“Rosibel Díaz solía llamar cariñosamente ‘mi chico gordito’ a su hijo de 4 años. Ella no pudo soportar cuando éste empezó a sentir hambre”. Así comienza un artículo de The Washington Post que narra la cruda realidad que viven miles de venezolanos.
En noviembre, Díaz empacó las pertenencias de su familia y abordó un autobús con el niño y su hija de 11 meses para escapar del hambriento interior de Venezuela. Ahora vive bajo una lona azul en un callejón cubierto de basura de Pacaraima, este pueblo fronterizo brasileño, donde pide comida.
Cerca de 10 mil venezolanos llegan a Brasil cada mes en busca de alimentos y medicinas, dicen las autoridades brasileñas, acampando en las calles e inundando los servicios gubernamentales en las ciudades fronterizas mal preparadas para recibirlas.
Dato
La crisis es similar en las ciudades de Colombia a lo largo de la frontera con Venezuela.
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