El populismo punitivo

Eduardo Durán

La última revuelta de presos en las cárceles colombianas, con saldo de muertos, heridos y prófugos, nos recuerda una vez más, que tenemos un grave problema que no ha sido posible resolver y que termina afectando a toda la sociedad.
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Nuestro régimen penitenciario está colapsado hace muchos años, en donde periódicamente vemos que se hacen esfuerzos por construir nuevas cárceles, pero ante el atiborramiento de las actuales, de inmediato quedan colapsadas, lo que indica que estamos viviendo un problema sinfín, al cual no se le ha dedicado el tiempo necesario para formular un verdadero diagnóstico, y para apropiar los recursos estratégicos y presupuestales, que se necesitan para estar en capacidad de atacar el problema por sus verdaderas raíces.

Siempre se habla de dos factores: construir mas cárceles e incrementar las penas. Ninguno de los dos apunta al meollo del asunto, que es la resocialización.

El Estado tiene que tener conciencia de la necesidad de fortalecer un sistema penitenciario que permita no solo reprimir y castigar, sino el de trabajar para devolverle a la sociedad unos individuos dispuestos a recapacitar y a incorporarse a un proceso social exento de la necesidad de delinquir.

Lo que hoy podemos contemplar en Colombia es un doloroso panorama de unos delincuentes que para nada están dispuestos a recapacitar, y que se quedaron en el delito como instrumento de vida; salen y entran a las cárceles constantemente y parece haberse acostumbrado a que esa es la razón de sus vidas.

Tal vez por eso es que hoy se habla de que las cárceles se han convertido en una universidad del delito, pues quien entra allí, aprende nuevas modalidades e instrumentos que lo van a convertir en un delincuente más avezado y certero, situación que también lo habilita para estar en condiciones de evadir con mayor éxito la acción de la justicia.

Me llamó mucho la atención la historia del guardián del Inpec, Fredy Aguilar, que recientemente recogió el periodista Juan David López, en donde se destaca el paso del tiempo de este funcionario, que pudo capacitarse y llegar a ser abogado, en donde con toda claridad concluye “Yo soy un convencido de que la solución al sistema penitenciario no está en el populismo punitivo, en incrementar las penas, no está en hacer mas cárceles. La solución está en la educación”

Si las cárceles se convierten, además de un instrumento de represión, por qué no también incorporarles el elemento humano para poder recuperar la salud mental y para poder también incorporar al recluso a un proceso educativo que le permita pensar en otra opción de vida, y por sobre todo, de verdadera resocialización.

EDUARDO DURÁN GÓMEZ

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