Amazonas, un paraíso en la Tierra

COLPRENSA- EL NUEVO DÍA
Se acerca el mediodía y en Leticia, capital del Amazonas (Sur de Colombia), el calor se aproxima a los 37 grados y la humedad ronda los 90. La información es entregada por Luis Gabriel Teteye, un indígena de 40 años de edad perteneciente a la comunidad Bora, hoy asentada en la ribera del río Igara Paraná, afluente del Putumayo.

Iñeje, como se nombra a la palma Canambuche de la región, es el nombre con el que este hombrecito de poco más de 1 metro 50 centímetros de estatura y contextura gruesa fue bautizado por su etnia, de la que conserva el dialecto, aunque también habla español, un poco de inglés y algo de portugués.

Viste una camiseta negra con la imagen de Lenny Kravitz, un jean y unas chanclas azules de plástico, que le cubren completamente los pies; el cabello negro y corto, la piel marrón oscuro y los ojos pequeños y achinados, su sonrisa tímida y el hablar pausado y suave hacen parte de su personalidad y más allá, del compromiso con la Amazonía, que por esta época (abril) es lluviosa, lo que provoca que muchos terrenos se vean inundados.

Es jueves 9 de abril

Cerca del mediodía Teteye llega al hotel Anaconda, frente al parque Orellana, donde varias etnias con cánticos se suman a las manifestaciones por la paz y el día de las víctimas que se conmemora en todo el país.

Un pez dorado de cerca de tres metros de alto con visos brillantes, ubicado en el borde del parque llama la atención de los turistas.

“Bueno…, buenos días... Los voy a acompañar en este, su viaje”, dice Teteye, mientras funcionarios reparten a sus futuros huéspedes un vaso de jugo de copoazú, bebida típica de la región con la que se quiere contrarrestar el calor que agobia a los visitantes.

“… Trabajo en el turismo desde hace 18 años y más que guía soy promotor del turismo ambiental y hago conocer el estilo de vida de nuestras comunidades indígenas”, dice el guía.

Antes de pasar al almuerzo, Teteye remata su exposición de casi 10 minutos con frases alusivas a la importancia de hacer un turismo realmente responsable, ecológico, y coloca acentos en el “nunca juzgar la selva”.

De vuelta…

“Nuestro departamento (Amazonas) tiene lugares muy bonitos”, dice Teteye y aunque parezca contradictorio recuerda la Casa Arana, tristemente célebre en la época de los caucheros por haber sido escenario de torturas y asesinatos de cientos de indígenas de distintas culturas, casi extintas como lo son la Ocaina y Muinane de las cuales, según el guía, en la actualidad apenas sobreviven 36 individuos.

“Este lugar es hoy un museo y se ubica en el sector de la Chorrera”, dice y tras un corto silencio afirma que “por lo que se vivió allí fue que el Estado miró para este lado del país -que abarca cerca de la mitad del territorio nacional-”.

El parque Francisco Orellana es la siguiente estación.

El parque de los pájaros es el mayor atractivo, pues sobre las 4:30 de la tarde cada día empiezan a llegar cientos de aves para posarse en los árboles y hasta en el cableado eléctrico, inundando el ambiente con cantos y chillidos. “Este es un espectáculo muy bonito”, dice Iñeje.

Una vuelta por la plaza, una visita a la iglesia católica ‘Nuestra Señora de la Paz’, o un refresco en un quiosco muy bien adecuado son algunas de las alternativas mientras llegan las aves. Otros prefieren rondar cual felinos a las delgadas y pálidas rubias europeas que en pantaloneta, muy cortas, y sandalias caminan por el lugar.

“La Victoria Regia era una mujer muy hermosa. Un cacique se enamoró de ella… y mucho tiempo pasó sin que ella supiera de ese idilio. Pasado un tiempo él se atrevió a proponerle una relación, lo que a ella le disgustó…, se negó lo que hizo que el Cacique la sentenciara a no salir mi entras la luz del sol estuviera.

Una noche Tupic (la luna) se reflejó en el agua. Eso hizo que la mujer quisiera cogerla, lo intentó tantas veces que cayó y se ahogó. De inmediato la mujer se convirtió en la flor de loto, por eso esa flor es tan hermosa”, narra Teteye, sumando una leyenda más en su recorrido: “Todo eso hace parte de nuestra indiosincrasia”, añade.

