El Ejército está herido

En las décadas de los ochentas y noventas, el país tuvo 15 procesos de paz, algunos de ellos aparentemente exitosos que terminaron con amnistías y otros evidentemente fracasados. Fueron dos décadas marcadas por la creencia de que la paz era el producto de la firma de un acuerdo con el grupo criminal de turno, y de que era imposible hacer coercible nuestro ordenamiento jurídico. ¿De qué le sirvió al país esa visión de la paz que dominó en esas dos décadas? No solo no le sirvió de nada, sino que produjo cientos de miles de víctimas y un crecimiento desbordado de la actividad criminal: eso fue lo que recibió el ex presidente Uribe en el 2002, un país desgarrado por la violencia.

La seguridad democrática cambió esa realidad, nuestro Ejército, a la cabeza de las fuerzas armadas, recuperó el país para la institucionalidad en una gesta heroica; todos los indicadores de violencia bajaron y los recursos que se invirtieron en la seguridad fueron retornados a la sociedad con creces: el PIB creció en promedio en los 8 años del gobierno de Uribe en un 4.2%(a pesar de las crisis financiera global y el desastre de las pirámides), mientras que en los 8 años anteriores solamente creció en un 2.1%. El expresidente Uribe se dedicó a nutrir, motivar y guiar a nuestros soldados y policías, por eso fueron posibles operaciones como fénix, jaque y camaleón, que cubrieron de gloria al estamento militar y reforzaron la confianza ciudadana en los hombres y mujeres en uniforme.

Pero hubo un lunar: los dineros del narcotráfico lograron infiltrar al Ejército, y una pequeña minoría, deshonrando el uniforme, cometió esos crímenes abominables que se denominaron falsos positivos, lo cual, a la postre, fue utilizado por un sector de la justicia para desencadenar una guerra jurídica contra los militares. A la cárcel fueron a parar miles de inocentes como el coronel Plazas Vega, o el General Uscátegui, quebrantando así la voluntad de lucha de nuestros soldados y restándoles capacidades para defender del crimen a la ciudadanía.

Pero aún faltaba lo peor: el presidente Santos, defraudando a sus electores, abandonó el liderazgo político de la seguridad y adoptó esa vieja concepción de la paz de los ochentas y noventas que tanto luto le trajo a Colombia; pero esta vez con un agravante: igualó a los terroristas con los militares y se dedicó a “purgar” al Ejército y a desmantelar la inteligencia militar retirando a sus mejores hombres, como ocurrió, por ejemplo, con el general Rey Navas, quien estuvo al frente de todas las grandes operaciones militares incluyendo Jaque. Todo aquel oficial sospechoso de privilegiar obediencia a la constitución antes que a los designios de los diálogos de Cuba, ha venido siendo retirado de la institución. Y por si fuera poco, para aquellos que osaran desafiar esa espada de Damocles de la guerra jurídica que pende sobre sus cabezas, y se resolvieran a combatir al enemigo, Santos les envía un mensaje: que si encuentran a Timochenko le avisen primero, porque él lo pensaría dos veces antes de actuar militarmente.

El presidente Santos ha deshonrado, ultrajado y humillado los militares, y eso que aún no sabemos cuál es el Ejército del “post conflicto” que se está negociando en Cuba. Los soldados de la patria están desorientados, el estado que han jurado defender se ha vuelto contra ellos, su sacrificio está perdiendo el sentido.

El Ejército está herido, pero no de muerte; aún es tiempo de salvar la institución que mantiene erguida nuestra democracia y garantiza nuestra libertad, eligiendo a Óscar Iván Zuluaga como su comandante en jefe, él sabrá restablecerles el honor y la voluntad de lucha y evitar la catástrofe que se cierne desde Cuba. Al final, la paz, solo nos la dará nuestros Ejército, protejámoslo!

Credito
FRANCISCO MEJÍA

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