El Salado pasó de la tragedia a símbolo de la reconciliación

Colprensa - EL NUEVO DÍA
Los 1.500 habitantes del emblemático caserío de El Salado, a 35 minutos de El Carmen de Bolívar, parecen tener un futuro más dulce. Tres lustros después de la masacre de 66 personas, sus vidas han comenzado a tomar un rumbo mejor. Crónica.

Hace pocas semanas, a finales de agosto pasado, los pobladores del corregimiento El Salado tomaron la decisión, después de 14 años, de volver a hacer una fiesta patronal.

A 35 grados centígrados a la sombra, y luego con la complicidad del fresco nocturno, sus 1.500 habitantes disfrutaron de licor, comida típica, actividades lúdicas, bailes, cumbias, fandangos, polleras, velas y hasta una carrera de caballos. La verdad, se lo merecían.

Claro que antes de festejar hubo una votación pública y el parque principal del pequeño corregimiento ubicado a media hora al suroeste de El Carmen de Bolívar, fue sometido a una especie de ‘exorcismo’, pues justamente sus polvorientas calles fueron testigos de una de las peores masacres cometidas por paramilitares en los Montes de María.

Entre el 16 y el 21 de febrero de 2000, 450 paramilitares al mando de alias ‘Jorge 40’ se tomaron el corregimiento, encerraron a la gente en sus casas y lista en mano escogieron a 66 personas. Las concentraron en el parque principal, las torturaron, violaron mujeres y niñas, y hasta jugaron ‘un picadito’ con cabezas humanas.

Sus pobladores abandonaron sus ranchos. Huyeron al monte en la noche con lo que pudieron llevar. Pero el hambre los hizo regresar. Fue ahí donde comprendieron el horror de la barbarie paramilitar.

“Duramos cuatro días escondidos en el monte y cuando nos quedamos sin alimentación, nos tocó regresar y supimos de la muerte de mi hermano mayor. Nos tocó regresar porque íbamos con niños de brazos. Estábamos con mis papás, mis hermanos, mis tíos, unos primos, en total éramos 15 personas, todas aguantando hambre”, cuenta Leyder Ramos Olivera, un moreno curtido por el sol, de 28 años, hoy coordinador de la Estación Cultural y Deportiva de la Casa Cultural de El Salado.

Leyder, como casi todos los habitantes del caserío, prefiere no hablar mucho de su tragedia, pero tampoco la olvida a pesar del paso del tiempo.

“Éramos como 60 personas, muchos niños de brazos. Como al tercer o cuarto día de estar en el monte salimos caminando hacia el lado de Sucre, porque nos quedamos sin comida. Después llegué a El Carmen de Bolívar donde duré dos años”, recuerda Jacqueline Cohen, hoy bibliotecaria del pueblo.

Cuenta que desde el monte escuchaban la ‘plomera’ (sic) que duró como tres días y veían las columnas de humo que salían de El Salado. “Creíamos que no había quedado nadie vivo y que quemaron todas las casas. Fue horrible”, dice.

Un futuro más dulce

Casi todos los campesinos de la zona asistieron el pasado 10 de octubre a la inauguración de la construcción de la carretera que los unirá con El Carmen de Bolívar en apenas 30 minutos -antes tardaban un día por la trocha-, acto en el que estuvo presente el presidente Juan Manuel Santos.

Allí, el periodista Alejandro Santos, de la Fundación Semana que hace presencia en la zona, resumió en una frase el futuro del corregimiento: “Hace cinco años nos propusimos que El Salado dejara de ser un símbolo de la tragedia de Colombia para convertirlo en un símbolo de la reconciliación y la paz”.

Gracias al apoyo de la empresa privada, hoy este sufrido corregimiento tiene alcantarillado, agua potable y domiciliaria, una antena de telefonía celular, un polideportivo, una cancha de fútbol en construcción, la Casa de la Cultura, la iglesia fue refaccionada, hay dos instituciones educativas de primaria y bachillerato y varios proyectos productivos, uno de ellos financiados por el BID para beneficiar a mil familias.

