La insolidaridad humana

libardo Vargas Celemin

Cuando leí en la Primera Jornada del “Decamerón” de Giovanni Boccaccio, creí que exageraba: “De más está decir que cada ciudadano rechazaba al otro, y que casi ningún vecino se preocupaba de los demás, y que la propia familia no se visitaba, por lo menos asiduamente.
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Este era resultado del espanto producido por aquella enfermedad; el hermano abandonaba al hermano, el tío al sobrino, la hermana al hermano, y a menudo la mujer al marido; y (lo que es más grave, y casi increíble) los padres y las madres procuraban no visitar ni atender a los hijos, como si no fuesen suyos”.

El tiempo me ha enseñado que muchos seres humanos tienen una infinita capacidad para servirle al otro, pero también los hay con una enorme mezquindad en momentos de crisis.

Nunca he vuelto a ver una tristeza tan grande en la mirada de un hombre, como aquella que presencié en los pasillos del Hospital Federico Lleras, cuando un camillero sonriente, que conducía raudo a un paciente, gritaba que le dieran permiso, porque los podía “untar”. Era el primer caso diagnosticado con Sida en el departamento del Tolima. El pobre hombre murió, además de su dolor físico, soportando el dolor emocional que le producía el rechazo.

Hace unos pocos días en Neiva, el Gobernador denunciaba: “Se filtró una información de quiénes eran y dónde vivían y los vecinos y otras personas empezaron a agredirlas, a tirarles piedras en su casa. Por supuesto que son temas de intolerancia que no podemos permitir que sucedan”. (Revista Semana, marzo de 2020).

Pese a estos ejemplos tomados al azar, quise convencerme de que eran casos aislados, producto de la capacidad imaginativa de un escritor del siglo XIV y de actitudes individuales de seres insensibles, pero el seguimiento a la pandemia del Covid 19, le produce a uno una gran aflicción al encontrar seres a quienes solo les importa sus propios intereses, aún a costa del riesgo que ellos obtusamente se niegan a aceptar.

Independiente del origen (estrictamente biológico o creación artificial), el virus ya está entre nosotros y debemos dejar para más tarde el debate y atender la contingencia. Decirles a los insolidarios, que quieren aprovechar las circunstancias para acaparar productos y enriquecerse más, que sus vidas también están en peligro.

A las autoridades de distinta jerarquía que acaten los protocolos y unifiquen medidas. Al Presidente que deponga su actitud mezquina frente a Venezuela y al Alcalde de la ciudad que “gestione” recursos y adecuen sitios como la antigua clínica de los Seguros y la clínica de la Sesenta para la atención de casos graves y no estar incrementando el pánico en la comunidad y “macartizando” a los pacientes para que las turbas de insolidarios atenten contra ellos.

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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