La casa de más de 100 colombianos que esperan la paz

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Quienes visitan la Plaza de Bolívar a diario, se han dado cuenta de que poco a poco el espacio del campamento se ha ampliado. Los campistas ya tienen baños, tienen un panel solar para tener un poco de electricidad y han encerrado su campamento para tener mayor control.

Al entrar hay un tablero grande en el que dice que no se pide ni se recibe dinero, y otro pequeño en donde se escribe la lista de las cosas que se necesitan para quienes quieren donar algo. Si efectivamente alguien dona, lo aplauden en agradecimiento y si va como visitante, alguien le explica qué es lo que se hace en ese lugar y puede participar en la charla o evento que se esté realizando en ese momento.

Al pasar la entrada encontrará unas grandes carpas blancas en donde se guardan las donaciones y están las personas atendiendo el ingreso y el registro. Y si llega en la hora adecuada, seguramente encontrará un tipo de mesa redonda en donde alguno de los invitados está explicando su postura o algún tema álgido del acuerdo de paz que se firmó con las Farc, pero que quedó en el limbo tras la votación del plebiscito del pasado 2 de octubre.

Toda esa organización se da en el Campamento por la Paz de Bogotá, que ya cumple 18 días tras la multitudinaria marcha del 5 de octubre.

“Al principio éramos ocho personas en tres carpas y ahorita somos 150 personas y 80 carpas”, dice Manuel Llano, quien hoy se considera activista y de profesión diseñador independiente.

Manuel es un hombre delgado y alto, tiene barba y lleva consigo una camisa verde, el mismo color que tiene su carpa. Él fue uno de los promotores de la idea de quedarse en la Plaza de Bolívar hasta que se dé una solución concreta y se lleve a cabo el proceso de paz que ha impulsado el presidente y ahora Premio Nobel, Juan Manuel Santos.

“Empezó por la frustración y por la indignación que sentimos cuando ganó el ‘No’ y porque tanta gente se abstuvo. Entonces la idea fue marchar el 5 de octubre con carpas y plantarnos en la Plaza de Bolívar como un símbolo y un mensaje de la indignación y deseo de que los acuerdos salieran muy pronto”, explica.

Quienes visitan la Plaza de Bolívar a diario, se han dado cuenta de que poco a poco el espacio del campamento se ha ampliado. Los campistas ya tienen baños, tienen un panel solar para tener un poco de electricidad y han encerrado su campamento para tener mayor control.

“Acá hay un foro en la noche que se llama ‘Asamblea General’, donde todos participamos activamente para construir y sumamos a eso el hecho de que se crearon diferentes comités: comité de logística, comité de seguridad, comité de pedagogía, comité de cultura, comité de comunicaciones”, explica Fernando Conde, un joven abogado de 25 años.

Fernando, quien viste en tonos azules y resalta por su espontaneidad, no duda en decir que quien quiera venir se debe registrar, y que ojalá traiga su carpa para acomodarla en uno de los “barrios internos”.

Él pertenecía a uno de los grupos de jóvenes que promovía el ‘Sí’ en el plebiscito y llegó al tercer día de instalado el campamento para ver qué sucedida y “ya, el día 4 te podré decir que en la noche éramos 97 personas”.

“La idea del campamento es mucho más que de ‘Sí’ o de ‘No’ es gente que quiere participar para construir paz”, dice.

“Estaremos aquí el tiempo que sea necesario”

Germán Londoño Díaz tiene una pequeña carpa a la que es un poco complejo llegar porque está encerrada por las demás campistas, pero aun así lleva en su mano una silla para sentarse cómodamente y hablar sobre por qué decidió acampar y acompañar la iniciativa que promueven y apoyan jóvenes como Manuel y Fernando.

“Tengo la doble condición de ser exmilitante del M-19 y víctima de la violencia. Tengo 63 años y de ellos 40 años llevo luchando por la paz, por los Derechos Humanos, por la democracia plena y en todo ese recorrido he sufrido tres momentos de desplazamiento forzado y dos de tortura”.

