El minero más viejo del país espera recuperar las minas Chivor 1 y Chivor 2

COLPRENSA - EL NUEVO DÍA
Hablamos con Víctor Manuel Quintero Morales, uno de los ‘caciques’ de las esmeraldas en Boyacá y Cundinamarca. A sus 85 años y tras varios exilios se radicó en Bogotá. Su heredero Wilson Quintero inició una dura pelea por despojos de tierras, en la que ya fue reconocido como víctima

No hacía mucho el nombre de reconocidos mineros estuvo sobre mi escritorio por cuenta de los debates acerca de la legalidad o no de este oficio, tantas veces ignorado en cuanto a su seguridad. Hacía poco 15 mineros de oro en Riosucio (Caldas) habían perdido la vida ahogados en socavones.

Entre los nombres que sonaron y del que poco conocía fue el de Víctor Manuel Quintero Morales, uno de los más reconocidos ‘caciques’ de las esmeraldas y jefe máximo de lo que otros han denominado como el ‘clan de los Quintero’. Él es uno de los pocos que no ha sido relacionado con hechos de violencia o grupos armados ilegales; a pesar de lo cual fue protagonista en los acuerdos de paz que congelaron la guerra de las esmeraldas en Boyacá a finales del siglo pasado.

Días más tarde, y por cuenta del azar, estaba frente a frente con el ‘Patriarca’ o el ‘Patrón’, como llaman a don Víctor, como prefiero llamarlo por respeto a sus años.

Son las 9:30 de la mañana de un jueves. La cita es en un lugar en el norte de la Capital.

Cara a cara

De la oscuridad emerge lentamente la figura de don Víctor Manuel Quintero; un hombre robusto, de al menos un metro con 80 centímetros de estatura, y quien de seguro en tiempos de juventud alcanzaba un poco más de altura. Tiene 85 años, su cabello no muy abundante luce blanco, al igual que una larga barba que al primer vistazo recuerda la imagen del expresidente cubano Fidel Castro. Pero ese no es el único parecido con el líder comunista; el gusto por el tabaco los une. Esta es una costumbre que don Víctor no ha podido dejar y cada mañana un puro lo acompaña aunque después tenga que someterse a las incomodidades del oxígeno. “…eso son ganas de echarle humo a la barba”, dice mientras se le escapa una larga carcajada.

Su caminar es lento, y es que no son pocos los años que carga a cuestas. El peso de su cuerpo le causa dificultad para levantarse sin ayuda, tarea en la que le colabora Wilson su hijo, a quien muchos señalan como seguro heredero en el cacicazgo.

A mi espalda, casi imperceptible, por unos minutos estuvo doña Ana Elvira Ruiz, la esposa de don Víctor y a quien él se refiere como ‘La Prima’ por una anécdota de hace muchos años. Callada y muy seria escuchó el inicio del encuentro. Con ella ha compartido no solo los últimos 60 años con altos y bajos, lo mismo que la pistola que muchas veces -por confesión del propio esmeraldero- ella ha debido empuñar para defender sus propiedades de los dueños de lo ajeno.

Un juego de sillas estilo isabelinas enmarcan una amplia sala donde se destaca ‘La Serenata’, de David Manzur, colgada en la blanca pared del fondo. Un par de cuarzos un poco más grandes que un ladrillo reposan sobre la chimenea de mármol oscuro, y al lado de cada uno un par de trofeos que revelan la verdadera pasión del ‘Patriarca’: Los caballos.

Contrapunto

“Yo fui muy amigo de una costeña que tenía el poder de videncia y ella me dijo que iba a tener el mejor caballo del mundo”, recuerda don Víctor mientras con un pañuelo seca las lágrimas que cada tanto involuntariamente se escapan de sus ojos.

“Cuando tenía siete añitos me compré un caballo por 20 pesos”, sonríe incrédulo por lo que hoy significa esa suma… “Yo llegaba de la escuela directico a llevarle un bocadito a mi caballo, le llevaba pastico. Así me aporreara a veces, me volvía a subir”, dice nostálgico.

