“Perdonar toma tiempo, pero se tiene que hacer"

COLPRENSA - EL NUEVO DÍA
El próximo 7 de febrero se cumplen 12 años del atentado al Club El Nogal en Bogotá, el cual fue atribuido a las Farc. Allí, en 2003, murieron 23 hombres y 13 mujeres, y 167 personas más resultaron heridas. Martha Luz Amorocho de Ujueta, habló con Colprensa sobre su experiencia como víctima.

Entre los 36 fallecidos ese día figura Alejandro Ujueta, quien a sus 20 años ingresó al club para recoger a su hermano mayor Juan Carlos, pocos minutos antes de que estallara el explosivo plantado por las Farc.

La madre de ambos, Martha Luz Amorocho de Ujueta, habló con Colprensa sobre su experiencia como víctima, al tener que enterrar a uno de sus hijos y sufrir la preocupación por la salud del otro, y su visita a La Habana para reunirse con los negociadores de paz de las Farc.

- ¿Cómo y por qué estaban sus dos hijos en el Club El Nogal cuando ocurrió el atentado?

Nosotros vivimos muy cerca del Club desde hace varios años, es el apartamento que escogimos como vivienda familiar. Mi hijo Juan Carlos trabajaba allá en El Nogal. Ese día mi esposo y yo llegábamos al apartamento a las 6 de la tarde, porque ambos teníamos pico y placa.

Mi esposo llegó con Alejandro, que en ese momento tenía 20 años. Apenas llegamos, nos metimos en la cama porque estaba haciendo frío y estábamos viendo televisión con mi esposo y mi hijo menor. A las 7:30 p.m. cuando acabó el pico y placa mi hijo mayor, Juan Carlos, llama a mi otro hijo al celular y le pide que lo recoja en el Club para ir a comerse una hamburguesa y después a llevar a la novia a su casa.

Apenas ‘Alejito’ colgó se levantó de la cama, se despidió de mi esposo y de mí, cogió las llaves del carro y se fue. De ahí yo me levanté de la cama, me puse la piyama y fui al baño. No habían pasado ni 10 minutos desde que Alejandro se fue cuando escuchamos un estallido.

- ¿Qué sintió en ese momento en que oyó el estallido de la bomba?

La verdad no sentí nada, no sabía qué era, nadie lo sabía. Llamé al portero para preguntarle y me dijo que había sido algo en el Club El Nogal. Ahí me preocupé y con mi esposo vimos que no había nada en la televisión sobre el tema, dejamos así por un rato.

No recuerdo mucho de ese momento, pero de repente salió algo en las noticias sobre una bomba en El Nogal y ahí sí nos preocupamos porque ninguno de los muchachos se había comunicado para ese momento. Mi esposo y yo nos pusimos una sudadera y bajamos a ver qué sucedía. Para ese momento ya tenían acordonada toda el área y salía en las noticias que habían puesto una bomba en el Club El Nogal.

- ¿Qué vio en ese momento?

La verdad es que no vi nada, yo me imaginaba toda la carrera Séptima en llamas y un desastre terrible, pero pienso que gracias a una especie de protección Divina no me tocó ver nada. Yo no vi llamas ni cuerpos sin vida ni nada de eso, y no podía porque el área ya estaba acordonada para cuando nosotros bajamos.

Al final, después de preguntar mucho y de que nadie nos diera respuesta, nos enteramos de que Juan Carlos estaba gravemente herido y a Alejandro no lo habían encontrado en ese momento. Yo tenía la esperanza de que no le hubiera pasado nada. Ya después nos enteramos de que Alejandro había muerto, porque él estaba en el parqueadero cuando estalló la bomba.

Desde ahí yo tengo claro que tiene que haber un ‘para qué’. Que existe una razón para todas las cosas y la vida nos pone a prueba y en este caso la prueba mía fue esta.

- ¿Qué piensa sobre la autoría de las Farc de ese atentado?

En ese momento todo el mundo, empezando por el entonces presidente Álvaro Uribe, dijo que habían sido las Farc. Ellos aún no lo han asumido como suyo y la cuestión ahora ya es irrelevante.

Cuando uno habla de justicia y reparación, uno tiene que tener claro que los primero ante todo es la verdad. Sin verdad no puede haber justicia ni reparación. Si no sabemos qué pasó, cómo lo juzgamos y cómo lo reparamos.

La verdad es que la violencia en este país tiene mucho más de 50 años. Eso de que la violencia lleva 50 años es una mentira que nos hemos querido creer. Y mientras no lleguemos a esa verdad, van a seguir habiendo razones para que haya desorden. Además de eso no van a salir culpables, porque la culpa individual es pasajera. Se arma el escándalo, sale el culpable y todo vuelve a ser como antes, eso no es así.

- ¿Qué ha pasado con el tema en estos 12 años?

Ha pasado de todo, desde el dolor, la desesperanza, la angustia, hasta lograr estabilizar y entender la razón por la cual estas cosas pasan. En este momento los tres, mi esposo, mi hijo mayor y yo, estamos convencidos de que tenemos que trabajar por la paz de Colombia y para eso entregamos a Alejandro.

Una de las cosas más bellas que tenemos los seres humanos es el libre albedrío, algunos asumimos esto como un mensaje de la vida, pero no todos lo entendemos así. En Colombia la gente suele pensar que en el conflicto hay culpables, hay víctimas y todos los demás no tenemos nada que ver. Lo que hay en este país es una cantidad de víctimas pasivas que, como los fumadores pasivos, se enferman por lo que sufre el resto del país.