Germán, quien hoy tiene los rasgos muy marcados y lleva consigo una chaqueta y cachucha negra, fue desplazado de Córdoba por los paramilitares, del departamento de Caldas también por paramilitares y del departamento de Risaralda por la guerrilla. Dice que vende libros y que aunque ha llevado ayudas desde los primeros días del campamento solo hasta hace dos noches se está quedando oficialmente y lo hará hasta que se dé una solución.

“Si nos toca permanecer el tiempo que sea necesario lo estaremos para que la sociedad colombiana se cerciore de que las víctimas, la sociedad civil y los estudiantes por fin, hemos despertado”, dice.

Y según lo han manifestado desde el inicio, la Plaza de Bolívar dejará de ser ocupada por ellos hasta que se den respuestas concretas a tres peticiones.

“Uno, es el cese el fuego definitivo hasta que las Farc se desarme; dos, es una hoja de ruta clara con fechas establecidas y con mecanismos para destrabar los acuerdos; y, por último, que se convoque un mecanismo de participación ciudadana”, dice Manuel.

Claro, que desde la Casa de Nariño y el Congreso de la República -que tienen al frente-, está latente la posibilidad de que el acuerdo se logre sacar por vías constitucionales y de sentencias de la Corte Constitucional, y con ellas quizás, el mecanismo de refrendación podría ser el Congreso, una idea que para él, en lo personal, no sería muy buena.

“Hay unas ventajas y un riesgo: la ventaja es que podemos llegar a unos acuerdos pronto, a por lo menos una ruta y un plan para salir de este limbo; pero a su vez, está el riesgo de que no se legitimen las voces del ‘No’, entonces puede haber violencia en los territorios”, dice mientras mueve el letrero de su carpa en el que se lee ‘Valledupar’. Letreros que cada una tiene para recordar las zonas en donde ha primado el conflicto armado.

“ACÁ HAY UNA COLOMBIA SUMADA”

Lo más difícil es el frío y aguantar la lluvia, dicen los campistas, aunque este sábado 22 de octubre decidieron bailar canciones como ‘Imagine’, de John Lennon, bajo un fuerte aguacero.

Pero también ha sido un reto, no solo el hecho de acomodarse sino de encontrar soluciones democráticas entre ellos. Es la llamada construcción de paz que mencionan constantemente: todos tienen sus propias tareas, todos tienen que colaborar, todos tratan de aportar como puedan y todos ayudan a decidir.

“Estamos estudiantes, profesionales, amas de casa, indígenas. Aquí hay una Colombia sumada. Hay gente que tiene el tiempo libre y se está todo el día con nosotros, pero se van a dormir a casa; otros ya tenemos de casa el campamento: llegamos, acampamos, estamos en nuestras actividades y al día siguiente muy temprano vamos a la casa a ducharnos y para el trabajo; o hay muchos otros que salen de aquí para la universidad o para el trabajo”, dice Fernando.

También han experimentado lo que es la democracia en su más mínima expresión y han puesto en marcha ejemplos de campamentos en el mundo, como el de Ukrania, que terminó con la huida del presidente Víktor Yanukóvich tras fuertes enfrentamientos con las personas que decidieron acampar para defender la integración del país a la Unión Europea –por los que muchos murieron-, o el del Movimiento de los Indignados en España que dio paso a nuevos partidos políticos.

“Hemos agarrado metodologías de estos movimientos como lo son las asambleas, los comités, la toma de decisiones, el sistema de gobernanza, claro, que nuestra lucha es diferente. Y yo creo que lo que nos mantiene vivos acá es ver: primero, la gran aceptación que hemos tenido a nivel nacional e internacional; todo el apoyo que nos ha dado la ciudadanía, todas las donaciones, los mensajes de cariño sobre todo de apoyo y de vinculación”, dice Manuel.

Credito
COLPRENSA

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