El día en que la mujer pronosticó la compra del caballo don Víctor ya era “un hombre hecho y derecho”, como él señala. “Era un caballo moro azul, grande con buen fenotipo”, describe haciendo énfasis en cada adjetivo, casi como si lo tuviera en frente. La primera vez que lo vio fue en una feria equina en Armenia. “Ese día salieron ‘Bochica’, ‘Contrapunto’ y ‘Brinancol’. Yo me enamoré de ‘Bochica’, llamé al dueño y lo negociamos… pero el chalán no dejó vender el caballo”, recuerda “…el hombre se fue y escondió el caballo (risas). Yo quedé desinflado”.

La segunda opción era ‘Brinancol’ al que descartó por “la maña de tumbar al que no conocía”. Casi por descarte el turno, pero ya en una feria de Medellín, fue para ‘Contrapunto’. “Un amigo caballista, don Horacio Zuluaga, me ayudó a conseguir el contacto de Alfonso Tobón, propietario de ‘Contrapunto’. Como a las 11 de la mañana llegaron con el animal. Yo estaba con ‘La Prima’ que sabía manejar muy bien un animal de esos. “El costo es 500 mil pesos, no le quito un peso”, parafrasea don Víctor el momento previo al negocio que se cerró a principio de los años 70.

“El caballo es mío”, dijo, y con nostalgia rememora cómo el animal recostaba su cabeza en su hombro cada vez que llegaba a la pesebrera. Eso fue lo que hizo que don Víctor rechazara la propuesta de “unos gringos” quienes le ofrecieron –dice- dos millones de dólares por el caballo, el mismo que en 1984, junto a unas yeguas también de propiedad de este somondocano, le dieron los dos trofeos que hoy son su orgullo y que para la época le representaron la nada despreciable suma de 17 mil dólares. “Ese día barrimos”, dice. ‘Contrapunto’ murió y sus glorias motivaron que lo embalsamaran y fuera llevado a una organización equina.

“Campeón de campeones es el título que lleva, el caballo ‘Contrapunto’, qué caballo de verdad.

Compitiendo entre los buenos, ha ganado el gran trofeo, su figura es sin igual.

En las ferias y en las pistas con su estampa engalana…

En parada de camaleones causa siempre admiración, porque lleva en su sangre la finura de su raza, orgullo de mi nación”.

Es una de las estrofas de una canción ranchera compuesta a Contrapunto

80 millones de dólares

Sin duda una de los aspectos que llaman la atención en la vida de don Víctor es la adivina quien –dice- le pronosticó la compra de la piedra más grande que se hubiera conocido. “Yo no le creía porque cuando me la dibujó en un papel, era muy grande”, recuerda. “Un día me llamaron a Gachetá, me dijeron que me necesitaban urgentemente. El dueño de la esmeralda pidió un maletín de encima del ‘chifonier’ y me dijo que la había encontrado en un entierro indígena, para mi eso último era un cuento reforzado. Era una esmeralda grandota claroncita…, si hubiera sido de color habría costado mucho más”, dice entusiasmado.

“Y sí señor, la compramos con mi hermano Manuel. De bonificación le dimos al dueño una casa en Bogotá”, señala y reconoce que de verdad esa fue sólo una propina pues el valor de la piedra era muy superior. “Con mi hermano Manuel vendimos la piedra. Él alcanzó a cobrar, perdí mi parte porque el dueño se murió”, añade con una ironía que se ahoga en risas. Hoy esta piedra –dice Wilson- está en Europa y se calcula que su valor ronda los 80 millones de dólares. Nunca más ha sido vista por don Víctor.

El tocayo

Uno de las historias de las que hay mucha tela por cortar es la relación de los ‘tocayos’ como se reconocen Víctor Manuel Quintero y el desaparecido zar de las esmeraldas Víctor Carranza. En palabras de don Víctor, él fue quien orientó a Carranza, y a quien sacó de la pobreza; paradójico si se tiene en cuenta la persecución que -dice- emprendió este último en su contra a través de Ángel María Roa alias ‘Cagarruta’, a quien no duda en señalar como el paramilitar que en varias oportunidades quiso asesinarlo y por culpa de quien debió irse al exilio.

“A ese (Carranza) lo orienté en el Valle de Tenza…, era de Guateque, y era como ‘agaminadito’. Un día se me acercó y me habló para que yo lo ayudara. Le regalé como 500 pesitos, lo llevé a Mundo Nuevo y Chivor, y ahí se volvió líder de las esmeraldas… un buen día se engüacó”, así recuerda don Víctor los primeros pasos de Carranza de quien dice “era macho pa’ pelear”. “Lo malo fue que eso fue mal llevado, porque como era de armas tomar hacía cosas que no debían hacerse”, agrega en respuesta a la relación que se dijo tuvo Carranza con grupos armados ilegales.

