar contable. Con ello se sentía útil y le dio fuerzas para luchar y, como ella dice, nunca dejarse pisotear.

Un nuevo reto

Hace 13 años a Paulina le diagnosticaron osteomielitis, una infección crónica de los huesos que en su caso se radicó en el brazo derecho. Con tristeza recuerda los tratamientos a los que se sometió para salvar su brazo que no parecía mejorar. Tras varias cirugías, la infección empeoró, las posibilidades de sanar eran pocas y con el pasar de los días una opción iba tomando fuerza: la amputación de su extremidad. No obstante, Paulina no desfalleció. Por sus medios y con la ayuda de sus angelitos Libardo Mejía, quien era el gerente administrativo de Caribe Café, y su esposa, Nilsa de Mejía, a quienes llama cariñosamente padres adoptivos, inició una investigación sobre probables tratamientos para su situación.

Sus búsquedas dieron resultados: encontraron un lugar dónde tratar su enfermedad: en Tampa, Florida. Su posible cura se encontraba a miles de kilómetros de Ibagué, pero eso no fue impedimento para alguien acostumbrado a luchar, así que envió sus exámenes, cartas de médicos y la historia clínica con la esperanza de obtener una respuesta.

Después de dos meses, las buenas noticias llegaron, habían aceptado su caso, la idea de la amputación se esfumó puesto que le afirmaban que podían tratar su enfermedad. La alegría volvió a Paulina.

Aunque no tenía un familiar o una persona conocida en Tampa, la vida le puso un nuevo ángel en su camino: Julio, un hombre generoso nacido en República Dominicana, quien sin conocerla se ofreció a brindarle el apoyo. Dice que su manejo de la lengua española era precario, pero al lado de su esposa lo ha mejorado en forma notable. Solucionado ese problema, quedaba el de los recursos, pues un viaje como ese conllevaba muchos gastos. Según Carmen Inés Cruz, Paulina tiene la “habilidad de expresión y capacidad de convocatoria, logra motivar a otros para que apoyen sus iniciativas que siempre buscan el beneficio de quienes sufren pobreza y otras limitaciones”; así que fueron esas habilidades las que permitieron que sus angelitos la apoyaran haciendo colectas para que ella pudiera viajar.

Paulina se desplazó a Estados Unidos; allí ya tenía dos ángeles: Julio y Luz Marina Bischoff, presidenta de las damas voluntarias colombianas en Tampa, quien, como todas las personas que llegan a su vida, sintió un gran cariño por ella. Así la ayudó en los desplazamientos en los diferentes hospitales y consultorios.

Aunque estaba en otro lugar, el destino se encargó de recordarle a su país: los nuevos médicos eran colombianos. De nuevo su personalidad los acercó y así iniciaron su tratamiento. La situación de Paulina era crítica, el dolor era tan fuerte que en ocasiones le producía desmayos y no había gran avance en la curación de la infección.

Quince días antes de terminar su licencia para la estadía en Estados Unidos, los médicos le informaron que a pesar de los esfuerzos y medicinas la situación de su brazo no era la mejor, tenía una herida abierta del tamaño de un huevo y de tal profundidad que se podía ver su hueso. Ahora quedaban dos opciones: desarticular el brazo, es decir que podía conservarlo pero sin movilidad ni sensibilidad, o amputarlo. La alegría que había sentido unos meses atrás parecía derrumbarse, Paulina entró en depresión y en esos días eran frecuentes los llantos, la tristeza y los calmantes.

Ella se define como una persona creyente, por ello ante la noticia devastadora que recibió no perdió la esperanza, así que decidió entregarse a la oración con su familia y nuevos amigos, quienes la apoyaron en el proceso.

Doce días después sucedió lo que se podría considerar un milagro. En la mañana al quitarle los vendajes, la herida había reducido su tamaño, pasó a ser del diámetro de un huevo al del ojo de una aguja capotera. Los médicos no encontraron explicación a su curación, pero ella sí sabía a qué se debía: esa era la respuesta a sus oraciones.

Entre Colombia y Estados Unidos

Después de su travesía durante un año en Estados Unidos, regresó a Colombia, pero su estadía fue de solo dos meses. Esta vez no sería la salud la que la llevaría de regreso al país que había dejado, sino el amor.

Julio, el ángel de Tampa que le había brindado su hogar, también le ofreció su corazón. La solidaridad y el apoyo se convirtieron en amor; así, en Julio encontró un compañero para su camino y en Estados Unidos un nuevo hogar. Actualmente, él está retirado de su trabajo de reparador de equipos electrónicos y solo algunas veces acepta trabajos que le solicitan las empresas con las cuales ha trabajado; la mayor parte de su tiempo lo dedica a cuidar y compartir con Paulina. Llevan nueve años de casados y 12 de ser pareja. Paulina, con su esposo, decidió no tener hijos, pero a cambio tiene muchos adoptivos: sus sobrinos, a quienes quiere como propios.

