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Los otros muertos, vienen de la pandemia del coronavirus. En todo caso, preocupa que la pelona, se esté convirtiendo en un trágico fenómeno con visos de naturalidad. Y, que bajo la sombra del coronavirus, cabalgue serenamente y sin alarma alguna, el paramilitarismo asesinando compatriotas, por aquí y por allá. Más por allá en el Cauca y el Catatumbo.
El Cauca se presenta como el departamento más golpeado por estos crímenes. A inicios de este mes, según informes de Indepaz, ya contabilizaba 71 líderes sociales o defensores de derechos humanos asesinados, y 20 ex integrantes de las Farc, que se acogieron al acuerdo de paz.
Y otra cifra escalofriante: según reporte de la ONG Global Witness en diciembre de 2019, fueron asesinados 24 líderes ambientales el año pasado. Y la racha siguió: el 6 de febrero fue asesinado Yamid Silva, guardaparques en el Parque Natural de El Cocuy. Organismos internacionales de Derechos Humanos, han concluido que estos crímenes, no son cosa del narcotráfico o robos: “es algo programado y planeado para acallar las voces de quienes defienden el territorio y la vida”.
Requerimos entonces, unirnos en defensa de la vida. Entendiendo lo más obvio: que la muerte es el fin de la existencia. O como decía la poeta cubana Georgina Herrera, “morirse es malo”. Y mucho más malo y cruel, cuando proviene de las manos asesinas y ensangrentadas del paramilitarismo. Por ello, es imperioso, exigirle al Estado la defensa real del derecho fundamental de todos los colombianos: el de la vida. Tal y como lo ha pedido desde el Cauca, el nuevo arzobispo de Bogotá, Monseñor Luis José Rueda, quien resalta que el evangelio debe caminar con los pies descalzos ofreciendo la esperanza y la vida; pidiendo que lo primero sea la defensa de la vida, la vida de todos.
O sea, combatir eficazmente la pelona, el fenecimiento, el óbito, la defunción, el perecimiento, como suele denominarse con variados y tristes sinónimos, a la espantosa y tenebrosa muerte representada casi siempre, en la asustadora imagen de un tétrico esqueleto con guadaña en la mano. ¡Que terror!
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