Domar la frustración

No dejé de pensar que solo una pequeña minoría había votado con verdadera convicción y el cero no era más que un reflejo de que las arcas de sacar dividendos oportunistas ya estaban vacías.

Un buen amigo me comentaba que el mejor antídoto para domar la frustración era el pensar que cualquier situación, por frustrante que fuera, era susceptible de encontrarle el lado amable. “Debes buscar lo enseñable, así evitarás entrar al circulo vicioso de rabia-juicio-desilusión que nos genera este tipo de circunstancias”.

Me puse, entonces, en la tarea de buscar el ladito a toda la tragedia de lo que fue la Reforma a la Justicia, que fue archivada por el Congreso luego de la objeción presidencial. Traté de buscar alivio pensando que este era un acto sin antecedentes en el país, “por primera vez en la historia”, publicó Semana, pero pensé que no era mucha gracia que una reforma que requirió de ocho debates y fue presentada por el Gobierno fuera objetada por el Ejecutivo por goles metidos en el extratiempo de la conciliación. "Difícil encontrarle el lado amable a tanto tiempo y recursos desperdiciados", pensé. “¿Será que hay tal maraña de intereses que nuestro legislativo es incapaz de encarar proyectos de transformación de gran envergadura?". Espanté el sentimiento de frustración, pensando que quizá lo enseñable aquí es que deberemos acudir al constituyente primario para que se dé verdaderos cambios.

No quise darme por vencido y leyendo un poco más vi que la Cámara había votado 117 a cero a favor del archivo y el Senado 73 a cero en igual sentido, lo que daba un mensaje conmovedor de solidaridad de cuerpo y causa de nuestro Congreso. Pero no dejé de pensar que solo una pequeña minoría había votado con verdadera convicción y el cero no era más que un reflejo de que las arcas de sacar dividendos oportunistas ya estaban vacías.

Me consuela pensar que la decisión del Presidente de enfrentar al monstruo perseguía un auténtico interés en la estabilidad de la justicia y que quedan aún al ciudadano herramientas de veeduría que impidan que se dé lugar a más frustraciones. Ayuda saber que en todo esto hubo, por lo menos, alguien que aceptó su responsabilidad y pagó el costo con su renuncia al Ministerio de Justicia. Un asomo de dignidad.

Al final diré a mi amigo que en este caso su consejo no funcionó, ya que a la frustración se le unió la tristeza de ver la inmensa capacidad que tenemos de hacernos daño.

Credito
CARLOS CHAVERRA

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