En Estados Unidos la vida le cambió drásticamente, pues mientras en Colombia las personas con discapacidades se enfrentan a los prejuicios, a la falta de solidaridad y de garantías, allá son respetados y sus derechos tienen gran relevancia.

En Colombia ha vivido situaciones como que al intentar cruzar calles los conductores no le cedan el paso y la pongan en riesgo de ser atropellada, o que para cruzar, su acompañante deba pararse en la mitad de la calle para impedir el flujo vehicular. Mientras que en Estados Unidos, para facilitar el tránsito a las personas con discapacidad, los conductores frenan la marcha aunque los semáforos tengan la luz verde. O que en la mayoría de ciudades colombianas, los buses de servicio público no tienen las condiciones óptimas para garantizar la comodidad de una persona con discapacidad física, a diferencia de Estados Unidos, donde los buses cuentan con rampas eléctricas que permiten un fácil acceso a las sillas de ruedas.

Estos son escenarios que entristecen y causan dolor a Paulina, pues por experiencia propia ha vivido esas y otras situaciones; por ello desde la distancia gestiona ayudas para las personas con discapacidad que habitan esta región.

Con entusiasmo y persistencia y por medio de su trabajo independiente, Paulina ha logrado incentivar la solidaridad de otras personas en EE.UU., que han donado suministros como pañales y sillas de ruedas; no obstante, al enviar los contenedores con las donaciones, la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales de Colombia, Dian, los decomisa y cobra a los beneficiaros impuestos millonarios que no pueden pagar. Así han sido tres contenedores que se han perdido.

A pesar de los intentos fallidos, la esperanza y el compromiso de ayudar a quienes lo necesitan sigue presente, por eso no desfallece pues, como ella dice, “cuando una persona cuenta con todos esos angelitos alrededor de, no puede defraudar a la gente, sino que hay que seguir adelante para demostrar que no importa la discapacidad o la situación en la que se esté”.

“Hay muchos que no tienen discapacidad física, pero sí una discapacidad en la mente”

Desde pequeña tuvo interés por las actividades cívicas; así a los 10 años hizo parte de un grupo que trabajaba en servicio de la comunidad. En su edad adulta, ella se describe como una mujer activa que prefiere mantener su mente ocupada, por ello ha realizado cursos, en el Sena, de Primeros Auxilios y Derechos Humanos; también en Comfenalco ha tomado clases de tarjetería navideña y culinaria. Los compañeros de sus cursos la veían como un ejemplo de superación por todas las barreras que había superado y le brindaban su colaboración en lo que ella necesecitara.

De igual forma, recuerda haber tomado un curso de guitarra puesto que la música es una parte importante en su vida, también siente afinidad por el canto, que es una de sus actividades favoritas. Se presentó en el Festival Folclórico, en la Concha Acústica, en Comfenalco y en Estados Unidos, en el Día de la Hispanidad en 2004.

Es una mujer fuerte y decidida; eso se hace evidente en sus palabras y actitudes, pues cuenta con orgullo cómo ha sorteado los obstáculos que se le han presentado, uno de ellos son los prejuicios que existen sobre las personas con discapacidad. En carne propia vivió la discriminación de esta sociedad, pues muchas personas al verla en silla de ruedas le cerraban las puertas ya que creían que no era capaz de cumplir ciertas labores y que no tenía los conocimientos suficientes para desempeñarlos. Muchos, ante esa situación podrían caer en una actitud derrotista, pero Paulina no es así. Aunque se le cerraron puertas, con perseverancia tocaba otras, pues tenía muy claro que cuando una persona quiere salir adelante lo puede lograr. Sin ánimo de parecer presumida, afirma que “aún en silla de ruedas, era mucho más que ellos”.

Con esa persistencia y determinación que la caracterizan llegó a liderar los proyectos en pro de las personas con discapacidad en la administración de Carmen Inés Cruz, en quien halló otro angelito para su vida. La exalcaldesa, al hablar del desempeño de Paulina la describe como una persona que trabaja “con enorme dedicación. Gracias a su gestión y liderazgo fue mucho lo que se logró hacer por las personas en condición de discapacidad”.

Así mismo, tuvo muy buen desempeño como monitora en el programa Avancemos de la Universidad de Ibagué, iniciativa que posibilita la escolarización de adultos. Según Carmen Inés, “su presencia en aquel entorno fue un estímulo para quienes concurrían a estudiar superando dificultades de diverso tipo, pues veían que si ella, reducida a su silla de ruedas y con serias dificultades de movilidad de sus piernas y brazos, mantenía el ánimo en alto, una actitud positiva y la firme decisión de ayudar a otros, también ellos podían superar sus propias limitaciones”.

Con todas las actividades que llevó a cabo en la ciudad, Paulina dejó un legado de inspiración y motivación a quienes la rodearon.

Credito
TATIANA CALERO POLANCO ESPECIAL PARA EL NUEVO DÍA

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