Mentir para vender

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Los creativos de las agencias de publicidad deberían ser candidatos al ‘Premio Hugo’ de ciencia ficción. Les sobra falsaria audacia cuando muestran una beldad de 20 años, de piel tersa, untándose una ¡crema para las arrugas! y a otra joven de suaves, torneadas e interminables piernas, aplicándose una mixtura sacada de reluciente pote de cristal, dizque para combatir várices y ‘arañitas’; y a una dama de 55 otoños, que luego aparece como de 25 después de embadurnarse con un milagroso ungüento photoshop. ¡Embusteros!

Es la versión moderna de los desaparecidos ‘culebreros’ que vendían los domingos, en plazas de mercado, la supuesta manteca de oso negro empacada en cajas de hojalata, aparentemente útil para curar la parálisis infantil y estirar pieles ochentonas. ¡Pura vaselina!

Es, en estos casos, la engañosa publicidad y la candidez y vanidad de la gente lo que deparan millones a los mercaderes y arrugas arrugadas a las compradoras. Justo sería encarcelar a los responsables de propagandas falaces.

Convertidos hoy los espacios en TV dedicados a la protección del consumidor en vitrina para exhibir superegos, recabar galardones y abstenerse de pisar callos sensibles, se piensa: ¿Quién podrá defendernos de la creciente publicidad que utiliza niños -protegidos por la Constitución “contra toda forma de explotación laboral o económica”- para impulsar la ventas de cosméticos, alimentos y otros productos, sin que ellos perciban lo bueno o nocivo del comercial?

Ahora promueven, con niñas, un jabón íntimo para ellas. Nefasto. Ya quieren condicionar a las menores para que crean que son degradantes los olores naturales del ecosistema perfecto que es el cuerpo humano y se pague para erradicarlos. Si algo somos, es bacterias. Lo malsano es el interés comercial de inducir hábitos en los niños y adolescentes para incorporarlos a la sociedad de consumo de hoy y futura.

¿Quién nos librará de que por cada treinta frases que diga un presentador de noticias se inserte una cuña comercial. Irrespeto al televidente. De la TV por cable contaminada también de publicidad; de que se haya vuelto costumbre bajar calidad y peso de muchos productos y subir los precios? Dijo un turista paisa que Ibagué era la ciudad donde los pandeyucas eran más aire que queso: pura y dura corteza.

Por donde se mire hay engañifas: Promociones en almacenes de cadena que son quimeras; promesa de puntos o premios cuya redención eluden sibilinamente o condicionan a su favor; cajas, bolsas y frascos grandes con contenidos pequeños que inducen a error al cliente; jabones de tocador que hace unos años pesaban 200 gramos y ya van en 125; letra diminuta en anuncios o empaques para que el cliente no los detecte.

Es el tiempo de la mentira con apariencia de verdad, del hacer dinero rápido y fácil sin importar a quién se lesione.

Hasta los inocentes se contagian. En un pequeño paraje turístico, un parqueadero anuncia: “Vigilado por Satélite”. No se sabe si reír o llorar, cuando se descubre que Satélite se llama el perro del dueño.

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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