“Para mí el Tolima no es el pasado, es el presente”: William Ospina

En entrevista con esta redacción, habló de Guayacanal, que cuenta la épica modesta de su familia y recrea los paisajes de su natal Padua.

A William Ospina (Padua, Tolima, 1954) la muerte de sus mayores lo hizo descender a su memoria en búsqueda de rescatar esas voces que, en su niñez, lo hicieron asombrarse ante las posibilidades del lenguaje.

En su reciente novela, Guayacanal, cuenta la épica modesta de su familia y recrea los paisajes de su natal Padua, un paraíso perdido por el paso de la violencia y del tiempo.

Allí narra, con la excusa de la genealogía de su familia, la historia de la colonización antioqueña impulsada por el cultivo del café en buena parte de la cordillera central, especialmente en el norte del Tolima.

Recordar, decía Ospina, es volver a pasar las cosas por el corazón. El tolimense transitó a su familia y a los pueblos en donde vivió huyendo de la violencia por su corazón y de allí surgió Guayacanal, una crónica de viajes al pasado con la música propia de la poesía, un retazo de voces ausentes y lugares que hoy son diferentes.

¿Cómo se siente de estar en el Tolima?

Me siento muy bienvenido y muy acogido por los tolimenses. Aquí tengo muchos amigos, muchos familiares y, sobre todo, tengo muchos lectores estudiosos y comprometidos con las ideas sobre las que yo reflexiono, las cuales son una expresión de mi particular compromiso con mi país y con esta época.

Me hace muy feliz venir al Tolima y me es muy grato renovar todos esos vínculos de amistad y fraternidad.

Aparte de ser uno de los escenarios de su infancia, ¿cuál es su relación actual con el Tolima?

Yo aún estoy muy cerca del Tolima. Tengo una casa en Mariquita a la cual intento ir seguido. Y cuando viajo a Mariquita trato de viajar a la cordillera porque allá están los recuerdos de mi familia. Los amigos que tengo en el Tolima son innumerables.

Usted decía que le debe mucho al Líbano de su despertar como escritor, ¿por qué lo piensa así?

En el Líbano viví unos tiempos terribles de violencia, pero lo que yo más recuerdo son historias maravillosas que nos contaba un anciano que vivía al lado de nuestra casa. Que existan al mismo tiempo la atrocidad y la maravilla tiene todo que ver con la literatura. Del horror, que forma parte de la condición humana, y de la capacidad de maravillarnos y asombrarnos está impregnada mi vida literaria. Eso lo viví en muchos pueblos del Tolima.

En el libro reconstruyo memorias de otros tiempos, pero para mí el Tolima, las montañas y los pueblos no son el pasado, son aún el presente.

Háblenos de su nueva novela Guayacanal, la cual viene a presentar a la región.

Es una novela en la cual cuento episodios de la vida familiar desde mis bisabuelos que llegaron con la avanzada de la colonización antioqueña al norte del Tolima a finales del siglo XIX y sobre la época de paz que ellos vivieron entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX, cuando ese hermoso mundo campesino fue destruido por la violencia política.

Yo fui testigo de la destrucción de ese mundo. No fui testigo directo del esplendor del mundo campesino, pero sí recibí relatos de mis tíos y de mis abuelos y de mis padres y son esos relatos los que quiero conservar y rendirles homenaje en este libro y, al mismo tiempo, en el trasfondo de esa historia familiar narrar la historia que fue la de miles de familias que fundaron ese país campesino.

¿Cómo fue la construcción del paisaje del Tolima que se describe en la obra?

Por fortuna yo estoy muy familiarizado con ese paisaje desde niño. Todo eso ya estaba en mí. Lo difícil fue encontrar la manera de narrarlo. Yo entendí que lo verdaderamente importante no era pintar exhaustivamente esa geografía, sino solo en la medida en que fuera necesario para el relato de mi familia.

¿Cómo fue el proceso de escribir una novela a partir de los relatos y de los recuerdos de esos relatos?

A mí me ha gustado siempre oír los cuentos y relatos familiares. Este es un país de una tradición oral muy rica, y de un arte narrativo oral muy fino. De manera que yo traté de basarme fundamentalmente en eso. Este es un libro en el que a mí me tocó tratar de esquivar el literato que hay en mí y ese mundo demasiado libresco en el que uno se mueve para contar historias de otros tiempos y de otros mundos.

Este es su libro más personal, ¿qué fue lo que lo hizo sentir la necesidad de escribirlo?

El silencio me hizo escribir este libro. Las reuniones familiares nuestras siempre estuvieron llenas de voces que contaban historias del pasado. Cuando esas voces comenzaron a silenciarse, cuando murieron mis padres, cuando murieron mis tíos, yo sentí un silencio que no era solo un silencio físico, sino también un silencio emocional. Ya no están esos relatos, ya no están quienes los vivieron. Era hora, antes de que la erosión del olvido llegue, de que yo narre esas historias y trate de recordar en esas narraciones la sustancia de ese pasado. Recuperar algo de la voz entrañable de esos seres queridos.

¿Usted cree, como Jorge Manrique, que todo tiempo pasado fue mejor o también conserva malos recuerdos de esa época pasada que narra?

Yo creo que todo pasado y todo presente está lleno de cosas buenas. Lo único que yo quiero es que el futuro no sea peor, y que logre salvar muchas de las cosas de la condición humana, inclusive cosas dolorosas que son necesarias para que la vida sobreviva. Si queremos salvar la vida lo haremos con todas sus complejidades.

Su libro es un ejercicio de construcción de memoria en un momento en que esta es disputa en Colombia. ¿Cómo la memoria individual puede contrarrestar la memoria institucional y colectiva que se intenta imponer en el país?

Cuando escribí este libro estaba haciendo uso del derecho, que tienen todos los ciudadanos de este país, de reconstruir la memoria. Esa construcción no la pueden hacer solamente los expertos ni instituciones. Es la comunidad misma la que tiene que reconstruir su memoria, valorarla y exaltarla.

Finalmente es la cultura la que conserva la memoria: en las canciones, en los relatos, en la pintura, en las artesanías populares, en la gastronomía, en la narración oral, en la indumentaria. En fin, está por todas partes está la memoria viva de los pueblos. La memoria más importante es la que está en nuestro ser, en nuestro lenguaje, la que está en nuestro diálogo constante y en la manera de construir, juntos, el gran relato de lo que somos.

Usted hace un rescate en su libro de una época pasada, ¿qué rescata de la época actual?

Yo rescato todo del presente. Porque yo siento que en el mundo sigue existiendo lo más importante: la vida, las especies, la naturaleza. Lo más importante no es lo que los humanos hemos hecho, sino lo que los humanos hemos recibido: el aire, el agua, los bosques, todo eso sigue aquí y yo lucho por él.

Lo que yo combato del presente es todo lo que atenta contra la posibilidad de que el mundo sobreviva. La tecnología me parece, en sí misma, admirable, ¿pero nos está ayudando a sobrevivir o nos está ayudando a destruir el mundo? Esa es la pregunta.

Credito
EL NUEVO DÍA

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