Eso, sin contar con que el presidente Santos, que ha estado allí en tres ocasiones, ordenó construir 100 casas gratis para donarlas a los más pobres.

La economía del pueblo es la agricultura. Los campesinos cultivan yuca, ñame, maíz, berenjena, tomate y otros productos de pancoger. Inclusive, la idea es algún día volver a ser el primer productor de tabaco en el país, como lo fue hace un siglo cuando la hoja se convirtió en la moneda para toda transacción comercial.

El retorno

Hoy el futuro de El Salado parece más dulce. De la mano de las autoridades y gracias a que desde 2009 la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación tomó este caserío como uno de sus proyectos piloto de reparación, a la iniciativa se han sumado más de 60 empresas privadas con aportes en dinero, en especie y en capacitación.

En 2002, poco a poco comenzaron a regresar algunos de sus habitantes. Primero fueron cien, luego 200, hoy van 1.500.

Pero El Salado no volvió a ser el mismo después de la masacre. “El de antes era un pueblo autosostenible, productivo. Era un pueblo totalmente campesino, de 6.500 habitantes, con 16 veredas. El de hoy es un pueblo mermado, sus habitantes fueron desplazados y hoy viven en las grandes ciudades. Hemos regresados los que dijimos ‘Soy capaz’ de regresar a recuperar este pueblo y poner un granito a favor de la paz’”, dice con nostalgia don José Rodríguez, un recio campesino de hablar pausado y voz firme, sobreviviente de la masacre y quien no se quita para nada su sombrero vueltiao.

‘Soy capaz... de perdonar'

Alexandra Posada, codirectora de la campaña ‘Soy Capaz’, explica que El Salado “es un sitio simbólico afectado por la violencia, pero ahora la comunidad quiere rehacer sus vidas y dar ejemplo de reconciliación y construcción de paz”.

De hecho, el día de la visita del presidente Santos, todos los salaeros hicieron un acto de contrición: frente a la placa que dice ‘Soy capaz de hacer algo en concreto’, la gente no solo se tomaba una foto, sino que consignaba en el libro oficial de qué es capaz: ‘Sacar mis hijos adelante’, ‘Sonreír en la adversidad’, ‘Trabajar por mi pueblo’, ‘Dar más por este sufrido pueblo’, ‘Perdonar para unir a Colombia’, ‘Ser ejemplo de paz y reconciliación’. Sin palabras.

Pero, la solidaridad con este poblado no será eterna. “‘Soy capaz’ vivirá mientras las empresas se apropien de estos ejemplos. Por ahora, Argos quiere magnificar este esfuerzo”, dice Posada.

Mientras, José Alberto Vélez, presidente del grupo Argos, destaca que la vía que unirá a El Salado con El Carmen de Bolívar, y que costará 7.200 millones de pesos aportados por la cementera más grande del país, es una muestra más del compromiso con este esfuerzo de paz.

“En los últimos siete años, la Fundación Argos ha destinado más de 19 mil millones de pesos para obras de responsabilidad social en los Montes de María”, afirma el ejecutivo.

La recuperación del caserío es tan decidida, que los adultos mayores también juegan un papel decisivo. “Acá atendemos 220 adultos mayores, y ahora tenemos charlas sobre salud, viene una enfermera todos los días, hay brigadas médicas, tenemos ambulancia y lo más importante: estamos haciendo talleres para rescatar nuestras costumbres centenarias como el uso de plantas medicinales. Esos talleres los dictan nuestros viejos”, dice doña Neyda, directora de la Casa del Adulto Mayor de El Salado.

Con todo, lo cierto es que si bien el futuro del caserío símbolo de la violencia en Colombia parece despejado, construir la paz “es un proceso lento”, como dice Alexandra Posada, codirectora de la campaña ‘Soy Capaz’.

“No podemos negar que se está haciendo justicia con nuestro pueblo, pero falta mucho por hacer”.

Credito
COLPRENSA

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