“Yo he hecho más de 200 eutanasias”: Gustavo Quintana

COLPRENSA - EL NUEVO DÍA
Gustavo Quintana, conocido como el ‘Doctor Muerte’, ha asistido a más de 200 personas en su paso a la muerte.

Encogido por el dolor, el cuerpo estaba en posición fetal sobre la cama de paciente desahuciado. Antes de que el sufrimiento de un cáncer cerebral lo redujera a la indefensión de un recién nacido, ese cuerpo estuvo habitado por una mujer muy bella de la que había quedado poco más que la respiración; a los 59 años, ya no podía ni reconocerse a sí misma.

El médico Gustavo Quintana, que fue su amigo, dice que le pareció muy injusto que la agonía se le convirtiera en un lamentable acto social alrededor de su cama y en su propia casa. Ella lo habría detestado. Pero no tuvo chance: con el cáncer sometiéndole la voluntad, la gente pasaba y pasaba mirándola con morbo.

El médico se disgustó mucho y ese disgusto lo sintió como si unos bichos le aletearan dentro del estómago. Entonces le comentó a la hija de la mujer lo que había visto y lo que había sentido y le dijo que en honor al recuerdo que tenía de su madre, se ofrecía para aplicarle la eutanasia por piedad aunque en ese momento, hace 33 años en Colombia, fuera en contra de la Ley. Ambos se quedaron pensándolo varios días.

Gustavo Quintana nació hace 68 años en Tuluá pero pasó la juventud en Cali porque la violencia bipartidista sacó corriendo a su familia del pueblo. Instalados en la ciudad, estudió en el colegio Berchmans de la Compañía de Jesús, hasta que el director espiritual le vio vocación de sacerdote y fue a dar al Seminario Menor de los Jesuitas que quedaba entre Zipaquirá y Nemocón (Cundinamarca).

Cuatro años después pasó al Seminario Mayor de Santa Rosa de Viterbo, hasta que un maestro de novicios le sugirió cambiar de camino considerando que podría hacer mejor labor social como laico que como sacerdote. En parte por eso, dice, terminó estudiando Medicina en la Universidad Nacional de Bogotá.

Sin contárselo al esposo de la mujer desahuciada, la hija y el médico tomaron la decisión dos semanas después de haber conversado: “Lo que me ayudó a tomar la determinación fue la ofensa a la dignidad de esa persona que ya no podía expresar: no me dejen ver en estas condiciones… un cuerpo encogido en posición fetal, sin poder mover ni sus ojos y alimentándose por una sonda gástrica… ¿cómo pretender mantener viva a una persona que ya ni siquiera es capaz de reconocerse?”.

La indignación terminó con dos inyecciones que el médico Gustavo Quintana le aplicó convencido de que aunque se hubiera formado para salvar vidas, la asistencia de muerte en un caso así no podía ser delito sino un gesto de bondad.

Desde entonces, cuenta, más o menos como si estuvieran puestos en su camino, empezó a tratar pacientes con enfermedades terminales y hasta 1997, cuando la eutanasia por piedad fue despenalizada en el país, pudo haberle facilitado la muerte a 15 de ellos. Tiempo después de la despenalización, al ser encontrado por la prensa y luego de haber hecho otras eutanasias amparado por la Ley, fue bautizado Doctor Muerte, un remoquete que muchas veces lleva por encima de su mismo nombre. Y sobre todo por estos días.

El médico Gustavo Quintana, que por teléfono contesta todo con pausada amabilidad, jura que no le molesta el apodo explicando que es así es como muchas personas se han enterado de lo que hace y, paradójicamente, entendido que él no es un verdugo.

Médico, desde la primera vez hasta ahora, ¿cuántas asistencias de muerte?

Yo no llevo una estadística y jamás alguien podrá ver publicada una lista de los pacientes a los que yo ayudé. Yo no tengo memoria de a quiénes he atendido, solo te puedo decir que tengo certeza que pasan de los 200.

¿Cómo se forma alguien para asistir la muerte?

Yo lo hice posiblemente a través de mi formación con los jesuitas, la formación humanística y filosófica que me dieron los jesuitas de siempre pretender el bien de los demás, es lo que me tiene haciendo las eutanasias.

Pero técnicamente, los procedimientos, las medidas…

El procedimiento es relativamente muy corto, yo inyecto un anestésico que a los cuatro minutos hace que el paciente esté absolutamente anestesiado y después aplico un despolarizante cardiaco que detiene el funcionamiento del corazón, entonces todo el oxígeno disponible en la sangre se va a consumir en los dos minutos y medio siguientes; las eutanasias duran entre seis minutos y medio y nueve minutos. Ese procedimiento lo he ido perfeccionando durante los últimos 30 años. Hubo un momento en que tuve que valorar qué tan importante tenía que ser la anestesia y la anestesia se fue incrementando; hasta que ya hoy en día lo tengo establecido. Si preguntas, no existe una escuela de Medicina con esta especialidad. Aún en los Estados Unidos cuando se aplica la pena capital por inyección letal, a veces fallan.

¿Cómo pudo hacer eutanasias en la clandestinidad?

Porque siempre fueron hechas en pacientes que todo el mundo estaba esperando que fallecieran. Muchas veces tu vas a escuchar en una sala de espera de Cuidados Intensivo que la gente dice ¿por qué mi Dios no se acuerda de él? ¿Qué estamos diciendo con eso? que somos absolutamente conscientes que lo mejor que le puede pasar a un paciente que está sufriendo para morir, es que se muera.

Estudió con los Jesuitas y ahora mucha gente va en contravía de la Iglesia. ¿Sigue creyendo en Dios?

Ehhh, no señor, no. Sigo creyendo en esa figura en la que todos personificamos las cosas buenas pero no puedo creer en un anciano venerable. O sea, Dios, sí existe, está en la creencia de todo lo bueno que somos los seres humanos y con eso me quedo. No me hace falta probar o desaprobar la existencia de Dios, creo que todos nacemos con una bondad que nos obliga a no hacerles a los demás lo que no queremos que nos hagan, eso es lo que yo llamo la ley natural.

¿Cuál es la primera muerte de la que usted se acuerda?

Estando muy joven en Tuluá, cuando murió un abogado de apellido Arrieta por hechos de violencia bipartidista. Como nosotros, él era liberal, hermano de Diógenes Arrieta, un médico negro que fue el que revisó a mi madre después de que una partera me ayudara a nacer. Yo oía: ¡mataron a Arrieta! ¡mataron a Arrieta! y yo me preguntaba el significado de eso…

Credito
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