“En Boyacá hubo paramilitares, y eran quizás más bravos que la guerrilla. Eran muy sanguinarios”, recuerda horrorizado. “Para el proceso de paz de las esmeraldas hace más de 20 años me llamó Luis Murcia Chaparro, un compadre de Coscuez, líder de guerra. Él le dijo a Carranza que me tenía que traer (estaba exiliado), que me buscara donde estuviera para hacer el proceso de paz, y que si yo no estaba en la mesa, no había paz”, así recuerda don Víctor su retorno de Estados Unidos, tras haber salido huyendo por amenazas.

En palabras de este octogenario, el encargado de localizarlo fue el entonces senador Gustavo Rodríguez Vargas quien le habría recomendado entrar al país por Venezuela o Ecuador… “a mi país yo entro por ElDorado, que si me quieren matar que lo hagan en el aeropuerto”, recuerda. Ese proceso se llevó en Coscuez y en Chiquinquirá donde había mucha tensión, asaltos y muertos de lado y lado.

Un día más tarde –recuerda don Víctor- “Gustavo fue a recibirme al aeropuerto y me invitó a desayunar al otro día a las siete de la mañana con Carranza. Yo llegué a las seis y ya estaba Carranza. Yo tenía mucha neura por lo que me había hecho con ‘el Cagarruta’. Yo lo encaré –dice y la risa atropella las palabras- Ese día, y a pesar de las rabietas que era Carranza, se sentó, metió una mano en el bolsillo y la otra la puso en el asiento como teniéndose la cabeza, le pasaban colores cuando yo le cantaba la tabla. Yo le reclame por lo mucho que yo le había ayudado, y a la vez le preguntaba por el ‘Cagarruta’ ese”.

“Después de una charla como de una hora ya me estaba diciendo ‘tocayito’ (risas) y como era bajito me abrazaba por la barriga con sus bracitos. Él nunca me faltó al respeto”, recuerda don Víctor uno de los días con más tensión en su vida por saberse cara a cara con quien fuera su amigo de juventud y perseguidor de viejo, todo –dice- por la ambición.

Esas contradicciones de la cercanía fueron las que permitieron que el día en que Carranza era velado, doña Blanca, esposa del Zar, hiciera que don Víctor llegara al lado del féretro para juntos rezar un Padre Nuestro.

De las minas a los jueces de víctimas 

Hoy este esmeraldero de quien se dice tiene un olfato especial para dar con minas, fenómeno que él atribuye a la experiencia, pelea hombro a hombro con su hijo Wilson las tierras de las que dicen fueron despojados por la violencia. 

Esto es precisamente lo que, según el heredero, ha hecho que por su cabeza se ofreciera una recompensa de 1.500 millones de pesos, que terminó con un nuevo exilio de Wilson Quintero. No en vano desde 2014 ellos, y sus familiares cercanos, fueron reconocidos por la Unidad para la Atención y Reparación de la Víctimas como afectados por la violencia, entre otros, del jefe paramilitar alias ‘Cuco Vanoy’.

Esta disputas y denuncias hicieron que la Oficina de Instrumentos Públicos de Guateque (Boyacá) certificara la congelación de 25 bienes, entre los que están Chivor 1 y Chivor 2 que, dicen los Quintero son de su propiedad, y de los que habrían tenido que salir por cuenta de la intimidación de Ernesto Rodríguez Guatavita y Ángel María Roa Castañeda (alias ‘Cagarruta’) tras haberse asociado con Pedro Pablo Montenegro, a quien el propio Víctor Manuel Quintero designó hace muchos años como administrador de sus tierras.

Entre las preguntas que esperan respuestas está además la relacionada con el no pago de una elevada suma por impuestos, por parte de los Quintero, quienes señalan que la mora se debió al despojo del que fueron víctimas desde 1989; y agrega en que su contraparte explotó sin problema las minas allí ubicadas durante el tiempo en que ellos no han estado al frente de las mismas, y señalan que en tan solo en 2014 pudieron haber extraído alrededor de 30 millones de dólares en esmeraldas.

Credito
COLPRENSA

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