Palabras inútiles

Varios columnistas se han referido a ello, dado que el síndrome va en aumento, como la espuma de los ríos contaminados. Es lo que podríamos llamar populismo justiciero mediático o justicia populista.

Es una reminiscencia del linchamiento, en donde el veredicto lo dicta y ejecuta el “pueblo”, por supuesto, a través de los medios.

“Pueblo” entendido como un conjunto social homogéneo y depositario exclusivo de unos supuestos valores positivos universales; y después de ello, tal vez la justicia estatal tenga algo que decir; y mucho más “justicia” será si no contradice a ese “pueblo”.


Primero condenar y luego juzgar. Este síndrome mediático convierte a la Justicia en verdadero y peligroso reality show; espectáculos de apariencia ingenua y candorosa, con los que se manipula cada vez más a la opinión pública, no solo en Colombia, sino en el mundo entero.


Umberto Eco diría que esto no es más que un elemento de fascismo eterno. Unos ejemplos actuales, de moda, que magnifican el rating –que es lo que más importa a publicistas y dueños de los medios son los casos Colmenares, Rosa Elvira Cely, Sigifredo López, y podemos extenderlo a los que el eufemismo llama “falsos positivos” y las “chuzadas” del DAS.


Los jueces y fiscales son asediados todos los días y los periodistas quisieran que ellos hicieran un auto de fe cotidiano. Mucho micrófono y poca y oportuna justicia.


Las consecuencias son perversas y malévolas, y muchos hallan campo abonado, en especial los políticos, para proponer toda clase de proyectos “justicieros y humanitarios”, pero que en realidad conducen a réditos electorales.


Más cárcel, más castigos, cadenas perpetuas, castraciones, aislamientos, campos de concentración. Y por supuesto, la pregunta de por qué existen esas “cosas tan malas” en una sociedad como la colombiana –en realidad en todas las sociedades, aun en las más reputadas de cultas y civilizadas no se hacen, o las respuestas son eufemísticas, hipócritas o de doble moral.


Es un mundo o submundo de locura, de paroxísticas patologías sociales, de paranoia y de mucho miedo colectivo; una verdadera realidad equivocada, buena para series mediocres de televisión de alta sintonía.


Que no vengan a decir que es el ejercicio de los derechos de libertad de prensa, de información y de pensamiento. Por supuesto que tenemos el sagrado derecho a saber en qué sentido trabaja la Justicia, y si el Derecho está vivo o muerto, pero otra cosa es la civilización del espectáculo, como bien dice Vargas Llosa.

Credito
ERNESTO RUEDA SUÁREZ

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