Nuestros indignados

El fantasma de la indignación recorre todo el planeta. Desde las revueltas en el Magreb árabe, pasando por las multitudes que han ocupado las principales plazas de varias ciudades de España, Grecia y otros países europeos, hasta los Ocuppy de Wall Street en los Estados Unidos.

Todos a una manifiestan su indignación ante el desempleo, la incertidumbre económica, la voracidad del sistema financiero, la falta de oportunidades. En muchos casos, los rostros de la indignación son de los jóvenes que han hecho todo lo que se supone deben hacer para ser exitosos, para triunfar en ésta, la sociedad de consumo, individualismo y competencia salvaje. Y no lo han conseguido. Todo esto bajo el manto de la crisis económica pero también, de la crisis de la civilización capitalista.

Colombia no ha sido ajena a estas revueltas. En los últimos años hemos asistido a importantes movilizaciones populares de distinto signo. El año pasado, miles de estudiantes salieron a marchar en repetidas ocasiones, indignados ante la propuesta del gobierno nacional de reformar la educación superior incorporando el ánimo de lucro en la formación universitaria. ¿Acaso no es esa lógica de la rentabilidad la que ha generado los estragos conocidos por todos en el sistema de salud y que impide que este derecho sea efectivo para todos los colombianos? La soberbia neoliberal solo conoce límites cuando las gentes se levantan contra sus excesos.


Recientemente, una ola de indignación se tomó las redes sociales para rechazar el intento de llevar a la impunidad la parapolítica por parte de las mayorías que controlan el Congreso de la República – con la velada aquiescencia del gobierno y las cortes-. La reacción de los ciudadanos evitó que se consumara esta contrarreforma a la justicia.


Pero, desde hace una semana, la indignación de los de abajo ha sumado un nuevo hecho, que pone un punto muy alto en esta ola de descontento popular.  Los indígenas Nasa ubicados en el norte del Cauca se levantaron contra las violencias, contra el despojo al que han sido sometidos desde hace décadas, contra la utilización de sus territorios como campo de batalla entre el ejército y la guerrilla, exigiendo que los actores armados –todos- salgan de sus territorios y los dejen vivir en paz, con sus costumbres ancestrales.


Han subido a las agrestes montañas del norte del Cauca a expulsar a los actores armados, con la autoridad que les otorga sus bastones de mando, símbolo inequívoco de que fueron ellos los primeros en ocupar esas tierras, antes de la contrarreforma agraria violenta de la que fueron objeto por parte de la clase política y económica de la región. No organizan sus acciones por medio de las redes sociales, sino a través de sus canales tradicionales de información y acción colectiva.


La respuesta del gobierno no se ha hecho esperar. Y ha sido la de siempre: negar la existencia de los graves problemas que aquejan a esta población, señalar con despotismo que el estado no se puede retirar de allí cuando precisamente ha sido el abandono estatal el caldo de cultivo para la violencia y el despojo en el Cauca. Ahora el nuevo ingrediente es, como de costumbre, deslegitimar los reclamos indígenas señalando que el movimiento está infiltrado por la guerrilla. Para todos los colombianos debe ser claro que la exigencia de los Nasa está dirigida a todos los actores armados, porque entienden que cualquier presencia armada atenta contra su autonomía, sus formas organizativas y su estilo de vida. No quieren seguir más en medio del teatro de la guerra.


Nuestros indignados, los indígenas del Cauca, nos están mostrando el camino de la lucha por la paz, que no es monopolio ni capricho del gobierno. Por ello, todos debemos apropiarnos de su consigna: “La llave de la paz también es nuestra”.

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