Si esta montaña hablara

Crédito: Suministradas / EL NUEVO DÍA
“Aunque yo no haya parado en sus parcelas a llevar ningún presente sí estoy muy agradecido por la yuca, por el plátano y el trigo y estoy muy adolorido porque aquí desde mi casa no miré pa’ la montaña más que a ver amaneceres”- Fragmento Canción el Empiezo de Edson Velandia.
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Saliendo desde Ibagué, pasando por el cruce de San Felipe, se abre la ruta serpenteada que conduce a la cordillera del norte del Tolima, la brisa fría llega a las mejillas, los helechos, los cafetales y los abismos se toman el paisaje, más tarde cobijado por el Nevado del Ruiz y a 2.081 msnm se encuentra Casabianca, con límites al occidente con Caldas, al norte con Herveo y Fresno y al oriente con Palocabildo

Entre el trabajo en el trapiche, los cultivos de cacao, caña, mora, café y el compartir con su familia vive sus días don José. A sus 60 años, sigue guardando sus raíces, y atesorando el amor a la tierra que le dejó su papá y a éste su abuelo y que él espera dejar a sus hijos. 

“De esta tierra yo nací, me crié, de esta tierra fue que tuve mi sustento, mi comida de acá, de los plátanos, del maíz, del tomate”, se siente orgulloso de su ropa manchada con tierra y de sus botas de caucho, le gusta bajar al pueblo así, porque dice que le encanta ser y lucir como campesino. 

Esta mañana evoca nostalgia, mientras dormía, don José tuvo una pesadilla disfrazada de recuerdo: sus papás le habían contado lo que significó la época de la Violencia, pero vivirlo fue distinto, cuando en 1992 llegó el Eln al norte con los Bolcheviques, ahí el cuento cambió. 

En esa época, los uniformados llegaron hablando de justicia y redistribución de la riqueza, sin embargo, esos mismos pedían para la causa, hacían cuentas del ganado y de la leche que salía de las fincas para pedir su parte. Aunque ya no escucha el sonido de los fusiles y la calma parece cobijar las montañas llenas de palos de café y cacao, aún hay desconfianzas entre los vecinos, rezago que dejó el señalamiento al otro y el control que tenían los grupos armados de la región. 

Recordó por allá en el 2000 cuando a su hermano Alcides bajando una mula con panela se negó a entregar el impuesto de parte del producido y en respuesta al día siguiente fue asesinado.

Alcides también tenía una finquita, a ella se llegaba desde su finca pasando dos potreros, siempre conversaban de lo duro que era seguir produciendo cuando la guerrilla o los “paracos” se llevaban parte del producido, y con el miedo no había forma de negarse, la muerte de Alcides fue un golpe duro para la familia y en esta mañana su recuerdo hace despertar sobresaltado a don José.

 

Laborando en medio de conflicto

Al iniciar labores se dirige al trapiche, ha pasado un mes y hoy toca molienda, camina con Catalina, su hija, quien disfruta el olor del pasto apenas húmedo por la bruma de la madrugada. 

Sus ojos aún no pierden el brillo que quita la crueldad de la guerra, Catalina de ideas claras, le han dicho que hable pasito, pues en el campo es mejor no llamar la atención. Pasando los sembrados de caña, colina abajo, llegan a su destino, el olor dulzón se cuela por la brisa fría, y las abejas revolotean por todo el lugar. 

Allí se encuentra con varios trabajadores, algunos van a recoger café, otros le van a colaborar a moler caña, unos vienen del Quindío y Cundinamarca, otros de Boyacá, mientras Ernesto, que viene de Zipaquirá alista las brillantes ollas que van a recibir el dulce néctar que se convertirá en panela, le cuenta que la cosa está dura, el tratado de libre comercio y que el Estado importe lo que producen acá sigue empobreciendo la vida del campesinado 

“Nosotros los productores agrícolas creíamos que con los Tratados de Libre Comercio iba a llegar tecnología y se aumentaría la producción, pero nos llevamos una sorpresa al ver que ahora los productos teníamos que venderlos a precios muy bajos, al final, terminamos trabajando a pérdida”.

 

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