Revoladores de Honda: un oficio informal que marcó la diferencia

JORGE CUÉLLAR - EL NUEVO DÍA
Inicialmente fueron cinco personas que se montaron en la aventura diaria de ir detrás de los pasajeros y a medida que iba creciendo la economía de Honda, fue aumentando el número de hombres que vio en esta labor una forma de ganarse la vida.

Durante 50 años el parque El Carmen fue el corazón comercial de Honda. Allí frente a la imagen de la madre de Jesús, fueron bastantes historias las que se tejieron por parte de las personas que a través del ‘rebusque’ le dieron vida y reconocimiento a esta parte de la ‘Ciudad de los Puentes’.

Además de ser un punto de encuentro reconocido, este parque era la oficina principal de un grupo de hombres hondanos que vivieron por décadas voceando “Bogotá con puesto”, ellos conocidos popularmente como los revoladores eran los encargados de conseguir pasajeros para los diferentes destinos departamentales y nacionales, que tenían las empresas de transporte de la época.

Gonzalo Urueña Forero, un hombre de 69 años de edad es uno de los últimos revoladores de Honda y las manchas en su piel, son la huella de lo que significó ejercer este trabajo. Cuenta con emoción que hacia el año de 1960 inició en El Carmen lavando carros, labor que terminó por aburrirlo rápidamente.

Luego, junto a Álvaro González, Ventura Suárez y otros dos compañeros de los que ya no recuerda sus nombres, se embarcaron en el oficio de correr detrás de los pasajeros para llenar las sillas vacía de los vehículos.

En esa época la empresa de transportes Auto Suez tenía como ruta únicamente Honda – Bogotá, la flota de taxis tenía tres horarios, a la madrugada, al mediodía y a las 5 de la tarde era el último viaje hacia la capital.

Como todo negocio que inicia, el primer paso fue ganarse la confianza, en este caso de los conductores y pasajeros, objetivo que fue alcanzado en corto tiempo, pues Gonzalo recuerda con orgullo que el alcalde de la época, Francisco Mario García Sánchez, les decía “es bueno contar con ustedes”.

Añade con firmeza, “en esos tiempos no existía la drogadicción o el robo. Usted podía dejar su maleta en cualquier lugar y ahí permanecía, nadie le quitaba nada”.

Era tal la seguridad y el reconocimiento que logró este grupo de revoladores, que ya no tenían que salir corriendo detrás de los clientes como lo hacían al principio, porque eran ellos quienes iban hasta El Carmen a buscar a Gonzalo para preguntar ¿qué me tienen para Bogotá?.

“Yo los despachaba (los pasajeros) puntualmente, se iban seguros en los carros, porque sabían que yo conocía el chofer, como los iba a tratar y todo, confianza era lo que había”.

Cuenta que entre la buena clientela, estaban las juezas, que todos los viernes en la tarde salían hacia la capital, los médicos y los abogados.

En cuanto al pago, recuerda entre risas que empezó ganándose 50 centavos, cifra que para la época era buen dinero y en días productivos alcanzaba a reunir entre propinas de siete a ocho pesos.

“Si trabajábamos los cinco, uno era el encargado de hacer la caja y la plata que recogíamos la íbamos reuniendo, y al cabo de las 5 o 6 de la tarde se repartía en partes iguales”, comenta Gonzalo.

Como todo negocio, este también tenía reglas establecidas, como por ejemplo, si alguno llegaba y el carro aún no había sido despachado, este último tenía derecho a parte del dinero recogido, o si sucedía lo contrario, que el transporte de Gonzalo tuviera retrasos y llegaran sus compañeros, igualmente, compartía su parte.

Otra de las normas, en la que eran muy estrictos, era que las mujeres no viajaban solas con los conductores.

“Y así vivíamos, no niego que estaban las cervecitas de vez en cuando, había que hacerle porque ese era el trabajo de uno ahí”.

Guías del transporte

Aunque este abuelo de nueve nietos, nunca supo porque les llamaban revoladores, si recuerda con claridad que tuvo la iniciativa de organizarse y cambiar el nombre de su oficio a Guías de Turismo, “nos hicimos uniformar, tuvimos reuniones en la Policía, porque empezó a llegar gente como rara, entonces exigí que nos seleccionaran con hojas de vida, pedí lo del DAS y todo”. Esta fue una idea que llegó luego de 35 años de trabajo.

Con esta medida buscaba seguir prestando un servicio seguro y no perder la confianza de los clientes, la cual había conservado por años. Para esta época, ya habían cerca de 40 revoladores.

Durante los sesentas, los carros transportadores eran particulares o también conocidos como piratas, cada uno llegaba a este terminal improvisado, para conseguirse el sustento diario y detrás de los transportadores estaba la venta informal.

Gonzalo rememora que al inicio de los setenta llegó Expreso Bolivariano, lo que significó la partida de Auto Suez, “empezaron a llegar carros de La Dorada, eran unos buses largos y grandes de 40 pasajeros y la bodega era una jaula, las sillas eran muy incómodas”.

Otra de las empresas que entró en competencia en Honda fue Rápido Tolima, con la ruta hacia Ibagué, “tenía que pasar trochas y puentes interminables. Luego llegó la vía a Puerto Boyacá”.

Y así entre rutas, taxis, busetas y pasajeros se pasó la vida este hombre, padre de cuatro hijos, que con orgullo dice que nació en el barrio Quebrada Seca.

Al igual que este trabajo le trae buenos recuerdos y agradecimientos, así mismo le dejó varias manchas en la piel, razón por la cual los últimos 10 años los trabajó en el horario de 12 de la noche a 8 de la mañana, esto con el propósito de evitar un cáncer.

De la modernización al desempleo

El Carmen era considerado el centro comercial de Honda, ya que allí a través de la informalidad, paradójicamente, se generaba empleo. “Para todo el mundo, las épocas de bonanza eran Semana Santa, Navidad, Año Nuevo y San Pedro. Todo el mundo comía, los dueños de casetas, los restaurantes... se movía mucho dinero, la plata que movía ese parque no la mueve el terminal hoy en día”, cuenta con tristeza.

A lo que se refiere Gonzalo Urueña, es que desde hace cuatro años, tiempo en el que se inauguró la Terminal de Transportes de Honda, todo se acabó, el transporte particular, el empleo de revolador y las ventas informales, debido a que se trasladó el paradero de buses hacia la variante La Dorada – Honda.

Este cambio fue un golpe duro para todos, especialmente para este hombre que había dejado gran parte de su vida en El Carmen.

Y como estaba acostumbrado a trabajar diariamente, se llenó de fortaleza y se dirigió hasta la nueva Terminal a pedir un empleo, decisión que tomó basado en la promesa de que todo seguiría igual, sin embargo, “me tomaron como niño chiquito cuando le ofrecen un dulce, venga mañana, llegaba el martes y me decían venga el viernes y así; después supe por chismes que no me daban trabajo porque todo el mundo me conocía”.

El Terminal significó para muchos el fin de la vida comercial de Honda, menos ventas, cierre de locales, menos movimiento.

“A mi me da guayabo pasar por el Parque, es que ni voy. No me paro allá desde hace cuatro años, me da tristeza, (fue) el acabose, porque es mucha la gente pobre entre trabajadores y venteros. Les dijeron mentiras a los vendedores; tranquilos porque ustedes allá van a tener derecho. Vaya a ver qué están haciendo, aguantando hambre”, dice Gonzalo con gran tristeza. 

Credito
EL NUEVO DÍA

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