¿Por qué protestan en Brasil?

Las multitudinarias protestas en las calles de las principales ciudades del Brasil han sido una sorpresa para todos. Para el gobierno de centro-izquierda de Dilma Rousseff, desconcertado por el descontento de una población muy beneficiada con sus políticas.

Las multitudinarias protestas en las calles de las principales ciudades del Brasil han sido una sorpresa para todos. Para el gobierno de centro-izquierda de Dilma Rousseff, desconcertado por el descontento de una población muy beneficiada con sus políticas; para los mismos jóvenes promotores, que nunca esperaron que su llamado a través de internet convocara a más de un millón de manifestantes; y para el mundo, que se asombra de ver una Presidenta que rechaza la violencia, pero como demócrata da la bienvenida a los reclamos populares. 

La chispa que empezó el espontáneo movimiento popular fue el rechazo a un alza de $200 en la tarifa del bus, por parte del Movimiento Pase Libre (MPL) que lleva años pidiendo la gratuidad del transporte público. El MPL salió a protestar en Sao Paulo con solo unos cientos de personas, pero pronto el incendio se propagó y se multiplicaron las causas de los reclamos.

En un país apasionado por el fútbol, la gente está indignada por los 15 mil millones de dólares gastados para preparar el próximo mundial: “más hospitales y menos estadios” es una de las consignas más repetidas; los jóvenes demandan mayor acceso y calidad en la educación pública y todos están indignados con la corrupción.

¿Por qué aumenta la revuelta popular en un país que ha tenido un enorme progreso económico y social? Las políticas socialdemócratas que empezó el presidente Lula han sacado a 15 millones de personas de la indigencia y a otros 35 millones de la pobreza. La respuesta a ese interrogante puede ser paradójica: las protestas populares reflejan a la vez los éxitos y los frustraciones del modelo brasileño, Los éxitos, porque esta no es una protesta de pobres; con el gran crecimiento de la clase media (ha pasado del 25% al 50% de la población) la gente ha aprendido que sus derechos van más allá tener un techo y ahora exigen educación, salud y mayor calidad de vida. 

Además estos jóvenes quieren participar en la política, pero no se sienten representados por ningún partido.

Pero también las frustraciones, porque el modelo brasileño es una mezcla de “estado del bienestar” con capitalismo salvaje, que mejora las condiciones de vida de la mayoría de la población pero mantiene las enormes desigualdades en la distribución del ingreso. Sus políticas asistencialistas reducen la pobreza, pero no reparten la riqueza.

Credito
MAURICIO CABRERA GALVIS

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