La hambruna, la guerra y la peste

Darío Ortiz

Otra Pandemia azota al mundo, la pandemia del Covid-19 que desde diciembre que se identificó a hoy, ha matado a más de 25 mil personas.
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Con ella una ola de terror se ha extendido por un planeta que ha estado ávido de películas y novelas dramáticas y catastróficas en las que solamente un puñado de humanos sobrevive a cualquier enfermedad y les toca la particular tarea de repoblar la tierra. Llevamos milenios esperando un apocalipsis que nos sigue dejando metidos, porque este virus tampoco va a ser.

Así todos al nacer estemos condenados a morir irremediablemente y sin aviso previo, la imaginación humana tiene a las pestes entre sus temores predilectos. Quizás porque las pestes o epidemias mundiales, llamadas pandemias, han estado presentes en la historia de la humanidad desde su origen contando sus muertos por millones y cientos de millones.

Pero no solamente el temor a la peste nos acompaña de antaño, sino también los remedios y las culpas. En la Roma antigua para aislarse del contagio se tapiaron puertas y ventanas durante la peste Antonina, y fosos y muros pretendían aislar a las ciudades de las pestes medievales. Nada las paró; únicamente el sistema inmunológico de la mayor parte de la población, suertudamente inmune y algunas medidas básicas de higiene. Hoy los remedios siguen siendo el aislamiento y la lavada de manos.

En tiempos de pestes siempre se han buscado culpables: la negligencia del faraón fue el culpable de las plagas de Egipto que acabaron ganado y primogénitos, en otra peste culparon a los cristianos primitivos o a los pecados de reyes y emperadores, en la edad media a los judíos, y como es común casi siempre a los extranjeros. Para aplacar la furia divina se hicieron sacrificios, se quemaron brujas, se hicieron promesas a dioses y una que otra vez se derrocaron gobiernos. Hoy con el coronavirus se tejen fabulosas teorías de millonarios culpables buscando más dinero y oscuras conspiraciones estatales, mientras conocidos periodistas y líderes le echan la culpa a los chinos y a los extranjeros que en Colombia son mayoritariamente venezolanos. Sin embargo, en medio de esa creciente xenofobia, parece que el premio de gran culpable, según leemos en sesudos textos, es el neoliberalismo salvaje y sus pecados capitales: el consumo, y la lucha individual por la riqueza, que incluso vaticinan que se acabará para siempre. Al parecer tras la peste nadie intentará joder a otro, se acabarán las comodidades y el lujo, no cambiaremos ni de celular, y estaré condenado a seguir escribiendo en mi vetusto computador.

Por supuesto nada de eso tiene que ver con la biología y sus leyes, donde un mísero agente infeccioso intenta reproducirse sin tener ni idea de fronteras, religiones o economías. Y nadie recuerda ahora que anualmente la gripe común mata millones de personas al año, o que la última pandemia, el H1N1 del 2009, que no tuvo el seguimiento mediático de esta, dejó en 14 meses que duró más de medio millón de muertos. Ante la nueva peste millones de colombianos estamos arrinconados probando el sabor de la prisión domiciliaria, mientras de afán el gobierno, que compró tiempo por decreto, trata de actualizar 20 años de atraso hospitalario y revive un sistema de salud, que aún cubriendo aparentemente a casi toda la población, padece también la epidemia del mal gobierno y la corrupción.

Hoy cientos de países arrinconados por el coronavirus, como en un antiguo pasaje bíblico, tienen que elegir por castigo entre la hambruna, la guerra y la peste. Y mientras espero que Colombia un día no siga padeciendo de los tres, recuerdo que el viejo Rey David eligió la peste.

DARÍO ORTIZ

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