Del honor, los villanos y el Cauca

Cuántas veces, los soldados y policías de Colombia han protegido a los indígenas de ataques guerrilleros en sus zonas de resguardo allá en el Cauca, ofrendando sus propias vidas.

    Estamos en el país de los montajes, de los falsos testigos, de los complots, de las alianzas maquiavélicas para arrasar con el buen nombre de personas decentes; para mancillar el bien más preciado del ser humano después de la vida y la libertad; su honor. Efectivamente, confundimos el prestigio con el honor, el primero es un imaginario, consiste en lo que piensan los demás de otro, es la reputación, la fama, la imagen; el segundo, es sagrado, son hechos, es actuar correctamente, de manera honesta. El prestigio es banalidad y engaño, el honor es rectitud y ética. Existen hombres prestigiosos, pero carentes de honor, esos son verdaderos seres siniestros, capaces de traicionar y mentir para obtener sus objetivos. Los vemos a diario en la política, en la Iglesia, en las Fuerzas Armadas, en los medios de comunicación, en fin, en la sociedad entera.


    Así las cosas, los peores delincuentes obviamente desprovistos de honor, señalan a diestra y siniestra, afirman desde las cárceles en Colombia y el exterior, toda suerte de bellaquerías y disparates, a cambio de “favores” judiciales. Pero no solamente los delincuentes reconocidos son los que acusan temerariamente. Existen al interior de nuestras instituciones personajes nefastos que enceguecidos por su odio visceral entregan a la Fiscalía pruebas falsas o amañadas, que buscan destruir hombres con trayectorias transparentes y dedicados al servicio del país, como es el caso de los militares que actualmente están en los centros de reclusión injustamente. ¿Cuántos de ellos no han tenido que acogerse a sentencia anticipada, para evitar condenas de “muerte” a 30 y más años? Recordemos el horroroso caso del almirante Arango Bacci, quien de manera absurda fue perseguido por integrantes de su misma institución, y posteriormente retirado de forma indigna; y lo peor, presentado como un vulgar narcotraficante y a quien afortunadamente la Corte Suprema de Justicia, declaró inocente, ¡pero cómo tuvo que luchar y a qué precio! Precisamente esa Justicia colombiana, tan politizada, tan subjetiva, tan mediática, en sí misma tan injusta; genera cada día más desconfianza no solo a los integrantes de la Fuerza Pública, sino, también, a la ciudadanía en general, que asombrada observa cómo quedan en libertad asesinos borrachos al volante, muchachitos ricos con poder, pastores corruptos y depravados, violadores y bandas de atracadores, por citar tan solo los casos más comentados en la prensa hablada y escrita del país.


    Pero el honor de un hombre no solo se afecta en Colombia por causa de los desafueros del poder judicial y sus “aliados” nacionales e internacionales; hace apenas unos pocos días vimos a través de los noticieros de televisión, asombrados y con sentimientos de rabia e impotencia entremezclados, cómo un grupo de indígenas equivocados y manipulados por las FARC en el Cauca, atacaron y humillaron a los soldados del Ejército nacional. Esa afrenta a la institucionalidad nunca antes vista refleja una realidad incuestionable que se resume en esta frase que hoy cobra especial vigencia: “Cuando hay peligro el hombre clama a Dios y al soldado, cuando el peligro pasa Dios es olvidado y el soldado despreciado”. Cuántas veces, los soldados y policías de Colombia han protegido a los indígenas de ataques guerrilleros en sus zonas de resguardo allá en el Cauca, ofrendando sus propias vidas, recordemos al mayor del Ejército Dixon Castrillón Gómez, asesinado este año por los terroristas de las FARC de manera artera, y quien antes de su sacrificio supremo garantizaba con sus hombres la tranquilidad del Resguardo Indígena conocido como Huellas, en zona rural montañosa del pequeño caserío El Palo, que pertenece al municipio de Caloto en Cauca.


     Sin lugar a dudas, todo este panorama de hipocresías, intrigas e incertidumbre que vemos a nivel nacional, se refleja en la actualidad en el departamento del Cauca. Allí se confunde toda una amalgama de poderes y vacilaciones muy compleja. Por un lado encontramos al Ejecutivo buscando con inversión social, quizá la más ambiciosa en años, ganarse la voluntad de una población que hace mucho tiempo no confía en el Estado; junto con una Fuerza Pública comprometida aplicando nuevas estrategias para enfrentar con éxito la arremetida terrorista. Y por el otro, observamos una comunidad confundida, engañada por los violentos y escéptica ante los anuncios gubernamentales, pero con la esperanza de encontrar tranquilidad y prosperidad a corto plazo. Un sargento del Ejército nos recordó recientemente, con lágrimas en su rostro, cuánto vale el honor de un hombre; sabiamente lo pronunció el libertador Bolívar en una de sus frases: “Dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto”. ¡Honor y Gloria por siempre a nuestro Ejército nacional!

Credito
PEDRO JAVIER ROJAS GUEVARA

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