Electrohipersensibles: cuando las ondas provocan dolor

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RESUMEN AGENCIAS

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Para contactarlos, hay que renunciar a internet o al teléfono y dejar el móvil apagado en el coche antes de hacerles una visita: la gente como Emilie y Jean-Jacques, eletrohipersensibles (EHS), sólo consiguen sobrevivir manteniéndose a distancia de las ondas electromagnéticas.

Tras los espesos muros de piedra de su casa sin electricidad, Emilie protege con burletes puertas y ventanas. Su único horizonte: las verdes colinas del macizo de Livradois-Forez (centro), en el que se ha refugiado. Pero su equilibrio es precario. Cuando sus vecinos utilizan el smartphone o se conectan a internet, ella debe refugiarse en el bosque cercano.

La tecnología como enemigo

La vida de esta antigua arquitecta saltó en pedazos el día que su cuerpo dejó de soportar las ondas emitidas por la tecnología moderna.

“Empecé a tener dolores de cabeza muy violentos, náuseas, pérdida de motricidad. Notaba la presencia de antenas a dos kilómetros y perdía cabello a puñados”, explica esta madre de familia de 48 años, cuya silueta frágil parece pender de un hilo.

Cada exposición le producía dolorosas contracciones de los músculos de las extremidades, pérdidas de memoria inmediata y problemas de concentración, así como vértigos, e incluso quemaduras en el cuerpo.

“Estos problemas no son psiquiátricos, son muy reales”, asegura el presidente del Centro de Investigación e Información sobre rayos electromagnéticos, Pierre Le Ruz, quien además los considera una “enfermedad de adaptación” a la evolución del entorno.

Podría ser el 3% de la población mundial

“Nuestro tejido cerebral encierra magnetosomas, magnetos naturales, que reaccionan cuando pasamos por un campo eléctrico. Estos transmiten la información al cerebro. En ciertas personas, interpretará este signo como un estrés y liberará hormonas que pueden provocar problemas de comportamiento, e incluso enfermedades como leucemia, linfoma o tumores”, explica este experto en daños electromagnéticos.

Jean-Jacques, que vive cerca de Emilie en un pequeño chalet de madera, tardó tiempo en poner nombre a sus males. Al no lograr una respuesta en Francia, debió viajar a diagnosticarse en Alemania. Desde entonces, su vida ha dado un vuelco.

“Tenía una casa preciosa, cuatro hijos, un trabajo. Lo he perdido todo”, explica este antiguo profesor.

Constatada y descrita por la Organización Mundial de la Salud, esta patología está considerada una minusvalía en Suecia y una enfermedad en Inglaterra. En Francia no hay demasiada información al respecto.

El concepto, que aún divide a los expertos, entró en el diccionario Larousse en mayo. “Una señal fuerte” para las asociaciones de defensa de los EHS, quienes creen que podría haber un 3% de la población mundial afectado pese a la falta de cifras oficiales.

Los más intolerantes se ven condenados al aislamiento. Algunos son sintecho o viven retirados en cuevas.

Credito
EL NUEVO DÍA

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