Estas personas que son pasivas, suelen pensar que el conflicto no les toca y que el acuerdo de paz es entre el Gobierno y las Farc, y los demás no tenemos nada que hacer. Es necesario que esas personas tomen consciencia de su papel en la vida, de su papel en la historia, en su familia, y solo así es que el país va a salir adelante.

- ¿Qué pensaba usted sobre el conflicto y sobre las Farc cuando empezó el proceso de paz en 2012?

Yo no puedo hablar de cuando comenzó el proceso de paz, porque mi proceso personal comenzó hace 12 años. Ya cuando me invitaron a La Habana yo ya había decidido que quería ir. Algunos me preguntaron por qué me decidí tan rápido, pero resulta que esa es una decisión que tomaron por mí hace 12 años.

En este momento yo estoy asumiendo la responsabilidad que tengo al respecto, entonces desde hace tiempo yo ya había decidido que si se presentaba la oportunidad acudiría a la reunión con la guerrilla.

- ¿Y qué siente ahora tras haber ido a La Habana?

El hecho de haber ido a La Habana hace que las víctimas entremos como en nuestro cuarto de hora y ese cuarto de hora hay que saber aprovecharlo muy bien. Porque de resto, es como ser reiterativos ante el Gobierno y los medios de comunicación hablando sobre nuestra condición de víctimas.

- ¿Por qué verse cara a cara con las Farc?

Por enfrentar lo que le trae a uno la vida, porque esconderse no soluciona nada. Eso sería como hacer lo del avestruz que piensa que metiendo la cabeza bajo la tierra, el mundo de afuera deja de existir.

Pienso que si entendemos la realidad de las situaciones y si asumimos las responsabilidades que tenemos con el país, cada uno de nosotros debemos atenderlas. El voto, por ejemplo, lo quieren volver obligatorio, pero resulta que es un derecho y por tanto lo debo ejercer. Si yo no tomo parte en esta democracia, entonces ni me quejo, ni corrijo las acciones del Gobierno.

Nada es aislado, nada es independiente, todo va unido. Cada acción tiene una reacción, cada decisión una consecuencia. En ese orden de ideas, ¿por qué no verse con las Farc?

- ¿Qué sintió cuando el dio la mano a cada uno de los negociadores de la guerrilla?

Yo creo que toda la vida he tenido claro que nada de esto que ocurrió con mis hijos es algo personal conmigo o con ellos. Esa noche yo escuché a varios jóvenes decir ‘huele a político corrupto chamuscado’.

¿Podía yo agarrarme a dentelladas con ese muchachito?

Nada es personal, se tomaron unas decisiones en la vida, se hicieron unas acciones y dan unos resultados. Yo estaba ahí, la pregunta es ¿para qué? Esta cosa ya pasó, no la puedo deshacer, solo puedo decidir es qué hago con ella. Si me preguntaran si quiero volver a vivir algo así, yo diría que no. Pero nadie me preguntó y ya pasó.

¿Qué siento?, que nosotros hablamos hoy día de reparación, y el último punto de eso es la satisfacción. Para mí la satisfacción de reparación es ver que la muerte de mi hijo menor y todo el trauma que ha sufrido mi hijo mayor tenga sentido. Ese sentido es que los 46 millones de colombianos tengan conciencia de su papel como colombianos, para que en las generaciones futuras esto no se repita. La idea es que las mamás no sigan enterrando a sus hijos, eso es antinatural.

- Después de su viaje a La Habana, ¿cambió su percepción sobre las Farc y el conflicto armado?

No. Pienso que Dios me regaló la capacidad de despersonalizar la situación, no fue un atentado contra Martha Luz Amorocho y su familia. Estábamos en el sitio y nos tocó.

En muchas formas, la violencia en este país no es de parte de las Farc, ni del ELN o de quien sea. Es que ningún acto violento puede ser validado de parte de nadie. Es contra ese espíritu violento que fomentamos en la prensa, que fomentamos en los colegios, que fomentamos en las empresas, en las casas, cuando nos agredimos y agredimos al que se nos presenta, eso es lo que tenemos que combatir.

En el atentado del club mueren 36 personas: 12 socios, 12 empleados y 12 visitantes. Eso es toda una representación del país. Había gente de todas las clases sociales, eso es muestra de que todos estamos expuestos, de que todos somos vulnerables y por lo tanto todos somos responsables de la paz.

- ¿Cómo va a seguir trabajando por la paz Martha Luz Amorocho?

Yo tengo claro que en el país se debe hacer una pedagogía para la paz, pero esa pedagogía no debe ser para que las víctimas directas entiendan, ni para que los victimarios se hagan responsables. Es para que los 46 millones de colombianos entiendan su responsabilidad con la paz.

Hay que entender qué es la verdad para enfrentarla, así como entender qué es justicia, porque eso no es ‘ojo por ojo y diente por diente’. Justicia es reparación, y la reparación es simbólica. Nada en el mundo me puede comprar otro Alejandro. Nadie puede hacer que las cosas sean como eran antes del atentado.

Ni siquiera cuando se trata de tierras, si lo que hubieran quitado fuera mi finca, nadie me devuelve el mismo terreno, con los mismos cultivos y los mismos vecinos. Eso lo tiene que entender la víctima, el victimario y los 46 millones de colombianos.

Entonces tiene que establecerse una cátedra para todos, esto no es de estratos, ni de religiones, es de consciencia de ser humano. Esa es mi propuesta, que exista un taller cíclico con niveles para todos los 46 millones de colombianos.

Esto, aún cuando tenemos la certeza de que el mensaje no les va a llegar a todos los corazones, porque para unos es más difícil perdonar que para otros.

Credito
BOGOTÁ

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