El espejo

Juan Carlos Aguiar

Pasan los días y con ellos se afianza la certeza de que el candidato de izquierda Pedro Castillo es el nuevo presidente de Perú. Un triunfo que sorprende a muchos analistas en Latinoamérica y que dispara las alertas de todos los políticos del continente que han sustentado su discurso en la amenaza que significa el “castrochavismo” para las democracias de la región. No es para menos, Castillo llega al poder apalancado en el partido Perú Libre, que se autodefine como de “izquierda marxista”, dos palabras que llenan de miedo a esas élites rancias que han dominado los gobiernos de unas naciones mayoritariamente sumidas en la pobreza y la desigualdad. La pregunta que muchos se hacen es cómo un profesor de primaria, hasta hace poco desconocido en las altas esferas del poder limeño, y líder de una huelga de docentes de 75 días de duración que lo catapultó hace tres años a la palestra nacional, será el próximo inquilino de la ‘Casa de Pizarro’, como se le conoce a la sede del gobierno ejecutivo en el país de los Incas.
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Realmente no quedaron muchas opciones, la segunda vuelta presidencial, el pasado 6 de junio, se realizó entre el rechazo y la resignación. Un panorama político lleno de nubarrones oscuros y totalmente polarizado, entre el izquierdista Pedro Castillo y la derechista Keiko Fujimori, fue lo que quedó tras la primera ronda electoral en la que 18 candidatos se disputaron la presidencia. Entre Castillo y Fujimori, cuyas diferencias ideológicas son casi irreconciliables, obtuvieron apenas el 32 por ciento de los votos en la primera vuelta, dejando a otros 16 candidatos, muchos políticamente en el centro, con 68 puntos, lo que era una mayoría. No supieron unirse.

Este es el espejo en el que todos los colombianos deberíamos vernos durante los próximos meses, antes de ir nuevamente a las urnas el 29 de mayo de 2022, para elegir al reemplazo de Iván Duque.

Un amplio abanico de precandidatos comienza a recorrer el país en busca del beneplácito de los electores, donde realmente no hay muchas sorpresas, más allá de uno que otro casi desconocido como el ex comisionado de Paz Miguel Ceballos. Varios son expertos en estas correrías políticas: Gustavo Petro —el mayor elector junto con Álvaro Uribe—, Paloma Valencia, Enrique Peñalosa, Sergio Fajardo,  Jorge Enrique Robledo, Juan Fernando Cristo,  Juan Manuel Galán, Humberto de la Calle, entre muchos más con la clara y válida ambición de llegar a la Casa de Nariño.

Hay tantas y diversas posiciones políticas como colores, olores y sabores tiene nuestra riqueza cultural. Lo cierto es que también, entre muchos de ellos, no hay diferencias irreconciliables como sucedió entre Castillo y Fujimori en Perú. Por el contrario, han dejado ver sus intenciones al crear coaliciones para trabajar por el futuro de Colombia. No obstante, la mayoría de nuestros políticos se ha caracterizado por su mezquindad al momento de buscar el bien común. En el pasado muchos han perseguido ambiciones personales antes que impulsar o defender proyectos colectivos fundamentales para la construcción de nuestra nación.

Sobre los colombianos recae la inmensa responsabilidad de prepararnos para las elecciones presidenciales de 2022 y hacerlo a conciencia. No hay que dejarse impulsar por odios que buscan desatar algunos sectores de nuestra política local y menos votar desde las vísceras. Hay que votar más con mente que con corazón. Hay que escuchar las propuestas económicas y sociales. Hay que leerlos entre líneas. Hay que escudriñar entre sus almas.

Yo, en lo personal, sueño con unas elecciones en las que valores como la dignidad, la transparencia, la ética y la moral, tengan un papel preponderante, para que algún día Colombia sea el espejo sobre el que otros países quieran ver su reflejo de sociedad.

JUAN CARLOS AGUIAR

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