Tápese la nariz, y siga

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Es una expresión que podríamos aplicar perfectamente ante cualquier intento de pasar por donde transita un río, sobre todo aquellos próximos a las ciudades en donde se vierten toda clase de desechos, en el acto más atroz e impune que podamos imaginar.

Y no es solo la actitud del ciudadano común, desalmado y torpe, crecido en medio de la idiotez conceptual, sino la acción perversa y dolosa, atrevida y repugnante de todas aquellas empresas y empresitas que vacían los desechos de sus usos industriales a la primera alcantarilla, que los conduce derecho a los causes de los ríos y quebradas más cercanas, y éstos a su vez los instalan en las grandes corrientes que llegan hasta nuestros mares.

La decisión del Consejo de Estado de exigirle una inversión urgente al gobierno, del orden de los seis billones de pesos, para descontaminar al río Bogotá, no es más que la apertura de una gran puerta a lo que se tiene que ver venir en el resto de ciudades en donde el escenario se repite igualito, pero con río distinto.

Las ciudades, los Departamentos y la misma Nación, tienen que pensar de una vez por todas en invertir en vida, en la generación de actitudes constantes que se fortalezcan todos los días, para que se pueda defender lo esencial dentro de un escenario vital. Una fuente de agua cristalina, un bosque espeso y frondoso, un aire pulcro y libre de partículas, un manejo técnico de las basuras, son derechos que debe tener toda sociedad, si es que quiere preservar su nivel de vida.

No podemos dejar que un país con tanta riqueza natural como Colombia, se nos convierta poco a poco en una alcantarilla y a su vez en un escenario de muerte, como el que estamos presenciando en el Casanare, en donde muchos se limitan a pasar la página del periódico que registra los hechos, o a cambiar el canal de la televisión que nos muestra las dolorosas imágenes.

Muchos estudios de juiciosos ambientalistas dan cuenta permanente de la manera como nuestros ecosistemas se afectan y maltratan, pero pareciera que esas deducciones fueran simplemente piezas literarias, interesantes y conmovedoras, pero desprovistas de cualquier interés por llevarlas a la práctica en hechos reales que atenúen el impacto registrado.

La sentencia del Consejo de Estado, debe ser una “Velilla” así como el apellido del magistrado que la concibió, que se debe encender en todas las regiones, para que se inicie de una vez por todas, la cruzada por el rescate de la dignidad ambiental.

Credito
EDUARDO DURÁN GÓMEZ

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