De Colombia a Brasil

Pez dorado en salsa de coco, arroz blanco, patacón, postre de araza y de nuevo jugo de Copoazú, y claro una pequeña porción de Fariña (harina de yuca en granos), hacen parte del menú. El primer bocado de un delicioso viaje que en cuatro días permitirá conocer parte del ‘Trapecio amazónico’, donde es posible caminar por tierras peruanas, brasileras y colombianas, sin restricción, y sin visa o necesidad de pasaporte.

Son las dos de la tarde, y el calor no mengua.

En la entrada del hotel aguardan cuatro motocarros blancos o ‘Tuqui Tuquis’ como los llaman los lugareños. Dos turistas por cada uno, y arranca una aventura en la selva amazónica.

A 10 minutos se da la primera parada. Con la mano en alto Teteye le indica al conductor que se detenga. Una caseta en la que priman los colores amarillo, verde y azul anuncia la llegada a Brasil, exactamente a Tabatiga, población que colinda con Leticia.

A un costado una pequeña casa de cambio, una estación de la Força Nacional brasilera y más adelante la ‘Casa Do Chocolate’, parada obligada para adquirir Garotos y bombones o licores como la Cachaça… “limón y sal”…, recomienda una de las vendedoras en portuñol.

“Ahora vamos a La Feria”, dice Iñeje. Un colorido mercado que da al río Amazonas, o Solimoes como es conocido este río en el costado brasilero; o Marañón, si del lado peruano se trata.

Allí, en lugar de camiones de carga se ve decenas de botes, canoas, piraguas o ‘Peques’, además de lanchas rápidas o voladoras; unas de madera, otras de metal. Las que son usadas para el transporte de pasajeros tienen carpa y asientos relativamente cómodos además de motores fuera de borda de alta velocidad. Las de carga llevan carpas de plástico; y en las familiares, además de mercados, van acondicionadas hamacas, pues los recorridos en muchas oportunidades pueden tardar más de un día.

Atrás queda el mercado y a un par de minutos se llega a un zoológico custodiado por soldados cariocas. Un avión militar está en la entrada. Papagayos, tucanes y guacamayas de múltiples colores; además de micos, venados, dantas y un pollo blanco de mediano tamaño se pasea afanado de lado a lado dentro de la jaula donde impávidas aguardan cuatro anacondas. Por supuesto el ave recoge el pesar de todos y cada uno de los visitantes, quienes conocen cuál será el fin del emplumado.

Rumbo a Perú 

Viernes, 8 a.m. La isla de los micos, en el Amazonas colombiano, y la Reserva Natural Marasha en territorio peruano esperan. Teteye va al frente de una lancha rápida que tras 30 minutos de viaje llega al lugar donde decenas de pequeños primates, en busca de comida, abordan a los turistas, quienes los reciben con un temor que dura apenas minutos, pues de inmediato son ellos quienes buscan a los animales buscando la mejor foto para lucirla en sus redes sociales.

Las lluvias que se han venido presentando en los últimos días, y que se extenderán por varias semanas más, inundaron todo este territorio, las lanchas llegan a los puertos levantados cerca de dos metros del piso por el que en época de verano se camina. Un pequeño puerto es el lugar apropiado para que un grupo de indígenas comercialicen sus productos.

El camino es largo y Puerto Alegría, puerta a la reserva Natural Marasha, en el corazón de la selva peruana aguarda. Teteye y Mario, un ciudadano colombo-brasilero-peruano, dirigen la canoa: uno en la proa, otro en la popa. Cerca de 30 minutos transcurren en medio de un asombroso silencio, solo interrumpido por el sonido de los remos ingresando al agua, o por los ruidos que a la distancia emiten los animales.

Pesca deportiva, canopy, paseos nocturnos, avistamiento de aves, y de seguro largas charlas entre turistas se darán las siguientes jornadas, pues al inmenso silencio se suma la muy oportuna falta de electrodomésticos y mucho mejor aún, la ausencia de señal celular. En Marasha se dispone de energía eléctrica sólo en el comedor, y únicamente entre las 6 de la tarde y las 9 de la noche; algo fascinante para los citadinos.

La seguridad a lo largo del viaje es prioridad, y si bien es cierto se convive con la naturaleza, lejos están las versiones que dan cuenta de animales salvajes acechando turistas. Esto es lo que ha hecho que este destino cada día se posicione más como uno de los lugares por visitar, dando un giro al turismo de playa.

Finaliza el viaje y la despedida a quien se convirtió en un amigo y un guardia entristece.

“Uno se encariña con ustedes…, gracias por todo. Y recuerden que a la selva no hay que temerle, hay que vivirla y respetarla”, dice Iñeje. “A uno le dan ganas de llorar…”, termina.

Credito
COLPRENSA

Comentarios